Dicen que a la mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa, que somos delicadas como una orquídea, y suaves como una pluma.
Pero a medida que los años pasan, me siento más como un Girasol, con raíces fuertes, elevandome hacia el cielo, sencilla, sin espinas, buscando siempre la luz del sol.
Me llamó Marisol, tengo 30 años, y no siempre fui así, no siempre me sentí como esta bella flor, mas bien, me sentía algo así como un insecto, molesta, ruidosa, poco agraciada, poco importante.
Toqué fondo, y aveces desearía que mi historia fuese distinta, pero no lo es, ésta me guste o no fue mi realidad durante muchos años, no puedo decir que recuerdo cada detalle, o cada cosa, no recuerdo fechas exactas, pero aquí va un trocito de mi vida.
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Perdí mi virginidad muy joven, con un chico de la escuela, que me gustaba mucho, pero ambos nos mudamos a distintas ciudades por cuestiones familiares, y jamas volví a saber de él. En mi nueva ciudad, nuevo colegio, nuevas amistades conocí a Sara, mi mejor amiga, Ella es una mujer muy guapa, muy segura de sí misma. Yo, al contrario, era insegura, algo tímida, soñadora, y despistada.
Era una buena alumna, con algunas proyecciones para mi vida, no salía a fiestas, pues mis padres siempre fueron algo aprensivos, y en general mi vida era muy tranquila.
Un día, en el receso, lo conocí a él, Pablo, un joven alto, corpulento, de mirada profunda y tierna.
Siempre me saludaba y yo a él más nunca tuvimos una conversación, así fue durante algunos meses, porque a pesar que sentía interés por el, no buscaba en ese momento precisamente una relación, además, no creía gustarle.
Despues de varios meses en donde está rutina del saludo se repetía una y otra vez, el se me acercó un poco más, y sugirió acompañarme hasta mi casa, a lo que yo accedí.
-¿ Vives hace tiempo por aquí?
- Un par de años
- Yo vivo cerca de acá, podría acompañarte a diario, si no te molesta.
-Claro, no hay problema.