Memorias de Antaño

YL.

Para ser sincero no creí que funcionaría, pero aún así quería disfrutar esos cuatro días. A pesar de saber que no tendría mi celular a mano durante cuatro días, yo me sentía bien y quería disfrutar, aunque en mi cabeza no iba con planes de acercarme a Dios. El primer día fue raro, tanta gente que no conozco y comenzaron ciertas inconformidades, pero luego de entrar en confianza las cosas cambiaron.

¿Reflexión? ¿Qué es eso? ¿Por qué tenemos que reflexionar sobre una historia de un tipo que no conocemos? Pero luego entendí que la historia de esa persona no estaba tan alejada de la historia real de nuestras vidas. Cada momento en el que él habló no pude evitar sentirme juzgado o culpable, y no porque él me apuntara a mí directamente, sino porque soy consciente de la cantidad de errores que he cometido y soy consciente de que a veces no suelo actuar de la mejor forma. Después de ese primer día me di cuenta de que los momentos de reflexión eran para interiorizar nuestros más profundos traumas.

No puedo evitar decir que vi muchos rostros lindos y cuerpos excepcionales, pero tampoco puedo evitar decir que en sus ojos vi hipocresía y en otros noté las ganas de buscar un cambio, un cambio como el que yo buscaba. Tampoco puedo evitar decir que la comida fue deliciosa y que sentí que podría vivir toda mi vida así, solo pasando de una actividad a otra. Pero lo malo es que ese campamento no dura toda la vida, sino cuatro días que a mí parecer es más que suficiente para conectar con Dios.

Te comento que sentí que mi corazón estaba destrozado, así como el corazón de Susana, y que a consecuencia de eso, yo apuntaba a los demás diciendo que era culpa de ellos cada uno de los errores cometidos por mi persona. Así también sé que he vivido tanto tiempo en el pecado y sentía que Dios me había abandonado, y también me avergonzaba de los pecados cometidos por alguien que no quería ser mejor pero sin Dios en su corazón, y ese alguien era yo. Jamás creí que cada situación que pasaba en esos días me hacía sentirme mal, al igual me hacían soltarlas con facilidad.

También conocí personas que mostraron que podía confiar en ellos, como también conocí a personas que le detestan aún después de decir que sí aceptaron a Dios. Yo opino que no importa, ya estoy bien con quien yo quería, y ese alguien es Dios. Así que mírame mal todo lo que quieras y dime todo lo que quieras, yo no dejaré de ser yo por lo que tú piensas de mí. Yo estaré bien callando y descartando todo pensamiento que me haga llegar a tu lugar, y también te digo que yo estaré bien sabiendo que Dios me perdonó.

20 minutos, sí, 20 minutos que se hicieron largos para mí, como si fueran horas. Pude comprender que para cosas que no valen, el tiempo pasa volando, como estar con el celular, como estar en el pecado. Cosas que ante nuestros ojos vendados se ven bien o se sienten bien, no duele tanto sentir que el tiempo pasa tan rápido cuando realmente nada de eso vale la pena. 20 minutos. Aclaro que al principio no creí poder conectar con Él, es más, creí que sería imposible poder tener una conversación. Pero bien, las luces se apagaron, 20 minutos. Decidí sentarme en la orilla del puente frente a la laguna. No sabía cómo iniciar la conversación, así que decidí romper el hielo con una sola pregunta: ¿Estás aquí conmigo? Si es así, ¿puedes darme una señal? Entonces me acosté en el duro cemento y posé mi mirada hacia el cielo y dije: si quieres que hable contigo, déjame ver las estrellas en este cielo oscuro. Y justamente noté cómo el cielo se despejaba y dejaba ver las estrellas. Fue justo cuando decidí hacer todas las preguntas que me estaban estancando, y me escuchaste con paciencia. Me dijiste que no lo estaba haciendo mal, que lo estoy haciendo bien y que no me preocupara, que Él sería quien me guiara para encontrar la paz que tanto he anhelado. Después de eso escuché a muchos llorar y no sabía qué hacer. Me pregunté que si yo había conversado con Él, ¿por qué yo no lloré? Y entonces Él dijo que ya había llorado mucho, que Él estuvo ahí presente en cada ocasión donde yo me sentía perdido y estuvo presente cada noche en la que lloré hasta dormir.

Las luces se encendieron y volvimos a reflexionar. Nos preguntaron que si pudimos conversar con Él, a lo que yo respondí que sí y conté lo sucedido. Unos 10 minutos pasaron cuando dijeron que debíamos salir e ir a la fogata, no sin antes hacer entrega de un correo enviado a cada uno de los que estábamos en ese cuarto. Y fue entonces cuando las lágrimas no pude contener, al leer que yo soy un gran amigo y que tengo una esencia única y que no todos pueden notar la verdad de quién soy, y esa es la razón por la cual me siento juzgado por los demás, y esa es la razón por la que me juzgan: no conocen quién soy y no lo harán.

Llegamos a la fogata y recibí abrazos de muchas personas, pero resaltando más el abrazo de mis amigos. Cantamos mientras la fogata era la única que daba luz a unos cuantos, muchos de ellos entregando su corazón y alma a Dios, y otros simplemente estando ahí. Y sé que suena como si criticara a demás personas, pero es que justamente fue lo que pasó. No me puedo permitir mentir. Regresamos al cuarto y todos callados. Un máximo silencio inundó el lugar. Todos fuimos a dormir con el dolor de saber que el día que seguía regresaríamos a casa. Tuve el valor de pasar enfrente y contar cómo fue el proceso de cuatro días y cómo me sentí y cómo pude reconciliarme con Dios.

Regresamos todos a casa y se sintió tan extraño estar nuevamente en la ciudad, sintiendo el calor del sol. No pude evitar sentir nostalgia porque ya me había acostumbrado al frío de ese lugar. Que si extrañaré ese lugar, pues te digo que sí. En la ciudad las mañanas no son frías y no hay un lugar verde al que ver cuando te levantas, mucho menos puedes ver a las personas con las que compartiste buenos momentos. Extrañaré demasiado ese lugar. Pero por ahora estaré bien sabiendo que Dios está tocando mi corazón nuevamente. Que si extrañaré ese lugar, pues sí, demasiado. Pero sé que pronto volveré y mi relación con Dios aumentará más. Por ahora solo me queda doblar rodillas y pedir por mi paz.




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