Elian y Dania se refugiaron en una antigua biblioteca subterránea, olvidada por el tiempo y por la red. Allí, las señales no llegaban, y por primera vez en días, pudieron respirar sin miedo a ser vigilados.
Elian encendió una linterna, y el polvo bailó en el aire como pequeños recuerdos flotando.
—Nunca imaginé que un lugar tan silencioso pudiera dar tanto miedo.
Dania recorría los estantes con dedos cuidadosos, buscando algo más allá de lo digital.
—Aquí no hay códigos ni pantallas... pero hay secretos. Y a veces, el papel guarda mejor la verdad que los servidores.
Entre las páginas amarillentas de un libro técnico, hallaron un archivo físico: planos, notas escritas a mano y un símbolo que ya les era familiar —el ojo dentro del cristal.
—Esto es anterior al Proyecto CRISTAL —murmuró Dania—. Mira esto, Elian. Aquí dice que el primer experimento fue hecho con un joven... de tu edad. Llamado “E.A.”
Elian tragó saliva.
—¿E.A.? ¿Como... Elian Alexandre?
Dania levantó la vista lentamente.
—Sí. Esto no es una coincidencia.
Elian dio un paso atrás. Sintió un zumbido bajo en el oído, como si la memoria tratara de abrirse paso por una grieta.
Y entonces ocurrió algo extraño. Las paredes de la biblioteca comenzaron a emitir un sonido apenas audible: voces. Susurros. Lamentos antiguos atrapados entre los muros.
—¿Escuchas eso? —preguntó Dania, con los ojos muy abiertos.
Elian asintió.
—Son... voces. Son como… ecos del pasado.
Una grabación escondida comenzó a sonar por los altavoces oxidados. La voz era firme, autoritaria:
“Fase uno completada. El sujeto Elian muestra una conexión inusual con la memoria sintética. Su subconsciente parece almacenar información que aún no ha sido introducida.”
Dania quedó en shock.
—Esto no solo es tu historia... Tú eres la clave del Proyecto CRISTAL.
De pronto, un ruido metálico se escuchó al fondo. Elian sacó una linterna y apuntó hacia la oscuridad.
Una silueta se movía entre los estantes. No era Jean Carlos. Era... alguien con una bata blanca.
—¿Hola? —llamó Elian.
La figura se detuvo y respondió con una voz suave:
—Elian… por fin te encontré.