La noche había caído y las luces de la casa de Joan brillaban en la oscuridad, iluminando el camino con un aire festivo. Henry y Tomás se acercaron, sintiendo la vibrante música que salía del interior. La casa era enorme, con ventanas amplias y decoraciones que llenaban el ambiente de alegría.
—¡Es impresionante! —exclamó Henry, admirando la magnitud del lugar.
Al cruzar la puerta, se encontraron con una multitud de estudiantes, muchos de los cuales eran compañeros de clase de Henry. La música sonaba fuerte, y el ambiente estaba lleno de risas y charlas animadas.
—¡Mira quién llegó! —gritó uno de los pocos amigos de Henry, Pablo, al verlo entrar. Sus ojos se abrieron con sorpresa—. ¡Henry! ¡Qué bien que viniste!
Los demás amigos se congregaron alrededor de él, asombrados por su disfraz de mago. Henry sintió una oleada de calidez al ser recibido de esa manera.
—¡Gracias! —respondió, sonriendo—. Tomás me convenció.
Justo en ese momento, Joan apareció en la entrada, con su disfraz de sirena brillando bajo las luces. Su presencia era magnética, y todos la miraban con admiración. Se acercó a Tomás, y al notar a Henry, lo examinó con desdén.
—Hey, Tomás, ¿quién es tu amigo? —preguntó Joan, su tono cortante—. ¿Ese es tu disfraz de "mago" o de "perdedor"?
Henry sintió que el rostro se le sonrojaba. Joan siempre había sido dura con él, y su comentario lo hizo sentir pequeño.
Tomás, incómodo, trató de defenderlo.
—Es Henry, y está aquí para divertirse, como todos nosotros.
Joan se rió con desdén.
—Bueno, espero que no te quede muy grande ese disfraz, mago. No quiero que te conviertas en sapo en medio de la fiesta.
La risa de algunos compañeros resonó a su alrededor, y Henry se sintió aún más fuera de lugar. Sin embargo, no quería dejar que eso arruinara su noche.
—Gracias, Joan, siempre tan amable —dijo Henry, intentando mantener la compostura.
Joan lo miró con una sonrisa burlona antes de girarse hacia sus amigos, ignorándolo por completo. Henry se sintió herido, pero decidió que no dejaría que su crueldad arruinara la diversión.
Mientras se adentraban en la casa, Tomás le dio un vistazo de preocupación.
—No le hagas caso, Henry. Solo es una broma.
Henry asintió, pero en el fondo, las palabras de Joan seguían resonando en su mente. A pesar de eso, se concentró en disfrutar de la fiesta, decidido a demostrar que no dejaría que la crueldad de otros lo desanimara.
La fiesta continuó, y Henry trató de disfrutar a pesar de la cruel bienvenida de Joan. Se unió a sus amigos, riendo y bailando, pero su mente seguía divagando. La música era contagiosa y, por un momento, se sintió parte del grupo.
Sin embargo, mientras estaba en la pista de baile, sintió que alguien lo empujaba desde atrás. Se dio la vuelta y vio a Joan sonriendo con malicia, rodeada de sus amigos.
—¿Qué tal, mago? —preguntó, alzando la voz para que todos la escucharan—. ¿Listo para un truco?
Antes de que Henry pudiera reaccionar, Joan tiró de la capa de su disfraz, haciendo que se deslizara por sus hombros y cayera al suelo. La risa de los demás resonó en la habitación, y Henry sintió cómo la vergüenza lo invadía.
—¡Mira! —gritó Joan—. ¡El mago sin su magia!
La burla y las risas se intensificaron, y Henry se sintió atrapado. No solo había perdido su disfraz, sino también su dignidad. Los murmullos y las risas eran como puñaladas en su pecho.
—¡Basta, Joan! —intervino Tomás, tratando de defenderlo—. Eso no es divertido.
Joan simplemente se encogió de hombros, disfrutando de la atención que había generado.
—Relájate, Tomás. Solo le estoy enseñando que no todos los trucos son buenos.
Henry, sintiendo que el aire se le escapaba, miró a su alrededor. Todos los rostros lo observaban, algunos con risas y otros con sorpresa. Fue entonces cuando la realidad lo golpeó con fuerza: no quería ser el centro de atención de esta manera.
Sin pensarlo, dio un paso atrás y luego, sin poder soportarlo más, salió corriendo de la casa. Las risas de la fiesta se desvanecieron detrás de él mientras atravesaba el jardín y se alejaba por la calle.
Con el corazón latiendo con fuerza y las lágrimas amenazando con brotar, Henry se alejó de la fiesta, dejando atrás no solo el disfraz, sino también la humillación que Joan había infligido. En su mente, solo había un pensamiento: necesitaba escapar.