Memorias Ancestrales

Capítulo VI: Lazos Prohibidos

La mañana caía serena sobre el reino de Silent Hollow, donde la niebla matinal aún flotaba sobre las calles adoquinadas como un manto etéreo. El aire fresco se sentía húmedo en la piel, y el susurro del viento acariciaba las fachadas de las casas. Entre la brisa fría, una silueta femenina se deslizaba con elegancia por los callejones del reino. Moon Vathory, con su largo cabello negro como la noche y ojos de un azul intenso, caminaba con determinación, como si cada paso estuviera cargado de secretos. Había algo en su andar, una presencia que pareciera decir que no pertenecía a este lugar, aunque la ciudad la conociera bien.

Con un suspiro que rozaba la resignación, alzó la mano y tocó el timbre de una de las casas más distinguidas del lugar. El sonido del timbre resonó en el aire, y la puerta se abrió casi al instante, revelando a un hombre de porte firme y rasgos similares a los de ella. Dante Vathory, su hermano mayor, la miró con una mezcla de sorpresa y calidez. Cuando sus ojos se encontraron, una sonrisa franca y llena de afecto apareció en su rostro.

—¿Moon? —su voz reflejaba sorpresa, pero también alegría—. Qué agradable sorpresa… hace mucho que no sé nada de ti. Anda, pasa.

Sin dudarlo, la abrazó con un gesto fraternal, envolviéndola en la calidez que solo un hermano podía ofrecer. La guía hacia el interior de la casa, donde el aroma a pan recién horneado llenaba la sala. El sol matutino, filtrado a través de las cortinas, bañaba la estancia en una luz suave, creando un ambiente acogedor que contrastaba con la frialdad que Moon sentía dentro.

Allí, sentado en un sillón con un libro entre las manos, estaba Caleb, el hijo mayor de Dante. El niño, de diez años, con su cabello castaño y ojos azulados, alzó la mirada al ver a Moon, y su rostro se iluminó con una sonrisa amplia.

—¡Tía Moon! —exclamó con entusiasmo, cerrando el libro con un golpe sordo—. Qué gusto volver a verte.

Moon no pudo evitar sonreír, sorprendida por cuánto había crecido el pequeño. La última vez que lo vio, apenas podía caminar.

—Vaya, Caleb… ¡eres un niño grande ahora! Me imagino que tu hermana Lysith también debe haber crecido bastante. La última vez que la vi apenas era una recién nacida.

En ese instante, Alani, la esposa de Dante, entró en la sala. Llevaba a Lysith en brazos, una niña pequeña con rizos oscuros y ojos vivaces que observaban con curiosidad. Con una sonrisa amable, Alani dejó a la niña en el suelo y la animó a saludar.

—Vamos, Lysith, saluda a tu tía Moon.

Pero la pequeña frunció el ceño con intensidad y, con una vocecita chillona, exclamó:

—¡No! ¡Ella es una bruja!

La exclamación salió como un puñal directo al corazón de Moon. Antes de que alguien pudiera reaccionar, la niña dio media vuelta y salió corriendo de la sala, dejando un silencio tenso en el aire.

Moon parpadeó, sorprendida. Su expresión se endureció apenas un instante, pero rápidamente disimuló su disgusto con una sonrisa tensa.

—Parece que la pequeña me ha confundido con esos seres mágicos inútiles… —murmuró con desdén, la voz cargada de un rencor que no lograba ocultar por completo.

Dante apretó los labios con incomodidad y le lanzó una mirada severa a su esposa.

—Lo siento mucho, Moon —se apresuró a decir—. No sé de dónde sacó esas palabras.

Inmediatamente, giró la cabeza hacia su hijo mayor y lo observó con un gesto inquisitivo.

—Caleb, espero que no le estés enseñando a tu hermana esas tonterías.

El niño negó rápidamente con la cabeza, nervioso.

—¡No, papá! Yo nunca le diría eso…

Moon suspiró, levantándose del sofá con aire despreocupado mientras alisaba su vestido. A pesar del incidente, su porte seguía siendo elegante, como siempre.

—No importa, Dante. No me afecta lo que diga una niña de dos años.

Dante la miró con una expresión que oscilaba entre la preocupación y la frustración, pero no dijo nada más. En ese momento, Caleb aprovechó para pedir permiso, como si quisiera desviar la atención de lo sucedido.

—Papá, ¿puedo ir al parque central? Quedé en encontrarme con unos amigos.

Dante dudó un instante, mirando a Moon con algo de preocupación, como si quisiera que su hermana se quedara un poco más, pero finalmente asintió.

—Está bien… pero recuerda lo que te dije. Mantente lejos de los Strauss. Sé que el hijo del rey tiene tu edad, pero su familia nos odia, y él no es la excepción. No quiero problemas, ¿de acuerdo?

El niño asintió sin decir palabra, y salió corriendo por la puerta.

Moon observó en silencio cómo se alejaba, mientras Dante, con una mirada llena de desconfianza, la miraba de reojo. Sabía que los problemas entre sus familias eran algo complicado, pero no podía evitar preocuparse por el futuro de sus hijos.

Mientras Moon se alistaba para salir también, Dante la miró con cierta preocupación, como si intuyera lo que su hermana iba a hacer.

—Moon… dime que no vas a ver a Vladislav.

La expresión de Moon se endureció al instante. El simple nombre de Vladislav era suficiente para que un torbellino de emociones encontradas atravesara su pecho.

—No —respondió con frialdad, sin mirarlo a los ojos—. Pero gracias por recordarme ese amargo momento.

Sin decir más, giró sobre sus talones y salió por la puerta, dejando a Dante con un sentimiento de impotencia que no podía expresar. Sabía que había cosas en la vida de su hermana que nunca comprendería.

Mientras tanto, en el parque central, la risa de los niños llenaba el aire fresco de la mañana. Caleb, acompañado de su mejor amigo Zen, caminaba alejándose del bullicio. Aunque los demás niños jugaban sin preocupaciones, ellos dos se habían apartado, buscando algo más que simples juegos infantiles.

Ambos se sentaron en una banca de piedra, mirando el cielo mientras el sol comenzaba a elevarse.

—Es una tontería… —dijo Zen, pateando una piedrecilla—. Todo eso de nuestras familias.




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