La búsqueda no había sido nada sencilla. Llevaba ya dos semanas visitando la biblioteca todos los días sin excepción. Mi convivencia con el fantasma, si es que podía llamarse así, había mejorado notablemente. Ahora, al menos, ya no me observaba desde las sombras; incluso había comenzado a acercarse más y a hablar conmigo. De hecho, Liarder, como había terminado confesándome que se llamaba, me había recomendado algunos libros según lo que yo le contaba que buscaba.
Estar en la biblioteca se sentía más cómodo ahora que sabía su nombre y un poco más sobre él. Me explicó por qué, a diferencia de otros fantasmas, podía interactuar con los objetos como si fuera tangible. Según me contó, tiempo atrás, un chico que solía venir a esta biblioteca se había hecho su amigo. Antes de despedirse para siempre, el chico le lanzó un encantamiento especial como regalo. Esto le permitía tocar y leer los libros por sí mismo, igual que lo haría cualquier persona viva, sin perder sus habilidades fantasmales.
Sin embargo, aún no lograba sacarle la información que más me inquietaba: la razón por la que aquel día se veía tan sorprendido y asustado al mirar mis ojos.
Cerré el libro que tenía en las manos, cansada de leer. Me estiré en la silla y observé las enormes pilas de libros a mi alrededor: una de las que ya había leído y otra de las que todavía me quedaban por leer. Ambas parecían interminables. Me había sumergido tanto en ellos que ni siquiera había notado el tiempo pasar. Ahora sabía de todo un poco: criaturas, encantamientos, rituales, historia, pociones… pero nada relacionado con lo que buscaba. Aun así, había estado anotando cosas relevantes en una libretita para no olvidarlas. Solo esperaba no perderla, pues conociendo mi historial era muy probable.
Mi mirada se desvió hacia el libro negro con detalles dorados que encontré aquel día. Había intentado de todo para abrirlo, pero no cedía. Algo me decía que ese texto contenía las respuestas a mis preguntas. Liarder juraba no saber nada sobre él, pero no le creía; no era un buen mentiroso.
—Kathrina, encontré algo que podría servirte —dijo Liarder, levitando hacia mí con un libro muy delgado en sus manos—. Mira.
El libro parecía tan viejo y frágil que daba la impresión de que podría desmoronarse en cualquier momento. Aun así, lo tomé con cuidado.
—Gracias, Liarder. ¿Dónde lo encontraste?
—En una de las del fondo —respondió con un bufido, recargándose en una de las estanterías.
Todavía se me hacía extraño verlo tocar las cosas con tanta normalidad, a pesar de ser un fantasma.
—¿Ya nunca volviste a ver al chico? —le pregunté mientras admiraba la portada del libro. Solo tenía un título escrito: Respuestas. No había ningún dato sobre el autor.
—No, ya no. Pero me gustaría volver a verlo —respondió con cierta nostalgia.
Asentí y decidí abrir el libro, que apenas tenía tres hojas. La primera solo tenía escrito el título a mano, así que pasé la página con mucho cuidado. Parecía que podría deshacerse en cualquier momento. En la segunda hoja había un pequeño texto que igualmente estaba escrito a mano, con una letra cursiva que apenas se distinguía en el papel deteriorado.
Leí en voz alta:
"Esperando entre las profundidades del bosque de Evermoorny, un sabio antiguo que responde todas las preguntas aguarda a las almas confundidas que necesiten una luz. Para encontrarlo, debes pasar por el hogar de las piedras delirantes, que marcan el punto medio entre lo divino y la oscuridad. Luego, sigue el sendero a través del bosque, entre las vallas de la muerte inadmisible.
Como última advertencia, sé cauteloso:
Custodiando el camino, varios guerreros de tierra y espinas mortales podrían llevarte a la perdición."
Pasé rápidamente a la última hoja, pero estaba en blanco.
—¿A qué se refiere con un sabio que responde todas las preguntas? —murmuré, confundida.
—Alguna vez oí mitos sobre eso. Dicen que es un árbol muy antiguo, pero no sé si sea real —comentó Liarder mientras se acercaba para tomar el libro de vuelta.
—Si fuera real… —dije instintivamente, aferrándome a esa pizca de esperanza— podría contestarme todo. Dice ahí que responde todas las preguntas.
—Eso dice —me devolvió el libro—. Pero, por lo que me has contado, antes de entrar aquí no sabías nada de este mundo. ¿Cómo planeas encontrarlo?
Tenía razón, era más que evidente ese hecho. Pero una idea loca cruzó mi mente de repente.
—Tal vez yo no sepa nada de este mundo, pero conozco a alguien que sí.
Me levanté rápidamente, guardando el libro Respuestas y el libro negro en mi mochila.
—Me llevaré este libro también.
Vi cómo Liarder iba a protestar, pero me adelanté a interrumpirlo.
—No te preocupes, lo regresaré. O, si no, puedes cortarme la cabeza.
—Aprendes rápido, niña —se burló con un aire de suficiencia mientras se recargaba de nuevo en la estantería, algo muy típico de él.
—Sí, lo sé —respondí, colgándome la mochila al hombro y comenzando a caminar hacia la salida—. Adiós, Liarder. Nos vemos mañana.
—Sí, sí… Adiós. Espero que sí vuelvas —murmuró en voz baja mientras yo doblaba una de las esquinas de las estanterías.
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Editado: 01.02.2025