Al amanecer del día siguiente, Henry se despertó con la determinación de ayudar a Misty. Sabía que no podía dejarla así, y decidió buscar ayuda. Recordó que su padre había tenido un viejo amigo en el vecindario, un anciano conocido por su sabiduría y conocimientos sobre animales.
Con el corazón acelerado, se vistió rápidamente y salió de casa, dirigiéndose a la casa del anciano. Al llegar, tocó la puerta, y después de unos momentos, el anciano abrió con una sonrisa amable.
—Henry, ¿verdad? —dijo el anciano, reconociendo al joven. —Pasa, por favor.
Henry entró en la casa, que olía a hierbas y especias. Se sintió un poco más tranquilo en el cálido ambiente del lugar.
—Gracias, señor... —dijo, titubeando un poco.
—Me llamo Don Manuel —respondió el anciano, guiándolo hacia una sala donde había muchos libros y frascos de diferentes colores.
—Don Manuel, necesito tu ayuda. Mi gaviota, Misty, no puede volar y se encuentra muy mal. ¿Podrías ayudarme a conseguir una cura? —dijo Henry, con la voz entrecortada por la preocupación.
El anciano frunció el ceño, sintiendo la angustia del chico. Sin dudarlo, tomó su celular.
—Por supuesto, Henry. Vamos a ver qué podemos encontrar —dijo, comenzando a buscar información en internet.
Pasaron horas navegando por diferentes páginas, revisando remedios y tratamientos. Henry observaba con atención, sintiendo una mezcla de esperanza y ansiedad. Don Manuel le mostró artículos sobre vitaminas y minerales que podrían ayudar a Misty, y juntos anotaron todo lo que parecía útil.
—La naturaleza a veces necesita un poco de ayuda, pero hay muchas formas de curar a los animales —dijo Don Manuel, con una voz reconfortante—. No te preocupes, haremos lo posible.
Henry sonrió, sintiéndose un poco más aliviado por la dedicación del anciano. Después de un tiempo, elaboraron una lista de medicamentos y suplementos que podrían ayudar a Misty.
—Ahora, vamos a buscar a la tienda de mascotas más cercana —sugirió Don Manuel—. Es importante que actuemos rápido.
Henry asintió, lleno de gratitude.
—Gracias, Don Manuel. No sé qué haría sin tu ayuda —dijo, sintiéndose agradecido por el apoyo que había encontrado.
Juntos, se prepararon para salir, listos para buscar la cura que Misty tanto necesitaba. Henry sentía que la esperanza comenzaba a florecer en su corazón, y estaba decidido a hacer todo lo posible por su amiga.
Unas horas más tarde, Henry regresó a casa de Don Manuel, el corazón latiendo con fuerza. Había pasado la mañana entera buscando los medicamentos y suplementos recomendados, pero no podía dejar de pensar en Misty. Cuando llegó, encontró al anciano en su taller, revisando algunas herramientas.
—Don Manuel —dijo Henry, con la voz entrecortada—. ¿Has conseguido la cura?
El anciano levantó la mirada, y Henry notó un cambio en su expresión. Una sombra de angustia cruzó su rostro.
—Henry... —comenzó Don Manuel, dejando caer las herramientas sobre la mesa. Su voz era suave, pero firme—. Ya sé lo que le pasa a tu gaviota.
El corazón de Henry se hundió.
—¿Qué sucede? ¿Está enferma? —preguntó, lleno de ansiedad.
Don Manuel suspiró profundamente.
—No está enferma, Henry. Misty está envejeciendo. Tiene muchos años, y simplemente está cansada. A veces, lo mejor que podemos hacer es dejar que nuestras mascotas se vayan en paz.
Henry sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
—No me diga eso —dijo, las lágrimas brotando de sus ojos—. ¡No puedo imaginarme la vida sin ella!
Don Manuel se acercó y puso una mano en su hombro.
—Entiendo lo difícil que es. Pero tienes que recordar que el amor que compartiste con Misty siempre estará contigo.
Henry se cubrió el rostro con las manos, dejando que las lágrimas fluyeran libremente.
—No quiero perderla. Ella siempre ha estado conmigo —sollozó.
El anciano lo miró con compasión y, después de un momento, dijo:
—Ya sé. En vez de buscar una cura que no existe, ¿qué tal si tú y yo armamos algo especial? Una máquina que te ayude a recordarla, algo que te permita llevarla contigo siempre.
Henry levantó la mirada, intrigado por la idea.
—¿Una máquina? —preguntó, secándose las lágrimas.
—Sí. Podemos construir un pequeño dispositivo que grabe sonidos y recuerdos de Misty. Así podrás escuchar su canto y recordar los momentos felices que pasaron juntos —sugirió Don Manuel, sonriendo con calidez.
Henry sintió una chispa de esperanza.
—Eso suena increíble. Quiero hacer eso —dijo, sintiéndose más decidido.
—Entonces, empecemos a trabajar. Juntos haremos algo que te ayude a mantener viva la memoria de tu amiga —respondió el anciano, guiando a Henry hacia su taller.
Mientras comenzaban a reunir las herramientas y materiales, Henry comprendió que, aunque la despedida era inevitable, siempre habría una forma de recordar a Misty y el amor que compartieron.