Memorias de Xanardul I: La escogidas

27.- El encuentro entre dos mundos

Los viajes astrales son la forma más segura de comunicación entre los mundos. En la actualidad algunos humanos, en especial aquellos dedicados a la ciencia, sostienen que estos son provocados por sustancias alucinógenas que llevan a las brujas a hablar con entidades inexistentes, productos de su imaginación. Alucinaciones que interpretamos a nuestra conveniencia.

Me declaro totalmente en contra de estas falacias y acusaciones infundadas. Solo alguien sin conocimiento de la historia mística de nuestro mundo sería capaz de pronunciar aquellas palabras. Yo misma he realizado más viajes astrales de los que puedo contar, ya no tengo un registro. Y estos viajes existen desde tiempos ancestrales, su veracidad es innegable.

Tradicionalmente las brujas hemos mantenido vivo este arte. En la era de los espíritus, cuando existieron las primeras hechiceras, nacieron los viajes astrales. Fueron ellas quienes, usando combinaciones de yerbas, energía propia y externa, abrieron la brecha entre los diferentes mundos con los que nuestra realidad se entrelaza. Esas tradiciones se mantuvieron a lo largo de los siglos, incluso cuando las hechiceras fueron condenadas y perseguidas hasta ser llamadas brujas.

Los magos y hechiceros de la tercera era no hicieron viajes astrales, no poseían el secreto. Ellos se conectaban con los espíritus a través de los objetos a los que estos se encontraban atados, pero estos instrumentos eran pocos, y no siempre el espíritu respondía. Pero más importante, los hechiceros jamás tuvieron la dicha de viajar a los mundos. De liberar su mente y sentir una realidad sin tiempo, un espacio infinito.

Ese es un don que nos pertenece a las brujas. Una bendición que honraremos por siempre.

Viajes astrales en la magia moderna

Memorias de Xanardul, Amphelise de Tacir

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El informe de Kazimir tenía un vacío que solo alguien podía responder. Alguien que en ese momento no estaba presente, y quizá tendría que conseguir la información de otra forma. Ethelbert no podía quedarse con la duda, necesitaba saber. Él siempre necesitaba saberlo todo y controlarlo hasta el más mínimo detalle.

Pero con Aurea todo se salía de su control. Todo era un caos, conexiones extrañas, sensaciones abrumadoras, incertidumbre. A pesar de que el vampiro ya había tenido unos días para asumir su papel en esa historia, seguía sin asimilar que él estaba ahí únicamente para servir a una bruja Asarlaí. Delante de sus hermanos y de los lobos del bosque se mostró muy seguro, pero lo cierto era que se sentía desesperado. Nada le salía como deseaba con Aurea, su mundo perfecto de pronto se estaba desmoronando.

O quizá estaba siendo dramático. Velimir ya se lo había dicho, siempre habría cosas fuera de su control, no tenía que desesperarse ni hacer un alboroto por eso. Y claro que no podía controlar a su antojo a una bruja, sobre todo porque ella no estaba a su lado. Si Aurea viviera en la mansión a su sombra las cosas serían diferentes. Podría moldearla a su antojo, mostrarle otras cosas, crear un lazo entre ellos, tenerla en su poder. Pero ella parecía cada vez más lejana, se sentía incapaz de domarla como quería. No podía creer que él, Ethelbert Seymur, el rey de legiones de vampiros, estuviera impotente ante una bruja de veinte y algo más de años. Ni siquiera lo recordaba, ni era importante. Era una niña. Una muchachita que se le escurría de las manos.

Ni siquiera entendía por qué esos días en los que no supo nada de ella se sintió angustiado. O a la expectativa. De alguna forma incomprensible supo que Aurea estaba afligida, que algo la hacía sentir mal. Pero Aurea estaba recluida en una escuela de magia a la que no podía entrar, y además no tenía ni un solo contacto ahí dentro para sacar información. Su enlace siempre fue la directora Constance, pero sacarle información a ella sobre Aurea era impensable. Odiaba eso, sentir lo que a Aurea le pasaba. No era solo un presentimiento, era como si en realidad lo sintiera en la piel, como si ella lo proyectara en él. ¿Acaso de esa forma los había conectado el Dán? ¿Acaso ese condenado espíritu quería que él sintiera lo mismo que ella para así protegerla? ¿Para salvarla de sí misma? Porque si ella se sentía bien, él igual. Por eso a Ethel le urgía saber cómo estaba, lo necesitaba.

Apenas Aurea puso un pie fuera de la Escuela de Brujas, Kazimir se puso en acción. Ethel sabía que Aurea se sentía angustiada, se había sentido así por varios días. Pero luego, de pronto, fue peor. Fue terror, espanto. Dolor. Alguien le estaba haciendo daño a su bruja y eso lo sacó de quicio. Para cuando Kazimir llegó con el informe Aurea parecía sentirse más tranquila y en paz, mucho en verdad. Pero algo había pasado, y él necesitaba saberlo.

Fue así que se enteró que Aurea salió de la Escuela rumbo a la Academia en compañía de Abish. Ah, y que las escoltó Nate. Su condenado hermano no había vuelto desde hace varios días, no sabía nada de él, y necesitaba que llegue ahí de una maldita vez. Porque a juzgar por el informe de Kazmir, esas sensaciones de miedo ocurrieron cuando Nate estuvo presente. Se armó un alboroto fuera de la Academia, luego Abish y Nate discutieron. No sabía más, solo que ese vacío en el informe de Kazimir era responsabilidad de su hermano. Algo hizo el muy miserable, y ya se iba a encargar de eso.




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