Memorias de Antaño

Valentine.

La muerte es lo único inevitable en este mundo. El tiempo nunca se detiene para esperarte. La muerte siempre está al acecho, en cualquier rincón. El amor no existe, nunca existió, y nunca existirá.

Entonces dime: ¿desde cuándo llamamos amor a la obsesión? ¿Desde cuándo esperamos horas, semanas, meses, incluso años, por personas que no sienten la misma obsesión que tú?

Personas que se convirtieron en una debilidad, una grieta por donde caíste hasta lo más profundo del abismo. Pequeños detalles bien disfrazados nos hicieron perder la cabeza por unos instantes, para luego dejarnos hundidos en las horas más vacías y aburridas de nuestras vidas.

Pequeños momentos minuciosos en los que disfrutamos estar uno al lado del otro. Instantes de perversión donde podíamos dejar de ser nosotros mismos y convertirnos en uno solo. Copular de la forma más perversa y romántica. Momentos de obsesión por tu cuerpo, que envenenaba cada pensamiento.

Cada movimiento de tus caderas me hacía tambalear la cordura incluso en momentos de paz. Tus pechos abultados me atrapaban en un éxtasis que ni la droga más fuerte puede causar. El ancho de tus piernas me hacía desear probar tu cuerpo una y mil veces. Tus ojos me decían que ahí debía estar, pero tus acciones gritaban que saliera corriendo.

Me pregunté qué era lo que me estaba matando: si era tu cuerpo o la maldita obsesión que nació después de abrazarte y probar tus labios con sabor a fresa. Me estaba matando… y tú eras parte de mi agonía, Valentine. Mi debilidad. Mi más virtuoso pecado. Mis ganas de saber, por fin, qué carajo es el amor verdadero.

Dudando de la existencia de Dios, me arrodillo y le pido, aunque sea por última vez, que me permita un encuentro fortuito contigo. Que podamos hablar unos minutos, vernos a los ojos y besarnos con la misma pasión de aquella primera vez. Y entonces, llevarte a mi cuarto, y hacer el amor copular con ese cuerpo tuyo, lleno de alegría, de esperanza, de maldita adicción.

No sé qué hacer con todo el amor que siento por ti. No sé qué hacer con esta maldita obsesión por tu cuerpo y tu forma de querer. No sé qué hacer. ¿Debo correr a tus brazos o dejarte ir de una vez?
Dime, ¿debo besarte y perderme en la dulzura de tus labios, o seguir fingiendo que no me destruyes cada vez que te pienso?
Dime, Valentine… ¿qué haré cuando te vuelva a encontrar?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.