Memoria rota

Capítulo 15

No hay un momento más tranquilizante como lo es este. Me duele la espalda, los músculos de mis piernas están más que tensos, siento cómo mi cuello suena igual que una galleta crujiente y en serio se me hace imposible abrir los ojos; pero estoy bien. No odio mi trabajo, pero debería pedir un horario más flexible, que mi jornada termine a media noche me pone de mal humor.

—¡oye, rubia!

 Mi corazón se detuvo un nanosegundo antes de emprender marcha a una velocidad para nada sana, haciéndome abrí de golpe mis párpados. ¡Maldición! Casi me mata.

 Después de oír aquel grito me tocó a mí pegar un chillido al sentir un golpe sordo de una almohada en mi cabeza.

—levántate. Hora de hacer el mercado.

 Solté un gruñido cargado de flojera y enojo. ¿A quién se le ocurre irrumpir en el sueño de alguien cansado y malhumorado?

—Cristopher, largo de aquí. –Murmuré con la voz amortiguada por la almohada que aplasta mi cara.

—nada de eso, señorita. Debes acompañarme al mercado. –noté una pizca de diversión en su tono. Sé que lo hace para sacarme de las casillas, pero no lo dejaré hacer de mi mañana un dolor de cabeza.

 Rodé sobre mi cama lo suficiente para verlo a la cara y tratar de estrangularlo con mi mente. Allí a un lado de mi cama se encuentra, el chico lindo y dulce que me despierta con un almohadaso todo los días, conteniendo una carcajada.

—déjame dormir. ¿Quieres? –me quejé con veneno en mis palabras. –necesito recuperar mis horas de sueño y aún son las seis de la mañana.

—te equivocas, cariño. Son las cinco.

 Un nuevo quejido indignado y agudo se me escapa, haciéndome presionar mis párpados y suspirar con cansancio. Atrapé la tela del edredón entre mis dedos, tirándolo hasta taparme la cabeza.

—no puedes hacerme esto. ¡Es injusto! –espeto, esta vez, con real enojo.

—nadie te ha obligado a trabajar en ese lugar. –me destapó por completo, revelando el hecho de que aún traigo mi uniforme. –Sufre las consecuencias, Anaís Green.

 Sin dudarlo un segundo, me tomó entre sus brazos rápidamente echándose a correr conmigo al baño para después lanzarme a la bañera y abrir la llave del grifo. Ahora si me enojé.

—¡Cristopher! ¡Demonios!

 Lo vi, a través del agua helada, huir fuera del baño con una risilla infantil.

—¡voy a matarte!

 Y así comienza una mañana de un estúpido sábado. dos meses y medio y ya es una costumbre despertar cabreada por alguna broma pesada de mi novio, o al menos desde que comencé a trabajar. Sinceramente no me gusta usar ese término, y casi nunca lo uso, siempre le llamo por su nombre completo, o Cris, o idota, o niñato; mientras que él no deja de buscar algún mote meloso y empalagoso con el que pueda llamarme.

 Una vez estando más calmada, después haberle tirado los primeros zapatos que tuve a la mano, regresé a mi habitación para darme una verdadera ducha. Cogí unos simples pantalones cortos y una sudadera gris suya para después bajar con él.

—no te ofrezco café porque sé que me lo echarás encima. –dijo con aire bromista. Sabe perfectamente que no soy capaz de lanzarle una taza de café caliente encima.

—buena decisión. –até mi cabello mojado en una coleta improvisada, acercándome al comedor.

—el lunes comenzarás la universidad. ¿Renunciarás al trabajo?

—¿qué clase de mala broma es esa? –lo miré mal. –me costó mucho convencerte de dejarme buscar un trabajo.

—te esprimes demasiado trabajando en ese lugar. ¿Podrás aguantar ir a la universidad al mismo tiempo?

—pediré otro horario. –me encogí de hombros.

—hace más de tres semanas que estás pidiendo un cambio de horario. –me echa en cara alzando una ceja.

—pero la universidad será una buena excusa. –le imité con el mismo tono burlesco. Su respuesta fue innecesaria e infantil: me sacó la lengua.

—ya, en serio. No quiero tener que pasar un susto si te llegase a dar anemia o un colapso emocional por tantas cosas en mente.

—tranquilo, doctor Violet. Sé lo que hago.

—doctor Violet. –repitió con la mirada perdida en un punto inexistente. –suena bien cuando lo dices. Me hace sentir... Superior.

 Rodé los ojos al verle tan orgullos y enaltecido con solo oír ese término. Ni siquiera se dio cuenta el gran peso de sarcasmo que llevaba cundo le llamé doctor.

—eres un idiota.

—y tu preciosa. –sonrió satisfecho con mi supuesto mote cariñoso. –también te quiero, niña –Me besó la sien antes de subir a su habitación, dejándome desayunar tranquila.

 Salir con Cristopher al principio fue muy incómodo, pué vivíamos juntos. Es decir, no puedo gritar, bailar y fantasear en mi intimidad por estar bajo el mismo techo; así que no fue nada fácil acostumbrarme a tenerlo tan apegado a mí.

 Sigue siendo un tanto incómodo pero con el tiempo empezamos a crear nuestra propia relación. No la pasamos mucho de la mano, son raras las ocasiones en la que sucede esto, y no nos andamos besuqueando en público como otras parejas lo hacen. Nuestro primer beso, que en teoría me lo robó, fue en aquel entonces cuando me llevó a sus lugares favoritos; estando juntos nuestro último beso fue hace un mes, en nuestra segunda cita y porque él me preguntó si podía besarme. Fue, a parte de tierno, un beso algo torpe, ya que nuestros dientes han chocado en el proceso.




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