Memorias de una mente frágil

Despegar

20 de diciembre de 2018


Ciego anhelo desvestir el mundo cuando tiembla, en medio de trémulas risas, bajo la casa que me acuna.

Y que ambicioso, que idiota suena decirlo a media noche. Pero, ¿cómo puedo evitarlo? Estoy ansioso.

Estoy esperando que llegue un ángel a cantarme o que me bese la oscuridad con su franqueza, pues la soledad es un lugar en el mundo. Un lugar para caer dormido.

Estoy atento, porque nadie enciende las luces y la cama no se hunde, como si fuese de pluma la compañera de mis días.

¿Estará dormida? ¿Estará en la cama conmigo?

Estoy riendo, porque escocen mis heridas y estoy vivo, más que vivo, en el lugar que compartimos los noctámbulos.

Estoy divagando, porque pensar es prolongar la vida, porque no tengo nada más en el universo.

Pero estoy cansado, mi vida. Por favor abrázame con tu calor despreocupado.

Necesito desaparecer de la faz de la tierra entre tus brazos, entre los arrullos de Morfeo.

Necesito desesperadamente que tus labios me consuman en miles de roces, con centenares de palabras húmedas, con decenas de sonrisas cálidas.

Eres indispensable para mi descanso; en medio del insomnio te imploro narcolepsia.

¿Soy cobarde por buscar el sueño en una dosis de tu encanto?

Tus ojos entretejidos pueden juzgarme. Me sentiré aliviado si me dices que soy pusilánime, después de todo.

Mas, entiéndeme, cariño. Necesito sentir la profundidad de la almohada para ser onírico. Necesito ver con claridad que soy fuerte por un instante y que soy tu norte en el tablero endeble del sueño.

Quiero que me busques con la misma fuerza con la que cada segundo te espero. Quiero que le des sentido también a las horas que muero.

Es más, ¿qué es soñar sino darle sentido a dormir? ¿Qué es dormir sino morir rodeando la cuna, como un sonámbulo temeroso de la propia siesta?

Tengo miedo, porque percibo los días contados y el terror de partir antes de oírte llegar a casa, antes de besarte la frente para desearte dulces sueños, late con la frecuencia de un zumbido de avispa.

Las horas vuelan, los minutos se cuelan y al apagar las velas, no te tengo un solo instante de la vigilia; mis ojos revolotean.

Y vuelve a respirar mi pecho abierto, absorbiendo el brillo solitario de mi cuarto directamente por la herida.

Muere el tiempo, todo vibra, y en las paredes no hay nada que te dibuje. Mas, por más que lo deduje, no pude evitar tu partida: mi llanto gorgojea.

El miedo también aletea, pero debo pretender que los fármacos nos reconcilian.

¿Cuándo saldrá el sol y alumbrará la ventana? ¿Cuándo esperar por ti comenzará a tener sentido?

Quiero unir la carne abierta de mi garganta y dejar fluir la sangre súbitamente a mi corazón, para que lata desbocado.

Quiero llamarte a gritos y maldecir mi suerte; quiero inhalar tu perfume salino en el vespertino mar y su rompiente.

Quiero dormir atado a los horrores, a las inhibiciones, al trago amargo de la miel que vierte la tristeza.

Quiero sonreír de lleno al ver tu rostro asustadizo entrar en el cuarto, cuando maliciosamente finja dormir para que beber del océano no me veas.

La sal quema, me produce sed. Necesito llorar para aliviar la sequedad de la garganta.

Pero la gente dormida no llora por amor, sino por encontrarse débil en la inconsciencia.

Pues, ¿qué es sollozar en el sueño sino darse cuenta de que el REM es una metáfora sucia de cuán rápidos pasan los días, sin dejar la profundidad de una huella en el camino que pasa y no pasa?

Lo comprendo gravemente y me pesa, me martilla sin cesar la cabeza. Desentraña el vacío clínico de una hemorragia que no coagula, que te llama sin voz y que con su escarlata figura te besa.

He allí mi entereza. Te espero de noche y de día; te llamo al alba y te busco al ocaso.

Te necesito, egoístamente te (re)quiero.

Necesito saber que el hogar que construimos amando sigue en pie, a pesar de lo roído que se encuentra el cariño.

Necesito apagar el fuego que derrite mi alma cuando pienso que partiste.

¿Por qué te fuiste?

Necesito que vuelvas a ensuciar el piso viejo de la sala, dejando los zapatos fuera. Necesito que preguntes por el final del cielo, por la intensidad de la luz en lo alto.

Quiero que me invites a ver el sol nacer, como cuando recién nos conocimos.

Quiero mirar tus pecas brillando en la tarde y tus pies descalzos, moviendo los dedos por encontrarte pensando.

Quiero volver a enamorarte.

Pero, ¿cómo reconstruyo los pasadizos de nuestras caminatas en el parque? ¿Cuántas semillas arrojo al sendero para que crezca y reverdezca en nuestros pasos el fragor?

Parecía tan sencillo ir de la mano que ahora quema tan solo recordar el suceso anterior.

《Primero decir hola, conocerse el uno al otro y en medio del aleteo de las mariposas confesar el amor》.

Pero cielo, ¿es correcto enumerar lo muerto con los labios ardientes y añorantes?

Estoy mareado y ebrio, tendido de espaldas sobre el colchón con la conciencia tambaleante.

Y no voy a mentirte un solo instante: la remembranza edulcorada me produce escozor.

Levito y espero en el manto tenso del vuelo, aunque sea un instante fugaz, recobrar el aliento de antaño.



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En el texto hay: locura, poesia, humanidad

Editado: 14.04.2019

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