mente frágil

Una boda

Esta mañana recibí tu carta, ¡te vas a casar! Vaya sorpresa, me alegro con plenitud por ti, pero no sé si estoy dispuesta a asistir.

¿Por qué hacer esto? No he sabido nada de ti desde hace ocho años. Desde que tú decidiste partir sin previo aviso. ¿Por qué te apareces así en mi vida ahora? Aún pienso en ti, no me he podido alejar de la idea fantasiosa que me creé ante tu presencia y tú, al parecer estás como si nada de lo que pasó hubiese importado.

Sé que tal vez exagero, perdón por desatar así mis sentimientos contigo, pero me doy cuenta de que seguiste con lo tuyo, tomaste un camino muy aparte del que estaba planeado y yo no hice más que estancarme. Ahora es tiempo de dejar de aferrarme a ti, a tu existencia.

No fui la primera en tu vida, me queda claro, y mucho menos logré ser la última mujer que te acompañaría hacia tus sueños. Pero, aunque ya no importe, ten por seguro que tú sí fuiste el primero; ese quien logró penetrar mi mente y controlar las palpitaciones de mi corazón a su placer. Con esta noticia, ahora sé muy bien que de verdad anhelo, con la deslumbrante esperanza que mi pecho desprende en llanto, que usted no vaya a ser el último hombre que logre tal efecto en mí.

Yo era una chica irrelevante como el resto, sólo asistía a mis clases, tomaba apuntes y entregaba mis trabajos sin participar en clase o algo extra. Así vivía mi vida, en plena rutina de aburrimiento sin esperar mucho de mi futuro. Recuerdo que tú cambiaste eso, apareciste un día al azar frente mío y te presentaste como cualquier persona lo hubiera hecho. Por alguna razón que desconozco había llamado por completo tu atención, mi nerviosismo no ayudó mucho ese día, es gracioso recordarlo, comencé a tartamudear cuando quise responder a tus palabras, tú sólo reíste y me dijiste que no tuviera miedo, que eras igual de humano que yo.

Trasmitías una extraña confianza en la mirada, como si estuvieras sin preocupaciones. Sólo te veías feliz por la vida, eso me hizo querer conocerte a fondo. Parecías divertirte, yo quería algo de diversión pues mi rutina comenzaba ya a irritarme. Me encariñé rápido contigo. La peculiaridad que poseías no la había visto en cualquier otra persona. Hablabas con fluidez sobre cualquier cosa que se te ocurriera y tus ideales siempre iban firmes, no te podían doblegar.

Los comentarios o chistes que yo hacía a ti te encantaban, lograbas entenderlos o me seguías el juego al igual que yo te seguía con todas tus ideas.

Eras igual de desconocido que yo en la escuela, pero en tu caso era porque no asistías la mayor parte del tiempo. Me sorprendió lo intrépido que podías llegar a ser incluso rodeado de miedo. La fachada que te cubría era por completo diferente a la persona que me mostraste ser. Perdiste un año de la preparatoria por las faltas que habías acumulado, todo porque odiabas estar sólo. Eso te llevó a acercarte más a mí, así ya no estarías solo.

En compañía de ambos cursamos el último año. Comencé a ayudarte en los estudios, no era difícil, eras demasiado capaz para entender los temas. El único problema era lo flojo y distraído que resultaste ser para la escuela. Pasamos todas las tardes tratando de erradicar eso, pero en lugar de estudiar comenzaste a mostrarme la visión que tenías de este mundo. Nos sentábamos en el pasto del parque situado enfrente de la casa de tus padres, siempre había una zona bajo de tres árboles que tenía sombra y nos recargábamos justo en el que estaba en medio. Era algo fantástico. Con una sonrisa en rostro contabas todo lo que te lograba deleitar de este mundo, por más pequeño que fuera el detalle que te alegraba, yo te escuchaba enrojecida. Eran cosas que no me detenía a siquiera pensar, algunas eran un tanto ridículas, pero reflejaba tu encanto. Como la vez que me dijiste que las frutas lloraban al caer al suelo por separarse de quien alguna vez les dio vida, o esa ocasión en la que afirmabas estar siendo acosado por una ardilla, no te podía quitar de la mente el que te había estado siguiendo desde tu casa con una mirada de enojo, reí demasiado pero tu carita tan seria al asunto me hizo tener que amenazarla para que no te hiciera algo malo. Decías que la lluvia surgía para purificar todo el caos y te situabas debajo de ella cuando querías disculparte por hacer uso de algo natural sin que este te hubiera dado permiso antes. En la calle, cuando caminábamos juntos siempre te parabas al ver algún insecto o pequeña criatura caminando frente a ti, esperabas tu turno, no la podías agarrar porque ese acto sería demasiado «descortés» de tu parte.

Añoro esas ocasiones en las que demostrabas lo extraño e irónico que llegabas a ser, fueron los mejores momentos que pude haber pasado…

Un día, sentados debajo de aquellos árboles, tú miraste arriba con cierto aire de tristeza y dijiste:

«Incluso cada una de las hojas tiene una función, son muchas para complementarse entre sí, nos dan sombra; obtienen energía del sol dando oxígeno, purifican este aire y así dan vida al árbol y a otras criaturas. La tierra también tiene una gran función, les da a las plantas un lugar donde poder vivir. Todo esto es muy bello, pero me entristece, ellos hacen todo eso, tal vez sin la idea de que lo que hacen lo llevan repitiendo toda su vida, una y otra vez sin saber bien lo que pasa a sus alrededores y, aun así, son más importantes que el ser humano. Nosotros destruimos cosas para nuestro consumo, es algo demasiado egoísta. Mientras que en la naturaleza cada uno aporta su parte, nosotros sólo interrumpimos. Yo ya no quiero esto, pero da igual lo que yo quiera, no puedo simplemente convertirme en un preciado árbol. Igual yo también consumo para subsistir, pero trato de no desperdiciar lo que ya llego a tener, consumo como tú y como el resto, como si de verdad no importara».




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