Mientras Henry trataba de concentrarse en la lección, no podía evitar sentir que algo importante estaba a punto de suceder. Fue entonces cuando escuchó la voz de Tomás, su mejor amigo, que lo llamaba desde el otro lado del aula.
—¡Hey, Henry! —dijo Tomás, inclinándose hacia él con curiosidad—. ¿Qué pasó anoche? Te vi salir corriendo como si te persiguiera un dragón.
Henry, un poco sorprendido por la pregunta, se giró hacia su amigo y sonrió.
—Conseguí un refugio de la lluvia —respondió, recordando su encuentro con Misty y la calidez de la casa.
Tomás frunció el ceño, claramente intrigado.
—¿Refugio? ¿En serio? ¿Donde?
—En una casa vieja cerca del campo. Pero no te preocupes, todo está bien —dijo Henry, tratando de restarle importancia.
Tomás lo miró con escepticismo.
—Como sea, tu hermano estaba muy preocupado. Te buscó por toda la casa y no te encontró.
Henry sintió una punzada de culpa al escuchar eso. Sabía que su hermano a menudo se preocupaba por él, pero en ese momento, había estado más concentrado en sus propias aventuras.
—Lo siento —dijo, sintiéndose un poco mal—. No quería preocuparlo. Solo estaba explorando.
Tomás asintió, como si comprendiera la necesidad de Henry de escapar por un momento.
—Está bien, pero la próxima vez avísame. Podría haber ido contigo —dijo Tomás, sonriendo—. Me imagino que fue una gran aventura.
Mientras la clase avanzaba, Henry no podía dejar de pensar en la casa que había encontrado la noche anterior. Tal vez mañana regresaría allí, a la búsqueda de más aventuras y recuerdos. Sin embargo, esa idea se desvaneció cuando el timbre de salida sonó y una lluvia torrencial comenzó a caer, igual que la noche anterior.
Con el cielo cubierto de nubes grises, Henry salió corriendo de la escuela, pero al mirar alrededor, se dio cuenta de que Misty no estaba esperándolo como siempre. Su corazón se hundió un poco al pensar en su amiga. Sin perder tiempo, corrió hacia su casa, ansioso por encontrarla.
Al llegar, encontró a su hermano en la sala, con una expresión de preocupación en su rostro.
—Henry, ¡por fin llegas! Estaba muy preocupado —dijo su hermano, pero Henry apenas lo escuchó. Estaba demasiado concentrado en buscar a Misty.
Después de una larga búsqueda por el vecindario, se detuvo frente a la casa del anciano vecino, un hombre que había sido amigo de su padre. Desde que su padre se había ido, nadie le había vuelto a hablar. Sin embargo, allí estaba él, sosteniendo a su gaviota en las manos.
—¿Misty? —exclamó Henry, corriendo hacia el hombre.
El anciano, que era mecánico y había vivido en el barrio durante años, le explicó:
—Cayó del cielo mientras llovía. Estaba muy asustada.
Con manos temblorosas y el corazón acelerado, Henry tomó a Misty de sus manos. La gaviota parecía estar en mal estado; no podía volar y su plumaje estaba empapado. Sin perder un segundo, Henry la llevó rápidamente a su cuarto.
Una vez allí, la examinó con cuidado. No parecía tener heridas visibles, pero sí estaba débil y enferma. Henry sintió una punzada de angustia al ver a su amiga en ese estado.
—Voy a ayudarte, Misty —susurró, tratando de calmarla. Le ofreció un poco de agua, pero ella no quería beber.
De repente, una idea se le ocurrió. Rápidamente, sacó su alcancía y, con un golpe, la rompió en el suelo. Las monedas cayeron, brillando en la luz tenue de la habitación. Con manos rápidas, recogió todo el dinero que había ahorrado.
—Necesitamos ir al veterinario —dijo, decidido.
Sin pensarlo dos veces, salió de su casa, sosteniendo a Misty con cuidado en sus brazos, mientras la lluvia seguía cayendo con fuerza. Corrió hacia el veterinario, su corazón palpitando con esperanza y miedo, listo para hacer lo que fuera necesario para ayudar a su amiga.