El frío mordía su piel, pero Vail no lo sentía.
Estaba de rodillas en el suelo, con la vista clavada en sus manos temblorosas. Manchadas de rojo. Un rojo tan oscuro como la noche que la rodeaba. Su aliento salía entrecortado, y su pecho subía y bajaba con desesperación.
—No… No… —susurró, su voz quebrada, sin reconocerla como propia.
A su alrededor, la niebla se arrastraba como sombras vivas, devorando los contornos de la realidad. Solo el fulgor pálido de la luna iluminaba la escena. Un fulgor antinatural. Como si estuviera observándola. Como si lo hubiera visto todo.
Un ruido, un murmullo lejano, y el mundo pareció sacudirse.
Vail sintió un golpe en el pecho, como si algo dentro de ella se desgarrara. Algo invisible se rompió en mil pedazos, y un torrente de energía helada le recorrió la espalda. Su piel ardía, sus ojos se abrieron de par en par. Su visión se nubló con un resplandor plateado.
No entendía lo que ocurría. Solo sabía que algo se había desatado dentro de ella. Algo que no podía controlar.
Y entonces, el viento rugió.
La luna, antes pálida, centelleó con un brillo cegador. Un lamento retumbó en la distancia. Y el mundo, tal como lo conocía, nunca volvió a ser el mismo.