Henry siguió caminando sin rumbo, su mente atrapada en lo que le había hecho Joan. No podía creer lo cruel que había sido. La humillación lo invadía, y cada paso que daba parecía pesar más. Se sentía perdido, no solo físicamente, sino también emocionalmente.
Mientras caminaba, levantó la vista y se dio cuenta de que a su alrededor solo había bosque. Las sombras de los árboles se alargaban con la luz tenue de la luna, y de repente, el silencio del lugar se tornó alarmante. Después de un tiempo, una lluvia repentina comenzó a caer, pero no era una lluvia normal; era torrencial, como si el cielo hubiera decidido desahogarse.
Henry buscó refugio, sintiendo cómo el agua empapaba su ropa. Tras unos minutos de caminar bajo la lluvia, vio un camino de tierra que se adentraba en el bosque. Sin pensarlo, se dirigió hacia allí, esperando que lo llevara a un lugar más seguro.
Al avanzar, se topó con una casa muy grande, que parecía deshabitada. Las ventanas estaban cubiertas de polvo y las puertas, medio abiertas, daban una sensación de abandono. Henry se detuvo, dudando si entrar o no. La lluvia caía con fuerza, y la idea de quedarse afuera lo hacía sentir aún más vulnerable.
Finalmente, decidió correr hacia la puerta principal, empujándola para entrar. La puerta se abrió con un chirrido, y se encontró en un vestíbulo oscuro. Dentro, no había nada particularmente interesante, solo muebles cubiertos con sábanas blancas y polvo acumulado en los rincones. La casa parecía haber estado deshabitada durante años, llena de telarañas y un aire de desolación.
Con un profundo suspiro, Henry se adentró en la sala. La luz que entraba por las ventanas rotas apenas iluminaba el espacio. Había un viejo sofá desgastado y una mesa de café cubierta de polvo. Al mirar a su alrededor, sintió que la casa, a pesar de su estado, tenía una extraña calma.
Se acercó a una ventana y miró hacia afuera, observando la lluvia caer con fuerza, mientras su mente seguía atormentada por la sensación de humillación. En ese momento, sintió que había encontrado un refugio, aunque fuera temporal, de la tormenta que había dejado atrás.
Mientras el sonido de la lluvia resonaba afuera, Henry se sentó en el sofá, sintiendo que, aunque la situación era difícil, al menos había encontrado un lugar donde podía estar solo y reflexionar.
Henry se acomodó en el viejo sofá, sintiendo el cansancio envolverlo. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y el sonido monótono lo llevó a un estado de casi somnolencia. Justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, un sonido rompió el silencio: una voz suave y temblorosa resonó desde la parte superior de la casa.
—¿Papá? ¿Volviste? —preguntó la voz, mientras una pequeña figura bajaba por la escalera, iluminando el camino con una lámpara parpadeante.
Henry se sobresaltó y, por instinto, trató de ocultarse detrás del sofá. Sin embargo, la niña lo vio de inmediato, sus grandes ojos llenos de sorpresa y miedo.
—¡Oye! ¿Qué haces en mi casa? —preguntó, su voz temblando.
Henry, nervioso y tratando de encontrar las palabras adecuadas, titubeó.
—Ehhh... está lloviendo muy feo esta noche —respondió, sintiendo que su explicación sonaba ridícula.
La niña lo miró con desconfianza, pero luego pareció relajarse un poco.
—¿Tienes frío? —inquirió, notando que Henry se abrazaba a sí mismo tratando de buscar calor.
—Un poco —admitió él, sintiéndose algo avergonzado.
La niña sonrió tímidamente y luego dijo:
—Soy Misty. Ven, te puedo llevar a mi habitación. Allí estarás más cómodo.
Sin saber exactamente qué hacer, Henry asintió y siguió a Misty mientras ella subía las escaleras, la lámpara iluminando su camino. La casa crujía a su alrededor, y el ambiente se sentía extraño, como si estuviera en un lugar fuera del tiempo.
Cuando llegaron a la habitación, Misty encendió una luz suave y lo invitó a pasar. La habitación era acogedora, decorada con muñecos y juguetes esparcidos por el suelo.
—¿Por qué estabas en la sala? —preguntó Misty, con una mezcla de inocencia y preocupación en su voz.
Henry dudó un momento, sintiendo que no quería contarle toda la historia, pero tampoco quería mentirle.
—Estaba buscando un lugar para refugiarme de la lluvia —dijo finalmente.
Misty asintió, como si entendiera.
—Está bien. Puedes quedarte aquí hasta que pase la tormenta.
Henry sonrió, sintiendo una extraña conexión con Misty. Aunque había huido de una situación incómoda, ahora se encontraba en un lugar donde alguien parecía preocuparse por él. Mientras la lluvia seguía golpeando las ventanas, una sensación de calma comenzó a llenar el espacio.