Elian y Dania cruzaron el umbral del núcleo oculto, donde la luz era tenue y las paredes susurraban datos antiguos en forma de pulsos digitales. Mateo los esperaba, serio, frente a una consola circular rodeada de pantallas que parpadeaban como si respiraran.
—Lo lograste —dijo Mateo, con un dejo de alivio—. El cristal reaccionó a tu presencia. El sistema te reconoce, Elian.
—¿Y eso es bueno o malo? —preguntó Dania.
—Depende de si quieres destruirlo… o tomar el control —respondió Mateo.
Elian se acercó al centro. Su pulso era escaneado, su ADN aceptado por el código maestro. En segundos, los muros revelaron un mapa entero de Ciudad Lúmina: cada sector, cada sistema de vigilancia, cada secreto. Todo estaba ahí.
—Puedo acceder —dijo Elian, atónito—. Puedo abrir las puertas… y cerrarlas también.
—Hazlo rápido —interrumpió Dania—. Nos encontrarán pronto.
Pero algo no iba bien.
Mateo dio un paso atrás. Su mirada había cambiado.
—Lo siento, Elian —dijo, y activó un comando desde su pulsera—. No podía detenerlos. Están aquí.
Puertas de acero se cerraron a su alrededor. Y desde las sombras, Jean Carlos apareció con una sonrisa oscura.
—Buen trabajo, Mateo. Muy eficiente.
Elian retrocedió.
—¡Tú… nos entregaste!
—No fue una traición —dijo Mateo, sin mirarlo—. Fue una elección. Sobrevivir… o desaparecer.
—¿Y cuál fue tu precio? —dijo Dania, furiosa—. ¿Qué te dio él?
—Libertad… —respondió, bajando la mirada—. Y mis recuerdos. Me los había robado también.
Jean Carlos aplaudió lentamente.
—Siempre tan leales, hasta que el miedo los rompe.
—¡Tú creaste este miedo! —gritó Elian, al borde de las lágrimas—. ¿Por qué?
Jean Carlos lo observó como un padre cansado.
—Porque la humanidad no sabe cuidarse sola. Ciudad Lúmina era la solución… y tú, Elian, eras la amenaza.
Elian apretó el puño, sintiendo cómo el cristal en su interior vibraba.
—Entonces prepárate… para el caos.
Activó un protocolo que desestabilizó todo el núcleo. Las luces parpadearon. El sistema gritó en señales digitales. Y en medio del desorden… Dania soltó una granada de humo.
—¡Corre!
Mateo no se movió. Elian lo miró una última vez.
—Aún puedes elegir de nuevo…
Pero Mateo no respondió. Se quedó ahí, solo, mientras Elian y Dania escapaban por una compuerta de emergencia.
La traición había sido real.
Pero también… lo era su Misión.