Ese aroma... Es un perfume. Un perfume masculino, suave y delicioso. El olor es tan embriagador que se me hace difícil alejarme... No, un momento. No es el perfume, son unos brazos. Los brazos de mi Cristopher. Estoy abrazada al chico que me rescató de mi auto destrucción; el chico que no le importa mi pasado y quiere un futuro conmigo; el chico a quien confié mi ser por completo... O al menos siento que es él.
Estos brazos son delgados, los de mi Cris no lo son. Siento que la confección de esta figura es menos voluptuosa y más frágil. En definitiva no es Cristopher... Pero, entonces, ¿quién es?
Con mucha curiosidad abro mis ojos y elevo mi mentón de apoco. Solo para poder observar el rostro de la persona que me aprieta con tanto cariño. No pude divisar bien su mirada, ni siquiera el color de sus ojos. Se separó de mí lentamente y tomando de mi mano me hizo andar junto a él.
Allí estaba. No veía su rostro o siquiera su perfil. Sólo su espalda y la claridad de su cabello castaño luminoso.
—Todo va a estar bien, Ana. –Expresó con voz dulce. –Nunca te dejaré.
Dijo sin mirar atrás.
No sé muy bien porqué, pero sé que son mentiras.
***
A medida que el trimestre va avanzando la universidad se pone pesada que al inicio. Mi día a sido de salón en salón, llego a casa a estudiar mientras ceno y duermo a las tantas de la madrugada para levantarme muy temprano en la mañana. Después de cumplir los cinco meses viviendo en casa se mi novio mi día ha sido cronometrada, al igual que la de Cris.
Muy poca son las veces que cenamos juntos y hay veces que ni llega a casa a cenar. Se ha involucrado en la empresa de su padre más de lo que imaginé que lo haría, ya que la vez que lo conocí me quedó muy claro que no le interesaba hacerse cargo de ella. No me quejo al respecto, de hecho me agrada que, después de dejar la casa de sus padres, esté más a menudo trabajando con ellos.
Los fines de semana o me doy el lujo de salir con mi novio al cine, o mi mejor amigo me incita a escapar de noche, cuando las luces de la ciudad están en su máximo esplendor. Y aún así son muy pocas veces que tengo tiempo de hacer esas cosas.
—¿Cristopher no vendrá?
Negué tranquilamente, avanzando en la fila para el almuerzo.
—Está en una conferencia en el auditorio. –mostré mi mejor sonrisa. –Con los mejores doctores del país.
—Escuché que en cuanto consiga su título conseguirá un trabajo en uno de los más grandes de aquí.
Sonreí aún más amplio con su comentario. Cristopher ha trabajado tan duro en sus estudios que no me sorprendería si consigue instalarse en el mejor hospital de Nueva York.
—Estoy muy contenta por él. Espero alcanzarlo muy pronto.
Tomamos nuestras charolas repletas de comida y nos retiramos a nuestra mesa.
—¿Salimos hoy? Podemos ir al arcade, o tomar el metro a Coney Island.
—Estamos entrando a diciembre. Hace mucho frío como para ir a Coney Island.
—Bien, entonces tomemos un café después de clases. –sentencia, probando un bocado de su sándwich.
—De acuerdo. Pero sólo porque hoy estoy libre de tareas. –suspiré mostrando el alivio de no estar nadando en deberes. –y podemos ir al arcade.
—¡Si! –celebra en susurro con un gesto victorioso.
Zack siempre ha comentado que paso mucho tiempo con Cristopher, que no es necesario porque, a la final, vivimos juntos. Por esa rozón acepto a salir con él mientras Cris esté ocupado. La amistad entre estos dos sujetos ha progresado mucho, pero a Cristopher no se le quita de la cabeza el hecho de que a Zack le atraigo un poco.
—¡Oye, tu! –el estruendo de una voz femenina irreconocible me saca de mis cavilaciones.
La figura de de una chica súper alta, de cabello negro y largo, y vestida con un enterizo de shorts se aproxima, a pasos poderosos, hacia la mesa que comparto con Zack.
—Ella es... Es Sarah. –dice Zeta, y de pronto me interesó escucharle. –Una ex de Cristopher. –susurró para ambos y mi corazón se detuvo.
Nunca me habló de una ex-novia.
—¿Tu eres la pequeña zorra roba novio? –inquirió apenas se detuvo junto a mí.
Me puse de pie al sentirme intimidad por su tamaño y figura. Se nota que cuida más de sí misma que a otra cosa, pero no voy a dejarme amedrentar.
—Espera ahí, Sarah. –Zack imita nuestra acción y se coloca de pie para interponerse entre nosotras. –A ella no la metas en líos. Habla con Cristopher.
—A un lado, Mckain. –Ordenó ella sin dejar de verme fijo.
De mis labios no salía ni un quejido, solo estaba allí, mirando a sus oscuros ojos sin saber si debo parpadear o no.
—Sarah, en serio. Vete ya. –Habló mi amigo, intentando mantener su paciencia a raya.
—¿Puedes cerrar la boca? –escupió, hastiada en demasía, y vuelve a volcar su vista a mí. –¿Qué tanto ves? ¿No dirás nada, mocosa?
—Yo... Ni siquiera sé quien eres. –Tragué duro después del ataque de titubeos y su respuesta solo fue un gesto intimidante con la ceja. –Mira, no quiero que esto llegue a un pleito, ¿si?