Tomás caminaba por la plaza, disfrutando del aire fresco y el murmullo de la gente alrededor. Había pasado un tiempo desde que había visto a su amigo Henry, y sentía que algo le faltaba desde la partida de Misty. Mientras paseaba, un sonido familiar llamó su atención: el canto de una gaviota.
Intrigado, siguió el sonido hasta que llegó a la terraza de Henry. Allí, vio la máquina que había construido, funcionando a la perfección. Las alas de la maqueta se movían suavemente, y el sonido que emitía era un eco del canto de Misty. Tomás sonrió, sintiendo una mezcla de nostalgia y calidez.
—¿Qué es esto? —murmuró para sí mismo, acercándose un poco más.
Mientras tanto, en su habitación, Henry se había echado en su cama, mirando al techo con la mente llena de recuerdos. En sus manos sostenía el peluche de gaviota que Misty le había dado. Su corazón se sentía pesado, pero al mismo tiempo, había algo reconfortante en el sonido que provenía de la terraza.
—Hola, Misty —dijo en voz baja, su voz temblando con tristeza—. Sé que siempre estarás conmigo.
Henry cerró los ojos, dejando que el sonido de la máquina lo envolviera. Era como si Misty estuviera allí, a su lado, recordándole que su amistad nunca se iría del todo. Podía casi sentir su presencia, como si el amor que compartieron trascendiera el tiempo y el espacio.
Tomás, desde su lugar en la plaza, sintió una profunda conexión con su amigo. Decidió subir a la terraza para ver a Henry. Al llegar, lo encontró en su cama, con el peluche en sus brazos y una expresión melancólica en su rostro.
—Henry —llamó suavemente, y Henry abrió los ojos, sorprendido al ver a su amigo.
—Tomás... —respondió, sentándose lentamente—. ¿Qué haces aquí?
—Escuché el canto de la gaviota y quería ver cómo estabas —dijo Tomás, acercándose—. Me alegra ver que has hecho algo tan especial.
Henry sonrió, aunque sus ojos aún brillaban con lágrimas no derramadas.
—Es mi manera de recordarla —dijo, mirando hacia la máquina—. Misty siempre será parte de mí.
Tomás asintió, comprendiendo el dolor y la belleza de ese momento.
—Siempre estará contigo, amigo. Y yo también estoy aquí —respondió, sentándose al lado de Henry.
Los dos amigos compartieron un momento de silencio, escuchando el canto de la máquina, sintiendo que, aunque Misty ya no estaba físicamente, su espíritu vivía en cada recuerdo y cada sonido.
—Gracias por estar aquí —dijo Henry, sintiendo el apoyo de su amigo.
—Siempre, hermano. Siempre —respondió Tomás, abrazando a Henry mientras el canto de la gaviota seguía llenando la habitación.
Fin.