Memorias de Antaño

Rain.

Qué hacía yo despierto a las doce de la noche, sin una pizca de sueño, con hambre y sin ganas de nada?
A veces me canso de repetirme, de escuchar las mismas palabras rebotando en mi cabeza como si mi vida estuviera atascada en un eco constante. No avanzo, solo me quedo varado donde todo comenzó, y eso… eso agota el alma.

Llené mi estómago, pero el vacío no se fue. Sentía miedo, como si alguien me observara desde la oscuridad. No sé si comprendes esa sensación, esa alerta que se enciende cuando la noche parece tener ojos. Era medianoche, la hora en la que dicen los espíritus y las sombras despiertan.
Y aun así, me causaba risa mi propio miedo.
Risa y tristeza al mismo tiempo, porque entendí que a veces no tememos a los fantasmas del mundo, sino a los que llevamos dentro.

Son las doce y media y la lluvia no para.
No tengo dinero, tengo “pequeños inconvenientes” así los llamo, pero algunos de esos inconvenientes duelen más que los grandes problemas. Duelen porque te hacen sentir pequeño, indefenso.
Y aun así, sueño con devorar el mundo de un mordisco, con tener lo suficiente para no depender de nadie. Solo quisiera que ella —mi madre— estuviera ahí, para consolarme con una mirada que aún tiene algo de hogar.

La adultez llega con una gota de madurez amarga: comprender el porqué de las cosas, aceptar que negar duele más que enfrentar. Entiendo que esta es mi vida, pero también necesito que entiendas, mamá, que te necesito.
No como sostén, sino como presencia, como abrazo, como la parte que aún me mantiene en pie cuando me rompo en silencio.

Llueve.
La noche se enfría, y yo sigo despierto pensando que mañana tengo clase, que debo cumplir, que la rutina no espera. Pero mi mente no se apaga, se queda dando vueltas en todo lo que no digo.
Te quiero, mamá.
Aunque te moleste que te muestre la realidad, aunque niegues lo que duele, quiero que veas que dividir el tiempo también es amor propio.

A veces me siento igual que cuando odiaba estar vivo, con esa sensación de querer desaparecer.
Pero hoy, al menos, entiendo.
Puedo razonar, respirar, sostenerme. Sé que puedo seguir adelante, por vos, mamá, y por ella, la chica que ahora me cuida sin saber cuánto me está salvando.

Es un domingo de ansiedad.
Un día donde hasta la calma se siente incómoda.
Donde la mente calla y el alma grita bajito.
Escucho la lluvia caer como si fuera una canción triste escrita por alguien que también dolió como yo.
Y mientras tanto, me despido de la noche, sabiendo que aunque me hunda, sigo resistiendo.
Por amor, por miedo, por costumbre.
Por no rendirme todavía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.