Memorias Ancestrales

Capítulo IV: Pactos de Sangre (Días después)

El elegante carruaje de la familia real de Vesperholt avanzaba por el angosto camino de piedra, rodeado de densos bosques cuyos árboles parecían inclinarse como sombras vivientes bajo la neblina. En su interior, el Rey Onyx Delacroix hablaba con calma a su hijo, Nicholai, mientras el traqueteo de las ruedas acompañaba su voz.

—Cuando lleguemos a Silent Hollow, te comportarás con respeto. Esta unión no es solo un compromiso, es el destino de nuestro linaje —dijo el rey con severidad, observando al niño con sus fríos ojos grises.

Nicholai, el vivo reflejo de su padre, asentía sin protestar. Su semblante era serio para su corta edad, pero su mente inquieta no comprendía del todo por qué debía vincularse con alguien que ni siquiera conocía. Su mirada se perdió en la ventana del carruaje mientras observaba la silueta de un castillo gótico recortarse contra el cielo nublado. Su estructura oscura, con altas torres y ventanales de vitrales, le daba un aire tan imponente como siniestro. Silent Hollow era diferente a su hogar; más sombrío, más antiguo, más… vampírico.

Al llegar a las enormes puertas del castillo, un grupo de sirvientes los recibió con reverencias. Onyx descendió primero, seguido por su esposa Lamia y su hijo, que mantenía una postura rígida. Vladislav los esperaba con su porte majestuoso y su eterna expresión calculadora.

—Bienvenidos a Silent Hollow —dijo con su profunda voz, inclinando levemente la cabeza.

Las formalidades duraron poco. Onyx y Vladislav se dirigieron inmediatamente al despacho, donde el destino de sus hijos sería sellado con palabras y un apretón de manos.

El despacho de Vladislav era tan oscuro como el resto del castillo, iluminado solo por la tenue luz de los candelabros que proyectaban sombras alargadas en las paredes de piedra. Onyx se sentó frente a su anfitrión, tomando la carta que semanas antes había recibido.

—Acepto la propuesta —dijo finalmente, con voz firme. —Nuestros hijos se casarán cuando tengan la edad adecuada, y con ello, aseguraremos la continuidad de nuestros linajes.

Vladislav esbozó una sonrisa calculadora, como si cada movimiento estuviera planeado con precisión.

—Sabia decisión, Onyx. La pequeña será criada como una de los nuestros, sin distinciones.

El Rey de Vesperholt entrecerró los ojos, dudando por un momento. Su mirada viajó a la ventana, donde el paisaje desolado de Silent Hollow se extendía más allá de lo visible.

—Espero que así sea —dijo con tono neutro.

—No hay de qué preocuparse —respondió Vladislav con tranquilidad. Luego, con un dejo de frialdad, agregó: —Mi hija será educada para ser digna de tu familia. Cuando cumpla quince años, se le concederá la inmortalidad para dejar de ser una simple humana.

Onyx asintió en silencio, aunque su mente aún procesaba aquellas palabras. ¿Cuán diferente sería aquella niña cuando creciera? ¿Realmente un alma humana podía ser moldeada para convertirse en un verdadero vampiro?

Pero los pactos de sangre no se cuestionaban. Se cumplían.

Mientras tanto, en los pasillos del castillo, Lamia e Isabelle guiaban a Nicholai hasta la habitación donde dormía la niña que se convertiría en su esposa en el futuro. La habitación era cálida y estaba iluminada con una suave luz de velas. La pequeña Vail dormía profundamente en su cuna de madera tallada, rodeada de mantas de seda. Su respiración era tranquila, ajena al destino que acababan de sellar sus padres.

Nicholai se acercó con paso indeciso. Su rostro infantil reflejaba disgusto al observar a la frágil criatura que dormía sin preocupaciones. Sus ojos claros la recorrieron con desdén antes de soltar con voz baja, pero cargada de desprecio:

—Es… fea. Y no es como nosotros. ¿Por qué tengo que hacerlo?

Lamia sintió un escalofrío recorrerle la espalda ante la crudeza de su hijo. Miró de reojo a Isabelle, esperando una reacción, pero la mujer solo sonrió con calma.

—Mi príncipe, estas son las tradiciones de nuestra familia —dijo Lamia con suavidad, arrodillándose a su altura para mirarlo a los ojos. —Tu padre, Su Majestad, solo quiere lo mejor para ti.

Nicholai no respondió de inmediato. Volvió a mirar a la bebé, ahora con una mezcla de desagrado y curiosidad. No entendía cómo alguien tan insignificante podría estar destinado a compartir su vida con él.

—No se preocupe, Lamia —intervino Isabelle con una sonrisa amable. —Los niños son sinceros. El tiempo hará que comprenda la importancia de esta unión.

Las dos mujeres salieron de la habitación, intercambiando algunas palabras mientras se alejaban. Nicholai, en cambio, permaneció un momento más junto a la cuna. Observó cómo la pequeña Vail dormía sin notar su presencia, su pequeño pecho subiendo y bajando con cada respiración.

Finalmente, soltó un leve bufido y se dio la vuelta, siguiendo los pasos de su madre sin mirar atrás.

La bebé, ajena a todo, continuó durmiendo plácidamente… sin saber que su existencia ya había sido vendida a un destino que nunca eligió.




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