Henry llegó al veterinario empapado, con Misty aún en sus brazos. Al entrar, el olor a desinfectante y el suave murmullo de otros animales lo envolvieron. La recepcionista lo miró con preocupación al ver su expresión angustiada.
—¿Qué le pasa a la gaviota? —preguntó rápidamente.
—No lo sé, solo parece estar cansada. No puede volar —respondió Henry, su voz temblando un poco.
La recepcionista lo llevó a una sala de examen donde el veterinario, un hombre de aspecto amable con una bata blanca, se acercó a ellos.
—Hola, pequeño. ¿Qué tienes aquí? —dijo el veterinario, mirando a Misty con atención.
Henry le explicó lo que había sucedido: cómo la encontró el anciano y cómo había caído del cielo. El veterinario asintió, examinando a Misty con cuidado. La miró a los ojos, le palpó las alas y revisó su plumaje.
Después de un momento que pareció eterno, el veterinario sonrió.
—No parece que tenga nada grave. Solo está un poco cansada y asustada —dijo—. A veces, los animales se agotan por el estrés o la lluvia.
Henry sintió un alivio inmediato al escuchar esas palabras, pero aún había una preocupación en su corazón.
—¿Está bien? ¿Necesita algo? —preguntó, su voz llena de ansiedad.
—Solo necesita un poco de descanso y tranquilidad. Te la llevaré para que la cuides. Estoy seguro de que estará bien, amiga mía —respondió el veterinario, acariciando suavemente a Misty antes de llevarla a una pequeña habitación para que se recuperara.
Henry miró cómo el veterinario se alejaba con su gaviota y sintió una mezcla de gratitud y preocupación. ¿Estaría realmente bien?
Mientras esperaba, recordó todos los momentos que había pasado con Misty. La alegría que traía a su vida, su espíritu libre y su risa cuando volaba. No podía imaginar un mundo sin ella.
Cuando el veterinario regresó, le dio una buena noticia.
—Puedes llevarte a Misty a casa. Solo asegúrate de que descanse y no la estreses demasiado. Es posible que necesite un par de días para recuperarse completamente.
Henry asintió, sintiendo que el peso del mundo se levantaba de sus hombros.
—Gracias —dijo, tomando a Misty de sus manos con cuidado—. Espero que te sientas mejor pronto, amiga mía.
Al salir del veterinario, con la lluvia aún cayendo, Henry sintió que la conexión con Misty era más fuerte que nunca. La gaviota se acurrucó contra él, y él prometió hacer todo lo posible para que se recuperara. Juntos, caminaron de regreso a casa, listos para enfrentar cualquier desafío que se presentara.
Al día siguiente, Henry se despertó y se dio cuenta de que Misty, su gaviota, seguía profundamente dormida en su cama. Se acercó a ella y, con suavidad, le abrió la puerta de la terraza, dejando espacio para que pudiera salir cuando quisiera. La luz del sol se filtraba a través de las nubes, y Henry sabía que era un día especial: el festival de la escuela.
Con un suspiro, se preparó y salió de casa. Al llegar al festival, el bullicio y la música lo envolvieron. Vio a Tomás, que estaba aferrado a su acordeón, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Henry! ¡Qué bueno verte! —exclamó Tomás, entregándole el disfraz que había olvidado en la escuela—. Aquí tienes.
Henry sonrió mientras se colocaba el disfraz. En ese momento, un pensamiento lo asaltó: su amiga humana, Misty, la que estaba en la casa abandonada. La había dejado en casa, y deseaba que pudiera disfrutar del festival con él.
—Oye, Tomás —dijo, con un brillo en los ojos—. ¿Aún tocas el acordeón?
—Claro que sí —respondió Tomás, con orgullo—. ¿Por qué lo preguntas?
Henry miró a su alrededor, viendo a todos disfrutar del festival. Una idea brillante surgió en su mente.
—¿Te gustaría ayudarme con un favor? —preguntó.
Tomás frunció el ceño, intrigado.
—¿Qué necesitas?
—Como Misty no puede salir de la casa, deberíamos llevar el festival a su jardín. ¡Hagamos que sea especial para ella!
Tomás se iluminó con la idea.
—¡Eso suena genial! ¿Cómo lo hacemos?
Sin pensarlo dos veces, comenzaron a "robar" decoraciones del festival: globos, serpentinas y algunas flores. Mientras Tomás tocaba su acordeón, Henry llenaba su mochila con todo lo que podían llevar.
Una vez que tuvieron suficiente, corrieron por el camino que conducía a la casa de Misty. Henry, emocionado, gritó:
—¡Es por aquí, amigo!
Cuando llegaron, notaron que la casa estaba apagada, excepto por una pequeña habitación donde se filtraba un rayo de luz. Sin pensarlo, Henry corrió hacia el jardín de flores.
Allí, se sorprendió al ver que todo estaba bien cuidado. Las flores que había visto la última vez estaban vibrantes, aunque algunas ya estaban un poco marchitas. También había una mesa con un hermoso sombrero y una cesta llena de flores.
—Mira, Tomás, ¡esto es perfecto! —exclamó Henry mientras comenzaban a decorar el jardín con las cosas que habían traído del festival.
Con cada globito que colgaban y cada flor que colocaban, el jardín cobraba vida. Henry se sentía feliz, sabiendo que estaban haciendo algo especial para Misty.
Mientras trabajaban, Henry sonrió al pensar en la sorpresa que tendría su amiga al ver que, aunque no podía salir, el festival había llegado hasta ella.