—Ana.
Mi atención pasa desorientada de mi libro hasta el chico sobresaliendo de la puerta de su habitación. Viste un traje azul marino, una camisa blanca abotonada y una corbata gris. Se veía genial.
—te vez muy bien. ¿Cuál es el problema?
—que detesto el saco. –hace una pequeña rabieta. Reprimí una risa evidente, pues supe de inmediato que estaba nervioso.
—te queda muy bien. No irás a esa reunión sin saco.
—¿al menos puedo quitarme la corbata?
Resoplé ruidosamente. Cristopher estaba nervioso de nada, solo irá a cenar con el dueño del hospital donde aspira trabajar. Aunque pensándolo bien, si suena muy asfixiante.
Me levanté del sofá para acercarme y colocar mis manos en sus anchos hombros para frotarlos con delicadeza, de este modo liberarlo un poco de sus nervios. Suspiré antes de soltar.
—de cualquier forma luces bien, Cristopher. ¿No quieres llevar corbata? Quitemos esta corbata. –le animé. Enfundo su torso con el saco y despues deshago algunos botones superiores.
—oye, oye. No tan rápido. –no me fue desapercibida la forma juguetona en la que se expresó, y por eso le golpeé un hombro.
—deja de bromear. Solo así te verás más como tu, y no como un cincuentón.
—omitiré el hecho de que acabas de decir que lucía como un cincuentón hace unos minutos.
Reí sin poder contenerlo. Peiné hacia un lado sus abundantes y lacias hebras doradas.
—listo. –me alejé un paso para admirar mi obra de arte. –Ahora puedes irte y dejar de preocuparte por cómo te vez delante de ese señor. Estás muy guapo.
—sé de antemano que lo dices sólo porque eres mi novia. –masculla, tomando las llave del auto para encaminarse a la puerta. –pero, como es lindo oírlo de tus labios, te perdonaré.
Agito mi cabeza en una negativa.
—cuídate. Escríbeme en cuanto llegues.
—no lo dudes. No me esperes y, por favor –hace una pequeña pausa para mirarme en advertencia. –, no hagas otra tontería como la última vez.
—ya está. Vete. –lo corrí haciéndole señas hacia la salida. –me comportaré.
—Ana... –me señala con su dedo acusador.
—dormiré temprano. Lo prometo. –alzo mi dedo meñique, indicando que es una promesa. Sonreí, mostrándole parte de mis dientes con inocencia.
—perfecto. Adiós, preciosa. –suspira resignado. Cerró la puerta tras suyo, dejándome en un absoluto silencio.
Esperé en mi lugar hasta que el rugir del motor del auto se fuese disolviendo por la lejanía, dejé escapar todo el aire contenido para lanzarme sobre el sofá y tomar mi teléfono. Moriré si vuelve a descubrir mi fechoría esta noche. No es que esté haciendo algo indebido, es solo que a Cristopher no le agrada mi compañero de salidas.
—¿estás lista? –el divertido tono que utiliza Zack en su voz habla a través del aparato.
—aún no. ¿Vienes para acá? –susurré, a pesar de que soy consciente de que no hay nadie cerca de mí.
—llego en cinco. Mueve tu escuálido trasero antes de que se nos haga tarde y tu novio nos cache.
—ya capto. Cálmate. –le reprocho por el innecesario regaño. Cuelgo sin dejar siquiera que responda para irme a cambiar.
Simplemente nos vamos a un concierto de Twenty one pilots, estamos las horas necesarias, o hasta que creamos que debemos regresar si no queremos recibir sermones. Zack por su madre y yo por Cristopher. Según recuerdo que me aseguró, llegará pasada las doce, así que me pongo en lo zapatos de cenicienta y ejecuto mi plan de huida contra el reloj.
La última vez que Zack y yo salimos a pasear por la ciudad, solo para presenciar cómo es Nueva York de noche, y cómo la ciudad que nunca duerme brilla a oscuras. Cristopher estaba en una de las tiendas de su padre, atendiendo algunos asuntos por él, por lo que aproveché para planear esa salida con Zack. Por desgracia nuestro descuido nos hizo pasarnos de la hora y Cristopher nos encontró jugando en la máquina del gancho.
Zack, como lo podrán notar, se hizo muy amigo mío en las últimas semanas. Compartimos algunos gustos, discutimos por nuestras diferencias, y aún así no podemos dejar de juntarnos para seguir hablando de la misma idiotez una y otra vez. Mi relación con Zack no ha afectado la que tengo con Cristopher, es obvio que cree que Zack es una mala influencia, pero también toma el pequeño su interés en mí como uno de niños, por lo que no se siente intimidado. O al menos es lo que me dice.
El claxon de un auto me saca de mis cavilaciones, haciendo más apresurada la tarea de poner mis zapatos. Doy un brinco para incorporarme de mi cama, salgo de la habitación precipitándome a la sala de estar, cogí mi mochila y teléfono para salir de casa en dirección al pontiac de mi amigo.
—¿te dijo algo? –es lo primero que suelta en cuanto me ve acercarme.
—me hizo prometerle que no haría algo tonto. –digo, mientras abro la puerta del copiloto y me adentro cerrando la puerta.
—qué mala eres, Anaís. –su reclamo me sonó divertido a pesar.
—prometí que dormiría temprano. Así que, si llego antes de las doce, técnicamente dormiré temprano.