Siempre me pregunté como lo hacían. Pasaba la página, una tras otra, inmersa en aquellas palabras que encajaban a la perfección. Aquellas historias me completaban. Desde adolescentes incomprendidos o amores no correspondidos hasta tesoros escondidos en sitios que nunca pude imaginar.
Y después de tantas historias me sigo preguntando como lo hacen.
Me adentraba en los libros y me imaginaba al escritor de aquel libro, escribiendo a mano la historia que en aquel momento leía.
Esa capacidad de inventar algo desde la nada.
Decidí probar, quería ver si yo también era capaz de transmitir aquello que sentía.
Empecé a escribir sobre mi vida cotidiana. Escribía de una forma un tanto peculiar, como si se lo estuviera contando a alguien, un oyente imaginario. No se lo leía a nadie, aquello que escribía quedó guardado como un secreto. Y así, relato tras relato empecé a conocerme un poco mejor.
Una chica pérdida buscando un refugio dónde la entendieran.
Un día, tras un impulso cogí el móvil y abrí el bloc de notas. El comienzo de una historia, parecida a la que tantas veces había leído.
Y mis dedos, sin control alguno se deslizaron por un teclado frío y cubierto por lágrimas, lágrimas fugaces que más tarde se convirtieron en palabras.
Aquel día comencé una historia que hoy en día aún no tiene final. Y después de tanto tiempo me sigo preguntando como hacen los escritores para terminar una historia y empezar una nueva.