Soy la sombra de Dios, o peor aún, soy el arma de Dios.
Si Él me dio estos dones, los usaré, porque sería un pecado no hacerlo.
La furia que siente mi corazón es tan grande que puedo sentir cómo la adrenalina se apodera de mi cuerpo.
Detesto a los que piensan ser mejores que yo, porque no hay nadie mejor que yo.
Así caiga, me levantaré una y otra vez, porque además de ser el elegido para hacer el trabajo sucio de Dios, soy el protector de los más débiles.
Seré quien proteja a quienes crean que todo está perdido.
Soy el rey de las letrinas, al que no le gusta salir de este lugar porque el estiércol me recuerda lo sucias que pueden llegar a ser las personas.
Por eso cada día trato de ser el mejor, de no permitir que nadie se acerque a este título de campeón fracasado;
porque más allá de ser un campeón fracasado, soy un campeón que disfruta de sus victorias en silencio, sin alardear, sin creerse mejor que los demás.
Sé cuál es el camino que voy a usar, sé cuál es el camino a seguir.
Sé dónde está la perdición y también sé dónde no perder la esencia.
Soy el jugador de franquicia, el que sabe lo que puede hacer; por eso siempre entra confiado al terreno.
¿Quién dijo que los demonios no poseen alma?
Mi alma de demonio clama por una victoria más; necesita una victoria más;
quiere enterrarse en el infierno siendo un invicto.
Corrijo los errores cometidos en el terreno de batalla:
cada error, cada pequeño tropiezo es una enseñanza nueva para ser el mejor de todos, para ser mejor que todos.
Para elevar mi ego, ese que se esconde tras la máscara de buen chico.
Ego sucio y maldito, te amo: me haces avanzar cada vez más hacia mi objetivo de perfección;
me acercas cada vez más a la victoria, para ser un invicto.
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Editado: 15.11.2025