El agua fría recorre todo mi cuerpo. Empiezo a nadar en la poza creada en el pequeño riachuelo de mi bella comunidad. Y sí, sé que muchas veces dije que odiaba estar aquí, pero hoy no me quiero ir. Quiero ir a ver el partido de béisbol de mi hermano. También quiero ir a las montañas y recorrerlas un poco. Quiero caminar por los caminos de tierra y llenarme de polvo los pies. También quiero llegar a mi casa y poder tomar un buen vaso de fresco para calmar la sed.
Hoy empiezo a encontrar paz. Y sí, esta mierda ya no me interesa. Sus malas caras, la verdad, me dan risa. Pero bueno, ni modo, toca salir de acá. Entonces me puse a pensar que este libro será todo un reto por el hecho de no saber cómo contar las anécdotas de mi infancia. Y sí, pasaron muchas cosas: pobreza inmensa, violencia, superación, momentos felices, así como también recuerdos que me hacen ver que mi niñez no estuvo tan mal.
Es hermoso ver el campo cubierto por el sereno de la noche, el rocío adornando las telarañas tejidas en los alambres que dividen los territorios de cada vecino. Entonces procedo a lavarme la cara con una pana de agua fría para luego sentarme a beberme una taza gigante de café hecho en fogón. Delicioso cada sorbo de ese café. Y cómo no, si está hecho por una anciana de pelo blanco, esa anciana a la que llamo abuela, la que quiero mucho, la que me consiente todo el tiempo cocinando un huevo de sus gallinas, el cual agrega al gallo pinto para que sea mi desayuno más nutritivo.
Se hacen las 12 del mediodía. Mi amigo trabajando y yo encerrado en casa, esperando que regrese para repetir la primera acción. Sí, en efecto, ir a nadar un poco a la poza, que, como dije antes, fue creada de forma artesanal, sin plata para pagar una piscina. Pero es que sin piscina somos felices. Eso es lo que nos mantiene aquí, porque estar ahí es sentirnos niños otra vez y volver a contar las historias de la infancia casi infeliz.
Y me gusta que haya un párrafo que no tiene nada que ver con el escrito. Pero bueno, es que esa es mi esencia: meter cosas que nada que ver. Y no es solo en los escritos, si me vieras en persona, sabrías que incluso en la conversación más seria me desvío y, de la nada, suelto un comentario que no tiene nada que ver con el tema. Pero bueno, la vida quizás no mejora, pero las memorias de antaño comienzan a salir de mi cabeza.
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Editado: 25.04.2025