Los pasillos del castillo de los Strauss resonaban con el eco de los pasos firmes de Vladislav. Su rostro, tallado en piedra, reflejaba una impaciencia que contrastaba con la quietud del lugar. Buscaba a Zen, su hijo, el heredero, cuyo entrenamiento no podía esperar.
Se encontró con Isabelle, su esposa, una figura de serenidad en medio de la tensión. "¿Zen?" preguntó Vladislav, su voz un eco de autoridad.
"Ha salido", respondió Isabelle, su voz suave pero firme. "Necesita respirar, Vladislav. No podemos encerrarlo entre estas paredes eternamente".
El ceño de Vladislav se profundizó. "¿Y a dónde ha ido? ¿Con quién?"
"Con un amigo", respondió Isabelle, su mirada desviándose. "Un niño de su edad".
"¿Un amigo?" Vladislav escupió la palabra con desdén. "¿Un amigo de qué clase? Espero que le hayas advertido sobre los Vathory".
Isabelle suspiró, su paciencia al límite. "Vladislav, ¿cuánto tiempo vamos a arrastrar este odio ancestral? Son niños".
"Son herederos", corrigió Vladislav, su voz fría como el mármol. "Y los Vathory son... peligrosos".
Se alejó, dejando a Isabelle con sus palabras no dichas, un eco de frustración en el silencio del pasillo.
Mientras tanto, en las habitaciones más alejadas del castillo, Vail, ahora una niña de dos años, jugaba ajena a las tensiones que recorrían las paredes de piedra. Sus ojos violetas brillaban con curiosidad mientras exploraba los pasillos, un reino de secretos para su mente infantil.
Una ráfaga de humo negro se materializó ante ella, una sombra en la luz tenue del pasillo. Moon Vathory emergió, su sonrisa un enigma. "Hola, pequeña", dijo, su voz suave como la seda. "¿Cómo te llamas?".
"Vail", respondió la niña, su voz un susurro.
"Vail", repitió Moon, su sonrisa ampliándose. "Un nombre hermoso. ¿Quieres ser mi amiga?".
Vail asintió, sus ojos fijos en la mujer misteriosa.
"Seremos amigas secretas", susurró Moon, su voz un hechizo. "No le digas a nadie que me has visto. ¿Entendido?".
La niña, aún sin comprender la gravedad de la situación, asintió inocentemente. Moon, con su sonrisa enigmática, se desvaneció en la misma ráfaga de humo oscuro en la que había aparecido. Vail, sin más preocupaciones, regresó a sus juegos, corriendo nuevamente por los pasillos, ajena a lo que realmente significaba aquel encuentro.