¿Dónde estoy? Abro y cierro los ojos, pero lo único que veo es un mar negro, me siento agitado y el miedo comienza a apoderase de mi. Siento fría mi espalda y me doy cuenta de que estoy acostado en el asfalto en medio de la calle. Poco a poco mi vista regresa. Sosegado, observo a los lados sin poder mover nada más que mi cabeza, logro asimilar a lo lejos la sombra de un hombre. “¿Quién eres?” muevo mis labios, pero mi voz no sale, carraspeo intentado hablar, pero no funciona. Se acerca prudentemente, a paso lento pero su aura intimidante me provoca temor. Viste un traje blanco, pero desde sus brazos hasta las manos se extiende un color cobre, es sangre.
Mi cuerpo se mueve solo levantándome involuntariamente, el olor metálico inundando mis fosas nasales me producen nauseas, de frente hay un charco de sangre. Caigo sobre mis rodillas y vomito.
Mateo…
Mi querido hermano…
Otra oleada de arcadas, vomito de nuevo. Escucho una voz, pero no logro reconocerla. Observo los cuerpos frente a mi… Son.
—¡No! —Grito silenciosamente, nuevamente mi voz no sale. Fugaces recuerdos vienen a mi mente.
Un cuarto…
Cubierto de sangre…
La voz de un hombre… Esa voz Esa voz la conozco ¿quién eres?
Madre ¿Dónde estás?
La neblina los cubre nuevamente haciendo los desaparecer, corro hacia adelante intentando llegar a ellos, pero ya no están, en cambio, una nota sobre el rojo carmesí de la sangre. Como si la sangre no mojara la carta la brisa la levanta ondeando en dirección de una brecha. La alcanzo, antes de caer de un ¿edificio? Observo a mí alrededor, pero ya no está el hombre, ni la sangre. Confundido leo la carta en espera de respuestas:
“Y seré vuestro barquero que os guiara a las llamaradas ardientes del infierno, donde arderemos, por la eternidad.
G.”
¿G? ¿Quién es G? ¿alguien que debería conocer? Mi cabeza comienza a dar vueltas y tropiezo sobre mis pies a punto de caer del edificio, pero una mano me sostiene de mi muñeca, no logro reconocer su rostro, pero noto que llora desconsoladamente provocando que sus lágrimas cayeran sobre mi rostro, mientras me mira a los ojos.
—Sálvanos a todos Mateo —dice con voz ronca y vehemente.
Seguidamente su agarre pierde fuerza y yo caigo a una oscuridad profunda.