Como lo imaginé, las cosas no fueron tan normales como sabía que no iban a pasar. Me sentía extraña al ver a Zack a los ojos. Evitaba conversaciones largas con él e incluso sentarme cerca de él. Sé que debe sentirse mal por eso porque sigue siendo mi amigo por más que siguiera evitándolo. Sólo debo enfrentarme a la situación y volver a la normalidad.
Entré al gran comedor para almorzar sola, ya que Cristopher no vino hoy a clases por un mandado que su padre le encargó. Apenas me vuelvo para coger una mesa Zack estaba en una al centro del lugar. Me acerqué a él, tomando valor para hablarle y resolver aquel problema que me tiene escasa de amigos.
—hola, Zeta. –murmuré bajo y le regalé una débil sonrisa. Levantó su mirada del puré que engullía.
—oh. Anais, hola. –su rostro aún reflejaba incomodidad. Tragué duro.
—¿qué tal va nuestro tra...?
—oye, lamento haber intentado besarte –no me dejó terminar. –no era yo en ese momento. Olvidé que solo eramos amigos y me dejé llevar. –apretó sus labios en una fina linea. –lo siento.
—está bien. –le vuelvo a sonreir. Esta vez de verdad. –estás disculpado. Tú perdóname por haberte evitado éstos últimos días.
—Gracias. Descuida, me lo merecía. –me devuelve la sonrisa.
Ya recuperé a mi amigo.
Dejé mi mochila en el asiento de enfrente para entablar una conversación normal como antes. Abrí mi boca para decir algo, pero una figura me calló entrando al lugar. Emili con su cara de toda poderosa.
—es una pesada. –suspiro soltando frustración.
—¿porqué no aclaras las cosas? Ya que no le contaste a Cristopher lo que sucedió en la piscina, ¿cierto? –comienza a pincharme en la llaga.
—tu... Tu sabes la razón. –tartamudié. –No me presiones. –suspiré para tomar valor antes de cometer una tontería. Tarde.
Me levanté de mi lugar y fui a donde se encontraba Emili. Quería vomitar al estar tan cerca de ella. Tengo que moderar mis palabras y a la vez defenderme.
—¿qué quieres? –gruñe a penas llego a su lado, aún manteniendo esa estúpida mirada de pocos amigos.
Tragué duro.
—Solo quiero decirte que no pienso que sea justo lo que haces. –mi voz se agudizó unos tonos más bajo. –¿En serio harás mi vida imposible solo porque Cristopher es..?
—No. Ni se te ocurra acabar esa pregunta. –Me interrumpe levantándose de su asineto, llamando la atención de algunas miradas. –Te crees muy importante, ¿cierto? –sonrió destellando malicia por sus ojos. –Depierta, niña. Sólo porque te escogió como su juguete no quiere decir que le importas.
—no sabes lo que dices.
—claro que si. –afirma rápidamente. –y mientras el se divierte contigo yo estaré por aquí, fastidiando cada uno de tus movimientos, riéndome de lo patética que te ves siendo utilizada como el trapo viejo que eres.
No supe qué responder. Me sentí tan diminuta e inofensiva con todo lo que soltó. Cristopher no es así. O al menos es lo que yo sé.
—¿Porqué? –mi voz tembló. –¿Solo porque sí? Entiende...
—Tú entiende. –me sobresaltó su firmeza. –Te haré sufrir de las maneras más hirientes que me vengan en gana.
Abrí los ojos como plato ante tal confesión. Me siento como en secundaria. No íbamos a pelear por un chico como si estuviésemos en la escuela, ¿no?
—Y además. Ahora que lo pienso... –barre con la mirada mi persona. –..no creo que dures mucho con él, querida. No le servirías como mujer.
El estómago me dio retortijones fuertes, provocándome leves arcadas. Mis lágrimas comenzaron a caer pesadamente, pasando de mis mejillas a mis labios, y de allí se perdían en el suelo.
No quise escuchar más de sus idioteces. Entonces mis piernas actuaron por sí solas y salí volada del comedor, como alma que lleva el diablo.
—An, ¿qué haces? –la voz de mi amigo se hace escuchar por sobre las demás voces y las risas de Emili.
Me duele mucho el pecho. Siento que mis pulmones estrujan mi corazón como a una naranja. Las palabras de esa chica resuenan en mi cerebro una y otra vez, empujando más lágrimas fuera de mis ojos.
En verdad no quiero pensar que tal vez Cris está conmigo solo por lástima. No. Me niego a siquiera imaginarlo. No puedo hacerlo.
Me encerré en el baño cuando acabó el almuerzo. Me quedé allí hasta que mi pecho deje de doler y perdí dos clases. No quise ni verle la cara a mis profesores. Simplemente no me sentía yo misma.
Llegó un momento en el que no supe ni qué hora era. Mi teléfono está en el comedor, donde lo dejé junto con mis cosas cuando salí corriendo del lugar en llanto. Quizás ni haya gente en la universidad. Tenía que salir para regresar a casa o Cristopher montará un numerito por mi desaparición. Pegué un chillido al sentir tres golpes en la puerta.
—¿An? –es la voz de Zack, pero más suave, más aterciopelada. –Oye, peque. ¿Estás allí?
—dejame en paz, Zack –exclamé con voz temblorosa. No lo pude evitar.
—Tienes que salir. Cristopher está afuera acorralando a los estudiantes, sólo para preguntarles si te han visto.