Elián caminaba por los callejones silenciosos del distrito norte. A esa hora, solo las farolas inteligentes parpadeaban, escaneando el ambiente con su luz azul. En su bolsillo guardaba el fragmento de papel con el símbolo: el ojo encerrado en un cristal. Aún no sabía qué significaba, pero algo en su interior le gritaba que era importante.
Al llegar al taller de reparación donde trabajaba Dania, golpeó la puerta metálica tres veces. Ella siempre le decía que ese era su “código de emergencia”.
—¿Elián? —preguntó la voz de Dania desde adentro.
—Sí, soy yo. Necesito que veas algo.
La puerta se abrió con un zumbido eléctrico. Dania estaba vestida con su bata blanca manchada de grasa, y su cabello rizado atado con un pañuelo azul. Sus ojos brillaron al verlo.
—Pasá. ¿Qué encontraste ahora?
Elian le mostró el símbolo en el papel. Dania lo estudió con atención mientras caminaban hacia una mesa llena de pantallas rotas, chips, y herramientas.
—No es una simple figura. Este símbolo... lo he visto antes —dijo ella con voz baja, como si el aire los escuchara—. Estaba en unos archivos antiguos del gobierno. Archivos clasificados que encontré por accidente cuando escaneaba redes abandonadas.
—¿Qué decían? —preguntó Elian, acercándose.
—Hablaban de un proyecto llamado CRISTAL. No decían mucho, solo que tenía que ver con modificar recuerdos. Con insertar pensamientos, borrar verdades... cambiar el pasado de alguien.
Elian sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.
—¿Y si eso me pasó a mí?
Dania lo miró con seriedad, pero sin miedo.
—Entonces te vamos a ayudar a recordar. No estás solo, Elian.
En ese momento, un zumbido agudo interrumpió la calma. Dania apagó rápidamente los sistemas del taller.
—¡Alguien está escaneando la zona!
Ambos salieron por una puerta trasera y caminaron hasta llegar a un parque abandonado, lleno de árboles artificiales que ya no brillaban como antes. Se sentaron juntos en un banco, rodeados por el silencio.
—Dania… ¿y si nunca descubro quién soy realmente? —preguntó Elian, con la voz temblorosa.
Ella lo miró con ternura y fuerza.
—Tu memoria no es lo único que te define. Yo te veo, Elian. Eres valiente, eres justo. Y aunque hayan querido romperte… aún estás aquí.
Él bajó la mirada. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que alguien realmente lo comprendía.
Pero mientras hablaban, lejos de allí, una figura observaba desde las sombras de una pantalla. Jean Carlos. Su sonrisa era delgada, calculadora.
—Ya lo encontraron —dijo, y apagó la transmisión—. Hora de actuar.