Memories: Verdades Ocultas [#1]

1.- ¿PESADILLAS O REALIDAD?

*Narra Kath*

Desperté en el suelo, cortesía del glorioso golpe que me di al caerme de la cama. Levantarme no resultó tarea sencilla, ya que estaba enredada en un revoltijo de cobijas.

Todo aquello había sido causado por un sueño. Bueno, en realidad, por un recuerdo.

Ese recuerdo, que había regresado a mí en forma de sueño, llevaba atormentándome alrededor de dos semanas, justo una semana después de que mi tío paterno, el señor Stefano Moonlight Lowell, partiera junto con su esposa rumbo a Greenville. El motivo de su viaje estaba relacionado con la empresa familiar, Industrias Moonlight, una compañía de construcción que, con el tiempo, se había consolidado como una de las más reconocidas en Estados Unidos. La demanda de trabajo era enorme, lo que los obligaba a viajar constantemente y asistir a interminables reuniones de negocios.

Ese constante ir y venir no me molestaba en lo más mínimo; de hecho, me parecía mejor. Era menos tiempo que tenía que soportar su presencia. Lo único que deseaba era que, en uno de esos viajes, se llevaran también a Ariday, su insufrible hija y mi prima.

Mis tíos, Stefano y su esposa, la distinguida señora Caroline Dagger Lein, nos acogieron en su casa tras la muerte de mis padres. En aquel entonces, éramos cuatro niños de no más de doce años, convertidos en huérfanos según las autoridades del MEU —el Magiésterio Estadounidense—, tras un asalto a mano armada. Sin embargo, algo que nunca me habían perdonado mis tíos, ni tampoco mis hermanos, era que yo hubiera sobrevivido mientras nuestros padres no.

Un brusco regreso a la realidad, cortesía de mi despertador, me recordó que seguía tirada en el piso, envuelta entre las cobijas. A menudo me preguntaba cómo lograba sobrevivir en este mundo siendo tan distraída. Aun así, dirigí la mirada al reloj colgado en mi habitación y noté que faltaba media hora para las siete. Calculando rápidamente mis tiempos, concluí que tenía alrededor de una hora para bañarme, cambiarme y desayunar.

Hoy era mi primer día de clases, pero no en cualquier colegio. Era el colegio.

Miré a Fier, quien aún dormía plácidamente. Yo solía levantarme tarde, pero me sorprendía que él, siendo más madrugador que yo, siguiera durmiendo.

Sobre cómo adquirí a Fier, solo recordaba que, el día de la muerte de mis padres, tras el caos y la oscuridad en mi mente, desperté en la camilla de un hospital y lo encontré a mi lado, escondido entre las sábanas. Nunca he logrado explicar qué es exactamente. Ningún mago o bruja que conociera tenía algo similar, y tampoco había registro de su existencia en los libros de magia o animales fantásticos que había leído.

Su apariencia era peculiar, pues se trataba de una pequeña criatura flotante que, si alguien lo viera recostado, podría confundirlo con un muñeco de peluche. Tenía cierto parecido con un ave fénix, aunque no eran idénticos.

Pero Fier no era lo único que descubrí aquel fatídico día. También, como por arte de magia, literalmente, me di cuenta de que podía hacer conjuros y encantamientos. En resumen, era una bruja, aunque un tanto descontrolada. Desde entonces, había tenido más preguntas que respuestas.

A pesar de ello, nunca le había contado a nadie sobre mi magia, pues siempre tuve el anhelo de recibir algo de cariño por lo que era, aunque no entendí esa necesidad hasta que recordé lo que ocurrió ese día. Las palabras de un chico quedaron grabadas en mi mente, inconscientemente quizás, pero ahí estaban.

Sin embargo, ese afecto nunca llegó. Y que me culparan de la muerte de mis padres hacía ese deseo aún más lejano. Al fin y al cabo, ellos me buscaban a mí cuando fuimos atacados. De mis hermanos, el único que parecía preocuparse algo por mí era Christopher. Allen, su mellizo, y Ariday, en cambio, se empeñaban en hacerme la vida miserable. Ralph, por su parte, simplemente ignoraba todo a su alrededor.

Otra alarma sonó, devolviéndome al presente. Fier seguía profundamente dormido, pero yo sabía que no podía darme el lujo de quedarme en la cama. Aunque me tentó la idea de despertarlo para molestarlo, decidí no hacerlo porque tenía prisa. Me apresuré a buscar ropa y me dirigí al baño, decidida a ducharme rápidamente.

Al abrir la llave, el agua helada me golpeó como un balde de realidad, arrancándome un grito ahogado, a pesar de que ya estaba acostumbrada. Tratando de ver el lado positivo, me consolé pensando que el agua fría acortaría mi tiempo bajo la ducha, justo lo que necesitaba. Salí en tiempo récord, confirmando mi teoría, pero al mirar el reloj nuevamente, me di cuenta de que no había servido de absolutamente nada.

—¡QUEEE! —grité inconscientemente, tan fuerte que desperté a Fier de un susto, haciendo que escupiera una llamarada de fuego. El pobre incendió su pequeña cama en el proceso—. ¡Voy súper tarde! Es mi primer día, ¡esto no debería estarme pasando!

—¡Ya son las siete y cuarto! —escuché gritar a Ralph segundos después. Al parecer, mi grito también lo había despertado, ya que él y yo éramos los únicos con habitaciones en el tercer piso—. ¡Con un carajo!

—¿Qué te pasa...? ¡Ayúdame a apagar esto! —me exigió Fier con su característico tono de voz agudo—. ¿Qué esperas? ¿Que nos incendiemos todos?

Sin duda estaba molesto, pero decidí ignorarlo. Al fin y al cabo, no era mi culpa que no supiera controlarse. Además, yo tenía que apurarme.




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