Memorias de un corazón roto

Mugrosa cara de bebé

No sé cómo lo ha hecho, pero ha logrado ocultar cualquier rastro del llanto. Sus ojos y nariz enrojecidos han desaparecido por completo. Su cara ha dejado esa expresión perdida, ahora luce fresca y relajada, como si nada malo hubiera pasado ni estuviera a punto de pasar. Incluso dudé por un minuto que fuera el mismo chico que acababa de ver sollozando minutos atrás.

No. Claro que es él.

Y piensa que quiero hacer trampa en mis calificaciones.

—No he venido a cambiar mis notas —le aclaré, aún en el piso.

Él no parecía tener intenciones de ayudar a levantarme, así que intenté ponerme de pie y reacomodar mi uniforme escolar con mis manos.

—Sólo vine por los parciales que el profesor olvidó llevar al aula. ¿Tú qué haces aquí?

—El café de aquí es bueno —me respondió alzando la taza que llevaba en su mano izquierda y que no había notado hasta ahora.

Lo miré fijo. ¿Está bromeando?

—¿Has venido a la sala de profesores sólo por el café?

—Si te pones a pensarlo... justo ahora es el único momento en el que puedo venir a tomar café —notó mi mirada confundida y continuó hablando. —A esta hora muchos profesores están en clase, y los que no, continúan almorzando.

Así que Daniel Coleman es el tipo de chico que se escabulle de clases cuando se le apetece.

Me miró de arriba a abajo.

—Nunca te había visto por aquí —confesó.

—Bueno... No me mandan a hacer encargos aquí todos los días.

—Me refiero a que nunca te había visto en el instituto.

Fue como un golpe a mi dignidad.

«¿Tan invisible soy para los chicos populares?» pensé.

—¿Eres de primer año?

«Mugrosa cara de bebé» exclamé en mi cabeza agitando un poco mi puño mientras me rodeaba un aura negra.

Justo cuando noté que Daniel observaba mi comportamiento volví a la normalidad.

—Segundo. Estoy en segundo año.

Él escondió una risa con lo que pareció ser una pequeña tos, pero aún así dejó ver su sonrisa de mofa.

—De no ser porque llevas el uniforme de preparatoria, juraría que estás en secundaria.

«Tú sí que sabes apuntar a la dignidad». Agité mi cabeza de un lado a otro para deshacerme de los pensamientos dolidos.

—Me llamo Oriana —cambié de tema.

—Oriana... —dijo mi nombre como en un susurro, y enseguida observé cómo acercó la taza de café a sus labios, sin tocarlos, sólo rozándolos con ésta.

—¿Sí?

—Las hojas continúan en el suelo —y dicho esto, bebió de su taza aún sin ninguna intención de mover un dedo para ayudarme.

Volví la vista hacia abajo. Dejé salir una bocanada de aire y me resigné a colocarme en cuclillas para recoger el desastre.

—Soy Daniel Coleman.

—Lo sé —dije mientras tomaba las hojas del piso una a una.

—Demonios. Otra loca acosadora...

¿Que yo qué?

De acuerdo. Su actitud comienza a molestarme.

Detuve cualquier acción que estaba realizando o a punto de realizar y volví la mirada hacia él. Juro que si mi mirada fuese un arma como un rayo láser no dudaría en utilizarlo en este momento. De hecho, tampoco me molestaría tener la mirada de Medusa.

Él se echó a reír dejándome ver sus relucientes dientes y achinando sus ojos marrones.

—Debiste ver tu cara —decía al momento que se agarraba el estómago con una mano e intentaba hacer que cesaran las risas.

Ese rayo láser no aparecerá hoy, así que opté por ignorarlo y terminé de juntar los papeles. Me puse de pie.

—Debemos irnos —dijo ya más serio. —La profesora Margaret ya debió darse cuenta que no estoy en clase.

Asentí con la cabeza y comencé mi trayecto de regreso al aula, pero antes de dar el segundo paso, él me detiene.

—Oriana... —su mano se encontraba presionando mi muñeca. —No vayas a contárselo a nadie —me dijo en voz baja asegurándose de que, aunque no hubiera nadie más en el aula, fuera la única que pudiera oírlo; sonó más como una súplica que una simple petición.

Me miraba fijamente con expresión preocupada. Quise decir algo, preguntar qué es lo que no debo contar a nadie exactamente. Pero sólo asentí con la cabeza como si supiera a qué se refiere.




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