mente frágil

Diarios

El suceso no rebasaba la hora, pero en efecto, el pequeño ya había fallecido. Ambos padres estuvieron presentes cuando esto recién sucedió, quedando perplejos ante el cuerpo. Aún, se podía ver como la paz recorría a sus reducidos huesos, cuando entre sangre, agonizaba del dolor. Ellos no hicieron nada, no podían. La herida desgarró por completo a sus órganos, que no había forma de salvarlo.

Fue inimaginable para los oficiales el encontrarse ante esa desapacible imagen. Aquella noche, al recibir una simple llamada de queja a causa de una discusión, planearon sermonear a la pareja para que al terminar cada uno se dirigiera con tranquilidad hacia sus respectivas casas, pero eso no ocurrió así. Cuando llegaron ya era tarde y el ambiente pesaba, como si sus gritos de ayuda retumbaran en la conciencia de todos los presentes.

—¡Todo es culpa de Silvia! ¡Nada de esto sería así a no ser por ella!  —gritó Rogelio y caminó enfurecido hacía ella cuando vio a la policía ya dentro del departamento.

Un subordinado al instante lo detuvo de los hombros.

Silvia seguía perpleja sin saber reaccionar ante lo sucedido. No emitía palabras, ni siquiera volteó a ver a Rogelio cuando este le estaba gritando, parecía estar, por completo, inmersa en sus pensamientos.

—Debes calmarte, no necesitamos más líos —le dijo el subordinado que detuvo de sus impulsos a Rogelio.

—¡¿Cómo me voy a calmar si ella lo ocasionó todo?! —veía a cada uno de los que se encontraban en ese lugar, por otro lado, el muchacho le colocaba las esposas —¡Ella lo torturaba! ¡Lo agredía! ¡Fue ella quien lo destruyó! Fue… ella —su voz se cortaba—… ella lo destruyó —desplomó en el suelo de rodillas repleto de lágrimas al terminar la oración. Se notaba tan clara la ira en sus ojos irritados y la boca entre titubeo le denotaba abatimiento.

—Señor, cálmese, nosotros ya definiremos al culpable, entre tanto, ambos nos tendrán que acompañar por igual —dijo Ignacio, el jefe de policía.

Rogelio levantó la mirada justo cuando se iba a levantar, él había recordado algo.

—¡El cuaderno!

—¿Qué cuaderno?

—¡El cuaderno del niño! ¡Deben tenerlo! ¡Es importante!

—¿Por qué es importante un cuaderno?

—Sólo tómenlo, está en un canasto en el cuarto del fondo.

Uno de los policías fue a buscar dicho cuaderno, no parecía ser fuera de lo común, pero este contenía evidencia vista desde la perspectiva del pequeño sobre lo acontecido a su alrededor, en pocas palabras, eran sus penas escritas en papel.

—¿Para qué necesitaríamos esto? —preguntó el sujeto que fue a buscarlo.

—-¡Léanlo! ¡Sólo léanlo! ¡Abran ese cuaderno! —gritó Rogelio con desesperación cuando el subordinado lo alejaba de la escena sujetándolo firme del brazo.

Ignacio tomó extrañado dicho cuaderno, parecía ser un diario, no se equivocaba, eso era. Llevó a todos a la comisaria para seguir con el caso, no quiso continuar faltándole el respeto al cuerpo de Deni al crear todo un espectáculo ante él.

Intentó interrogar primero a la madre, parecía estar más serena. No hubo respuestas de su parte, pues no quería hablar. Seguía viéndose distraída, como si la muerte de su hijo en verdad le estuviese afectando, pero por el testimonio de Rogelio, el oficial no podía confiar en la tristeza de la señora. Entonces, se dirigió a donde Rogelio, quien estaba en otro cuarto de interrogatorio. Él se negó a contestar, no quería decir algo al respecto sin antes saber que Ignacio ya había leído por completo lo del cuaderno. Ignacio, irritado, se sentó en su oficina y lo abrió en una página al azar, casi al instante volvió a llamar al interrogatorio a Silvia.

—Va a tener que escuchar esto, señora, su esposo la culpa de lo sucedido y adjuntó como pruebas este cuaderno del pequeño en donde fue narrando lo que llegó a vivir con ustedes.

El pavor expresado por Silvia fue en completo genuino al escuchar a Ignacio. Sabía lo que había hecho, sabía bien lo malo de sus acciones. El miedo a que eso saliera a la luz la carcomía. Estaba sintiendo el pesar de todas sus acciones en un solo momento. No se podía arrepentir ahora, no tenía a quién pedirle disculpas, esa mujer era culpable de ser una horrible persona.

—Puede que lo que lea en esas páginas revelen todo su sufrimiento, pero oficial, yo no fui quien sostuvo el arma, yo no soy la culpable —dijo con cierta aflicción.

Ignacio no sabía si creerle, le pidió que lo dejara leer lo que el testimonio del niño tenía para aportar, Silvia con trabajo lo aceptó, la culpa le consumía, pero quería saber por qué fue que Deni hizo lo ocurrido.

 

*

 

Querido diario.

Hoy papá me regaló este cuaderno. Es naranja y tiene un listón. Se parece a los que él usa en el trabajo, me hace sentir importante. Me pone feliz escribir aquí, dice que es para expresar lo que siento, si estoy enojado, triste o feliz lo ponga aquí. ¡Eso es lo que haré!

4/06/11

Querido diario.

Segundo día escribiendo aquí. Espero no se me olvide hacerlo.




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