Memorias de un corazón roto

Sospechosa número 1

Han pasado casi dos semanas desde mi encuentro con Daniel. Sin embargo, no he podido dejar de pensar en las últimas palabras que se trasladaron de su boca a mis oídos.

Oriana... no vayas a contárselo a nadie.

¿Qué quiso decir con eso?, ¿Qué es lo que no debo decir?, ¿Por qué demonios no se lo pregunté?

Tengo un par de teorías. La primera (y por la que ruego que sea la razón) es que, simplemente, me estaba pidiendo no delatar sus visitas a la sala de profesores. ¿Acaso me vio como una soplona? Jamás me portaría así.

La segunda es que... tal vez me atrapó observándolo mientras lloraba frente al espejo. ¡Pero que vergüenza! ¿cómo podría disculparme por husmear donde no me incumbe? Tal vez debería ir preparando una excusa para la próxima vez que nos crucemos; algo como "Disculpa. No fue mi intención colarme en un momento tan íntimo, yo sólo estaba siguiendo un insecto".

Aunque... ¿quién dice que me preguntará sobre eso? De hecho, ni siquiera creo que se me acerque. Hace unos días ni siquiera se había percatado de mi existencia.

Giré la vista hacia la cancha de básquetbol, ahí estaba Daniel, Vic y los demás miembros del equipo en sus horas de entrenamiento. Seguramente no se ha dado cuenta que estoy a algunos metros de él.

No es la primera vez que lo veo entrenar (de hecho lo hago cada semana) pero es la primera vez que lo noto tan distraído y desanimado mientras juega básquetbol.

—¡Vamos, Vidal, mi abuela corre más rápido desde la urna! —exclamó Bob, el profesor de deportes.

Dejé de distraerme en mis pensamientos y comencé a trotar con más fuerza siguiendo el ritmo de los demás alumnos. Aquellos que no estamos inscritos en ningún club deportivo debemos tomar esta clase llamada Educación Física, donde Bob nos hace sentir como si estuviésemos presentando un servicio militar. Sinceramente agradezco que sea un poco más amable con las chicas, pues a los chicos les habla peor. Lo bueno de esta clase es que sólo se toma un día a la semana, en mi caso, todos los miércoles después de las clases comunes.

La hora terminó y como era costumbre, algunos estudiantes regresamos a los vestidores a quitarnos el mal olor, otros iban directo a sus autos o la parada de autobuses para regresar a casa donde encontrarían agua caliente. A Susan y a mí no nos gusta permanecer un minuto más con el sudor pegado a nuestro cuerpo así que tomamos estas frías duchas, excepto en invierno.

Susan salió del vestidor y se unió a mí para acomodarse el cabello, aquí no lo lavamos, nadie lo hace. Ambas estábamos frente al espejo cuando vemos entrar un par de chicas con uniformes de porristas, una de ellas morena y la otra con una enorme y tan apretada cola de caballo que me pregunté a mí misma si no es muy dolorosa, parte del squad de Amber está aquí. Mi amiga rodó los ojos en cuanto notó su presencia.

—¿Irás a la fiesta de Emily? —preguntó una de ellas a la otra después de haber apretado aún más su cola de caballo.

—¿Emily Figueroa? Vaya, no ha pasado ni un mes después de la muerte de su mejor amiga y ya hace una fiesta —decía la morena mientras se retocaba el maquillaje.

—Oye, es su cumpleaños. No todos los días se cumplen dieciocho.

—Claro que iré. ¿Por qué no le decimos a Amber que vayamos de compras? Seguramente quiera lucir fantástica ahora que tiene la oportunidad.

—Lo bueno de que Zoé ya no esté es que no tendremos que soportar a Amber llorando porque no es la mejor vestida.

Ambas chicas rieron a carcajadas.

Aquí es donde encaja perfectamente ese dicho popular que dice "con esas amigas para qué quieres enemigas", lástima que Amber tenga ambas.

—Vamos. No querrás llegar tarde a la práctica.

Las chicas salieron camino al gimnasio, donde las animadoras acostumbran realizar sus ejercicios de práctica.

—Sospechosa número uno: Amber Mouque —decía Susan mientras fingía hacer anotaciones en un cuaderno imaginario.

—¿De qué hablas?

—¿De verdad crees que Zoé se suicidó?

Me detuve a pensar por un par de segundos.

—Oh, no —negué con la cabeza repetidas veces. Creo que ya sé a dónde vamos con ésto. —No el juego de la Detective Susan otra vez.

—Oh, sí —dijo finalmente, y como por arte de magia, sacó de no-sé-dónde unos anteojos para colocárcelos enseguida. —Tú y yo tenemos una fiesta a la cual asistir.

—Ni siquiera estamos invitadas —le recordé.

—Pero conocemos a alguien que sí.

.
 


—La última vez que asistieron a una fiesta —decía Víctor con los brazos cruzados —Susan terminó descubriendo la única diferencia física de los gemelos Francisco.

—Sólo era un lunar en...

—Chtt —la calló Vic. —Ori aún es muy pequeña para saber eso.

—Vic —intervine —tenemos la misma edad.

Ya era la hora del almuerzo del jueves, y como lo planeó, Susan estaba pidiendo un favor a Vic: conseguirnos entradas para la fiesta de Emily, donde intentaríamos investigar a Amber.

Víctor soltó una bocanada de aire, pareció pensarlo por unos segundos, y nos dio su respuesta.

—De acuerdo.

Los ojos de Susan se iluminaron, sus deseos de convertirse en la Detective Susan una vez más muy pronto se hacían realidad.

—Pero quiero algo a cambio.

—¿Qué cosa? —preguntó ella de mala gana.

—El ensayo de Sansores sobre la Guerra Fría —nos miró a ambas —necesito que lo hagan por mí.

—Nosotras no...

—Hecho —me interrumpió Susan.

Sí. A mi amiga le encanta el chisme.




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