Memorias del Mitch

Capítulo Uno. Memorias del Mitch

Respira, trata de respirar, avanza, no te rindas, se dijo así mismo Danilo, intentando con todas las fuerzas que le quedan, salir de aquel lugar, de no dejar que la corriente le arrastrase, porque él sabía que ese sería el fin. No vería nuevamente el rostro de Maye su pequeña hija de tres años, ni a su esposa Ivania, quien ha compartido junto a él, los años más duros de su vida y lo ha hecho siempre con una sonrisa, ¿Qué será de ellas sin mí? Se preguntó y ese fue el impulso que lo hizo exprimir hasta la última gota de aliento. Motivación, es aquello que lleva al ser humano a salir de las situaciones más impensables.

La mañana del veintiocho de octubre de mil novescientos noventa y ocho, Ivania y su hermana María, prepararon lo último que tenían en el almacén. Vivían en una pequeña casa de alquiler, en las afueras de Chaguitillo, una villa situada en el departamento de Matagalpa en un pequeño país centro americano llamado Nicaragua. Ellas llevaban ya cuatro días sin poder lavar, porque las lluvias no cesaban y el sol no salía para poder secar la ropa. La lluvia se mantuvo constante, a veces disminuía su fuerza y otras el viento azotaba sobre el techo oxidado y agujereado de la vivienda, pero jamás se detenía.

-Escuché en la radio de la vecina, que está lloviendo tanto porque es un huracán -dijo María, sosteniendo su vientre.

-¿Estás segura? -preguntó Ivania, temiendo por su esposo que trabaja a orillas de Río Viejo como guarda de seguridad.

-Sí, dicen que se llama huracán Mitch, y que se acerca fuerte, incluso escuché que podría ser de categoría cinco, no sé exactamente qué significa eso; pero él de la radio parecía preocupado. -dijo María, que siguió sosteniendo su vientre, tratando de calmar con su tacto al bebé de seis meses de gestación que lleva dentro.

-Ay, María ¿y ahora? Danilo está en la huerta y no regresará hasta el treinta que le paguen la quincena -dijo Ivania, aún más preocupada.

Danilo debía trabajar toda la quincena y solo volvía a casa cuando recibía su salario, pues no se podía dar el lujo de viajar seguido. El poco dinero que ganaba apenas les alcanzaba para sobrevivir, "vivir al día" como ellos solían decir, y gastar en transporte era un lujo que no se podían dar. Su trabajo era cuidar los motores de riego, que lleva las aguas del río a los sembradíos de arroz, que alimentan a parte de la población de siete millones de habitantes de ese país. Un país pequeño; pero rico en producción agropecuaria. De vez en cuando tenía que lanzarse al río y sin ningún equipo de buceo o algo parecido, bajar al fondo del agua a limpiar los filtros del enorme tubo de succión de diez pulgadas; pero Danilo ya tenía práctica en esto, sabía que no debía ubicarse frente a la succión puesto que podía ser atrapado y jamás saldría de aquel frío y oscuro lugar. La primera vez que realizó ese trabajo, pensó que tardarían días, incluso semanas en darse cuenta que él no estaba. El sembradío quedaba muy lejos de alguna vivienda, por lo que su capataz no llegaba si no era quincena, y hasta entonces se darían cuenta de su ausencia, quizás en algún momento buscarían bajo el agua y lo encontrarían atrapado en uno de los tubos, devorado por los peces y animales del agua. Danilo no tuvo tiempo de autocompadecerse, tenía una familia que alimentar, así que debía hacer el trabajo y hacerlo bien.

Ivania, su pequeña hija y su hermana, se acostaron a dormir, bajo la atemorizante lluvia que no dejaba de azotar, sobre su frágil hogar. El viento era cada vez más fuerte. Ellas podían escuchar el estruendo de las rocas cayendo por los deslaves en la carretera que pasada a solo un kilómetro de su casa. Temerosas de algo que parecía ser inofensivo, después de todo la gente ama dormir con el sonido de la lluvia; pero el sonido de las lluvias que trae un huracán, es totalmente distinto, el viento que empuja la lluvia a doscientos noventa kilometros por hora, amenaza con arrancar cualquier techo, incluso botar las casas más vulnerables, y vaya que la casa de Ivania era vulnerable. Esa mañana cuando escucharon las noticias, las recomendaciones eran abastecerse de una buena cantidad de víveres; pero eso es algo que solo la clase media podía realizar, la gente pobre que "vivía al día", no podía darse esos lujos. Todas las ventas de granos básicos, mercados y supermercados quedaron barridos. La gente con dinero compraba más de lo que podrían llegar a necesitar y la gente pobre no podía ni siquiera hacerse de algo. Ivania ya en su cama con rosario en mano, rezaba la coronilla de la divina misericordia, para que Dios se apiadase de las personas que vivían en la costa atlántica, pues esa sería la zona más afectada cuando el huracán tocara tierra. Ivania inocentemente pensaba que como su departamento quedaba en el centro norte de Nicaragua, lejos de la costa atlántica, entonces a ellos no les afectaría tanto el huracán. Ella terminó sus oraciones donde pedía también por la seguridad de su esposo, se durmió junto a su pequeña hija. El estruendo de las precipitaciones era tan fuerte que ellas no escucharon cuando el crique de agua que pasaba detrás de su casa, aumentó de nivel debido a las fuertes y constantes lluvias. El agua rebasó el nivel de su cause natural y poco a poco fue entrando a la vivienda, inundando cada rincón de su hogar. No se despertaron, sino hasta la madrugada que el sonido del agua dentro de la casa se hizo más evidente. Vieron todo aquel escenario, donde el agua casi llegaba hasta el nivel de sus camas. En una mesita esquinera donde cocinaban se encontraba una olla de frijoles, el único alimento del que disponían y observaron con tristeza como el agua del crique le había dado vuelta y la olla flotaba vacía sobre el agua. No pudieron hacer nada, más que esperar y rezar para que el agua no siguiera aumentando. Salieron de la vivienda y vieron a todas las personas de su barrio afuera de sus casas, asustadas por el repentino aumento del agua. No pudieron dormir. Por suerte, el nivel del agua se mantenía igual. Escucharon como la vecina decía que el agua le había ahogado todas sus gallinas; pero una había logrado entrar a casa de Ivania y escapar del agua, subiendo a una pequeña escalera que ella tenía en el angosto cuarto qué representaba para ellas toda una casa completa. Ivania y María meditaron mucho sobre si comerse o no la gallina, pues no les pertenecía; pero el hambre de la pequeña niña no les dio otra opción, y prepararon la gallina con los únicos dos ingredientes que contaban, agua y sal.




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