Memorias de Antaño

Memorias de olores, sabores y colores.

Cómo me gustaría despertar y sentir el rocío de la mañana en mi rostro. Salir afuera y respirar el aire fresco, impregnado del olor de las montañas que rodean esa bella comunidad. Despertar una mañana y oler el café que abuela prepara en el fogón, escuchar el chisporroteo del gallo pinto que cocina mamá. Daría lo que fuera por volver a aspirar el aroma de las rosas que abuela cuida en su patio, o ese olor de corral que se mezclaba con los mugidos de las vacas que papá ordeñaba en la finca. Cómo me gustaría sentir otra vez el perfume barato que usaba para ir a clase. A veces solo quisiera volver a tener esos olores, en vez del humo denso de los escapes de los autos.

Nunca pensé que llegaría a valorar tanto un plato de arroz con sopa y frijoles, acompañado de bananos cocidos. Nunca imaginé que un día me sabría tan glorioso. Recuerdo a mamá sonriendo porque le alegraba escucharme decir “mi estómago está lleno”. Pero días después volvía el hambre, y no era solo hambre de comida: era hambre de hogar. Puedo cocinar, sí, pero cuando lo hago no tiene sabor; lo que deseo es probar el sazón de mamá o el de abuela. Ese arroz blanco, esos frijoles de olla sencillos y perfectos. He probado muchas comidas, pero ninguna será como esas: porque no eran solo alimento, eran una bendición.

Juro que a veces anhelo salir y contemplar las plantas de mil colores, como lo hacía cada mañana al levantarme del catre. Cortar una de esas rosas rojas del jardín que abuela construyó con tanto amor, o admirar el blanco encendido de las flores en los palos de café. Me gustaría ver otra vez a las aves de colores posadas sobre el alambrado que dividía nuestro terreno del vecino, mirar las praderas verdes y las montañas que parecían pintadas con manos de luz. Esa belleza me dejaba extasiado.

A veces pienso que esos eran los verdaderos lujos. Porque esta cama no es un lujo. Esta vista a la calle no es la vista que deseo. El olor a contaminación no es el aire que quiero respirar. Los colores de los autos no son los colores que quiero ver. Las fritangas y la comida rápida no son el sabor que busco. Lo único que deseo es dormir y despertar en mi viejo catre, salir y volver a presenciar todo aquello que extraño: un gallo pinto recién hecho, aguacates, tajadas de plátano verde. Un café en el fogón, arrancar una rosa roja y otra rosada aún fresca con el rocío de la mañana, caminar con ellas hasta la casa de la mujer que será mi esposa y entregárselas.

Ahora más que nunca quiero volver a mi pueblo, y no seguir perdido en esta ciudad. Quiero oler naturaleza verdadera, comer comida verdadera, ver colores verdaderos: los de un atardecer que solo allá podía contemplar.

Yo solo quiero volver al lugar donde fui feliz.




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