Memorias de Antaño

Pecadores.

Pecadores del mundo, gente como yo, que no cree y no quiere creer: te digo, hermano, este camino no es el correcto. Y si tienes la oportunidad de elegir un buen camino, un camino mejor que este, tómalo, y no cuestiones las buenas decisiones.

Déjame escribirte sobre lo mucho que te amo y sobre lo mucho que amo escribir. Dime que sí me amas, aunque sea mentira, porque yo te amo, y esa es la verdad. Lloro cada noche por ti, pero mi decisión fue tomada: ya no te quiero cerca de mí. Ya no más.

Maldito como los demonios de la noche, esos que llaman vampiros, esa gente maldita, mitad humano y mitad murciélago, que anhela probar sangre y satisfacer su necesidad de sobrevivir… Yo quiero besarte y perderme en tus ojos para satisfacer mi necesidad de amar. Déjame desangrarme por ti. Yo botaré mi sangre y derramaré cada gota por ti.

Mala vida la mía, mala mía ser impuro, mala mía no ser el más correcto, ser un mal nacido. No creí en los demonios ni en las malas personas. No creí en Dios. No creí en muchas cosas. Siempre dudé de todo. Pero hoy supe que soy un maldito demonio, un asqueroso pecador. Ya no dudo de que Dios exista ni de que los espíritus malignos caminen entre nosotros, porque yo existo. Y eso es prueba suficiente de que existen tales cosas.

Prefiero dañarte y protegerte de mí mismo a dejar que me ames más y terminar hiriéndote como siempre lo hago. A veces lloro por la falta que me haces, pero es mejor que yo esté solo a que tú estés con el mal a tu lado. Prefiero mi soledad, y la tuya, si eso significa que estarás bien y serás feliz en el futuro.

Pecadores, todos ustedes que juzgan y que tratan de inclinar la balanza a su favor. Pecadores aquellos que quieren hacer todo perfecto, dejando mal al prójimo para luego lavarse las manos como Pilato.

Yo no soy diosa, mucho menos Lucifer. Solo soy yo, un simple humano, con la certeza de que todo cambia, y de que las personas cambian —para bien o para mal. Mi maldición: ser odiado por hablar, por expresar lo que siento y lo que creo. Condenado a ser un hombre que vaga por las calles solitarias, como su propio ser.

Si yo, en la antigüedad, fui un esclavo, entonces los algodones se llenaron de mi sangre por ser un rebelde sin causa. Las rosas blancas se tiñeron de rojo cuando decidí ser un hombre libre, sin ataduras. Rompí las cadenas que me mantenían aprisionado para luego matar al que se creía superior.

Quizá en la antigüedad también disfrutaba de escribir sobre mi vida, sobre el amor que anhelo tener. Un amor que, poco a poco, llega… que con cada segundo, minuto, hora y día se hace presente en cualquier situación. Quizá en la antigüedad también fui juzgado y condenado a la horca. Quizá también dudé demasiado y fui quemado en la hoguera donde morían los blasfemos.

Pecadores, todos los que quieren ser mejores sin esforzarse. Pecadores, quienes quieren humillarme con su sello de “grandes personas”, pero que son basura a la hora de enfrentar a alguien como yo. Muerte para quienes odian lo que soy, y vida eterna para quienes no desean ser como yo… y quieren ser mejores.




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