Estamos muertos en vida.
No porque el corazón se haya detenido,
sino porque nos arrancaron del mundo
sin permitirnos despedirnos.
Seguimos aquí, entre la tierra que nos cubre
y la casa que nunca volvimos a pisar.
Estamos muertos en vida
porque escuchamos el ruido de la ciudad encima,
los pasos ajenos, las voces que pasan,
mientras nosotros permanecemos quietos,
con el nombre guardado en la boca
y la historia incompleta.
Vemos a los nuestros buscar lejos,
recorrer desiertos, ríos y montes,
sin saber que a veces estamos cerca,
tan cerca que duele.
Quisiéramos gritar, romper la tierra,
decirles que no caminen tanto,
pero el silencio también nos condenó.
Estamos muertos en vida
porque el tiempo no avanza aquí abajo.
No hay día ni noche, solo recuerdos que regresan
como una herida que no cierra.
Recordamos el calor del hogar,
el sonido de nuestro nombre,
la promesa de volver.
No descansamos.
Esperamos.
Esperamos que nos encuentren,
que nos nombren otra vez,
que nos lleven a casa
aunque sea en fragmentos.
Estamos muertos en vida
porque aún sentimos amor,
y el amor no sabe morir.
Sentimos culpa por el dolor que causamos,
aunque no haya sido nuestra elección.
Sentimos la búsqueda
como una caricia tardía
sobre la tierra que nos cubre.
No queremos venganza.
Queremos descanso.
Queremos que nuestras madres dejen de escarbar,
que nuestras familias respiren sin culpa,
que el mundo sepa que existimos.
Estamos muertos en vida
hasta que alguien pronuncie nuestro nombre
sin miedo,
hasta que la tierra se abra
y podamos volver a casa.
Ese día,
cuando nos carguen con cuidado
y nos den un lugar digno,
dejaremos de estar muertos en vida…
y por fin,
podremos descansar.
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Editado: 25.12.2025