Memoria rota

Capítulo 28

El zumbido irritante de la alarma de mi teléfono vibra bajo mi almohada, haciendo que mi interior vibrara, sumándole una estúpida punzada en mi cabeza. Quería levantarme. Traté de levantarme, pero ni siquiera mis ojos ceden y se me es complicado abrirlos de lo pesados que están. Trato de quejarme por el dolor de cabeza pero la falta de humedad en la boca me lo dificultó.

 Definitivamente esto no es un bonito despertar.

 Hice el mayor esfuerzo para abrir mis ojos hasta que lo logré, impulsé mi cuerpo para incorporarme y en cuanto lo hice se me fue el mundo. La cabeza comenzó a darme vuelta y mi estómago se revolvió provocándome terribles ganas de devolver lo que sea que haya almacenado allí dentro. Corrí al baño rápidamente y entonces dejé mi alma en el inodoro.

 No quería pero inevitablemente recuerdo bien lo que ocurrió anoche. Fue un desastre total, no esperaba explotar como lo hice ayer con Cristopher, pero sinceramente estaba cansada de vivir con problemas y dolor. Me duele no saber de mi pasado y más aun me duele que Cristopher no me apoye en la búsqueda de este. No sé por qué pero tengo mucho miedo de lo que se aproxima ahora.

 Una vez calmada y cambiada me armé de valor para salir de la habitación y enfrentar lo temido. Fui hasta la planta baja y justo allí estaba él sentado en el comedor con una taza de café a la mano.

 —Buenos días, Ana. ¿Todo en orden? –dice algo severo, sin mirarme directamente.

 —Estoy algo mareada –murmuré avanzando unos pasos hacia él –. La cabeza me duele como mil demonios.

—Te embriagaste lo suficiente como para dormir todo el día. Pensé que no irías a clases hoy. –comenta poniéndose de pie.

—Sí iré. –aseguro regresando mis pasos a mi habitación, pero su voz me detiene.

—Deberías mejor pasar la resaca en casa.

 Me giré sobre mi eje para encararle. Ya me estaba cansando de su tono, no escapé de un maldito orfanato para que me trataran igual que como lo hacían allí.

 A la mierda con todo. A la mierda la amabilidad. A la mierda la vulnerabilidad. A la mierda con su maldito enojo.

—No perderé clases por una resaca. –escupé algo agresiva, más de lo que había planeado. Su silencio me hizo entender que captó lo colérica que me he puesto, su ceja levemente arqueada me miró con indignación. –iré a cambiarme y nos iremos a la universidad.

 Volví nuevamente a darme la vuelta, dispuesta a salir de esa sala.

— ¿Crees que te dejaré ir en ese estado? –habla de nuevo pero no pienso hacerle ni un poco de caso. –bebiste demasiado, Ana. ¿No ves que me preocupo?

—¡Pues deja de hacerlo! –le espeté en un grito que no pretendía soltar. –si bebí fue porque tú me impulsaste a hacerlo.

—Mi intención no era hacerte perder el conocimiento.

—No perdí el conocimiento, Cristopher. –apreté los dientes, aguantando las estúpidas lágrimas que no piden permiso para salir. –recuerdo perfectamente lo de anoche. Todo.

 Mordí mi labio inferior para que dejase de temblar. Sus ojos llameantes me desafían. Jamás pensé que me miraría así, como si hubiese hecho lo imperdonable para él.

—Bien. –dice, pasando con cierto nerviosismo una mano por su cara. –¿Qué es lo que querías decir con lo de anoche?

 Di unos pasos para estar más cerca y poder hablar tranquilamente.

—Necesito que me digas lo que sucede contigo. –fui al grano. –Quiero que hables conmigo, Cristopher.

—No se de que "actitud" estás hablando. –alzó un poco la voz, lo cual no me gustó para nada.

—¡¡De esa actitud que tomas cuando te pregunto qué te pasa!!

—¡¡Es porque me molesta que lo hagas!!

 Llevé mis manos a mis cabellos y los halo con violencia. Gritar no nos lleva a ningún lado, y está afectando mi dolor de cabeza. Respiré hondo con mis ojos cerrados, apretando mis párpados con fuerzas. Odio esto.

 Exhalé el aire que no sabía que contenía para poder soltar lo siguiente.

— ¿Por qué tú y tu madre actúaron extraño cuando estaba aquí? –dije más calmada esta vez.

— ¡Eso no debe ser tu asunto! –sigue sin disminuir su tono de voz. Ahora veo que no piensa ceder.

— ¿Por qué no? –cuestioné de una forma que sonó a reproche. –Antes me contabas todo. Me confiabas todo. ¿Por qué esto no?

—Porque no eres parte de mi familia. –contestó, y ese fue el momento perfecto para mandar todo a la mierda. –No te incumbe mis problemas familiares.

 No puedo creer que haya dicho eso. ¡Diablos, sí lo dijo! No me considera parte de su familia. ¿Entonces qué hago aquí?

 Intenté calmarme, pero las lágrimas salieron por sí solas.

—Por favor... Dime que eso ultimo lo dijiste sin pensar. –tragué duro, preparándome para oír su respuesta, la cual no llegó.

 Asentí para nadie en específico y corrí a mi habitación, cerré mi cuarto con seguro. Me lancé a mi cama para explotar en lágrimas como una idiota desilusionada a la cual su burbuja de felicidad acaba de estallar con unas simples palabras.

 Quiero huir, quiero golpearlo, quiero odiarle tanto como para herirlo como lo estoy ahora. Debería dejar de llorar y gritarle que se vaya a la mierda, pero eso me haría sentir infantil y odio que él me trate como a una niña.




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