Tengo la imposibilidad de volver a viajar en sueños. Hace ya varios días no he podido volver a soñar, ni cuando lo intento. No entiendo.
Un golpecito me sobresalta, me levanto a ver qué es y para mí sorpresa, Noah está en mi ventana. No me explico el como llegó allí, ya que en la tierra no es como en la habitación de Novakwies, tiene por dónde subir, sin embargo está en el quicio de la ventana.
La abro y lo dejo entrar, algo me llama la atención, en un árbol cercano a la ventana, él chico del instituto está observando.
—¿Qué haces acá? —susurro ocupandome de Noah primero.
—Quería pedirte disculpas. — Me abraza.
Siento su calor característico que me envuelve.
—¿Disculpas por qué? —indago.
Quisiera saber el porqué se disculpa, si es solo por dejarme tirada o también por no dejarme explicar.
—Por todo lo que pasó hoy, de verdad... He estado intentando entrar a la universidad de nuevo y estoy muy presionado, mi hermano se ha vuelto un idiota y mi madre ejerce más presión para que rinda las clases, Mariposa, fui un idiota.
Levanto su cara con mis manos y me pongo de puntillas para besarlo, la mirada del chico rubio en el árbol quema mi nuca, pero aún así sello mis labios con los suyos, mi novio intensifica el beso casi dejándome sin aire.
La sensación de ser observados no me deja tranquila, pero no puedo decirle nada ya que me guía hasta la cama sin soltarme, sus besos no me dejan respirar y la situación no se me hace nada romantica, aún no olvidó lo que sucedió temprano.
Abro un poco los ojos cuando se aleja por un momento y se posa nuevamente sobre mi, un destello rojizo casi imperceptible pasa por sus ojos y me quedo paralizada. La última vez que ví ese destello en sus ojos fue una trampa. Me revuelvo bajo de él y afloja su agarre, se hace a un lado, camino por toda la habitación con la mano en la cabeza.
—¿Qué sucede, Zoey?
Observo su ojos, profundos y púrpuras, sin ningún rastro de rojo en ellos. Suelto un suspiro, mi corazón baja su ritmo a uno normal. Sonrío para tranquilizarlo, tan solo deben ser mis traumas.
—No pasa nada, solo creí ver... —Niego con la cabeza—. No importa —suspiro—. Creo que deberías irte, mamá no te tiene mucha estima y será peor si te encuentra en mi habitación.
Asiente con la cabeza pero en su mirada se ve herido. Besa mis labios y sale por la ventana.
Me acuesto soltando un gran suspiro mientras aprieto los ojos, maldita sea no saber que es lo que vi, no estar consciente si es real o solo son alucinaciones por los traumas, creo que debería ver un psicólogo.
Un ruido nuevo hace que me levanté rápido nuevamente, frente a mí peinadora está el chico rubio del instituto.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué me espías? Y, más importante aún ¿Como sabes dónde vivo?
—Bonita habitación —Observa detenidamente todo, su mirada viaja al tapiz—. ¿Seguirás fingiendo que no eres de otra raza?
—¿Seguirás sin responder mis preguntas?
Gira los ojos en un gesto casi caricaturesco.
—¿Cuántos años tienes?
—Responder con una pregunta, a otra pregunta, es de idiotas —sentencio.
—Llamar idiotas a otras personas es de mal educados.
Toma en sus manos a la gatita que se empezaba a restregar en su pantalón, la acaricia tras sus orejas.
La situación es de lo más extraña, pero aún así no sobre pasa mis límites. Empiezo a creer que debo ver a un psicólogo.
—Tardo demasiado en irse.
—¿Quién? —pregunto extrañada.
—Tu novio.
—Tu estás tardando demasiado en hacer lo mismo.
Saca de su bolsillo otra vez la manzana de esta mañana, la limpia en su pantalón y como si estuviera recién cortada del árbol está brilla en su mano. Sin despegar sus ojos grises de los míos la deja en la peinadora.
—Debes comerla.
—No como nada que provenga de extraños, solo vete.
Extiende su mano y toma la mía llevándola a sus labios.
—Me llamo Die.
Suelta mi mano. Frunzo el ceño.
—Qué nombre tan raro.
Me observa por última vez y sale por la ventana, inmediatamente me asomo asustada porque escucho un golpe pero cuando veo afuera, desapareció.
Como era de esperarse todos en la casa salen de sus habitaciones con cara de sueño pero asustado, Domenica y Sol abren mi puerta sin tocar y me observan parada en la ventana. Ambas fruncen el ceño pero optan por quedarse calladas ante la llegada de mi madre. Se ve despeinada, con ojeras y con el cabello enmarañado, su mirada es asustada.
—¿Sucedió algo? —Observa toda mi habitación—. ¿Qué haces despierta?
—Yo... Me despertó el golpe. —Alcance a decir.
—¿Y está manzana? —pregunta—. ¿Sabes que eres alérgica? Si la comes puedes morir. —La toma en su mano y la guarda en el bolsillo de su bata—. Todos a dormir, vamos.
Empuja a las chicas por el pasillo y me observa a los ojos antes de cerrar la puerta, me parece ver un destello rojo en sus ojos también, pero debo estar sugestionada por el recuerdo.
Intento soñar mientras duermo, pero una vez tras otra me doy contra un muro, es como si estuviera bloqueada. Lo dejo de intentar para asi poder descansar, pero ya es tarde, un gallo canta a lo lejos y la gatita camina por mi cara para despertarme.
El agotamiento no es buena compañía, el resto de mi día es pesado, el cielo aún así brilla, las demás personas sonrien y yo solo me preguntó ¿Desde cuándo soy alérgica a las manzanas?
Sentada en la mesa de química, observo al frente mientras tengo una idea, claro, si soy alérgica a las manzanas es algo que mi madre pondría en mi expediente escolar ¿Verdad? Así que entre el cansancio y el estrés de las rarezas empiezo a formar una idea. Leeré mi registro escolar.
Si, aunque sé que está prohibido que los estudiantes tengan acceso a esos documentos me arriesgaré, algo con respecto a esas manzanas no me termina de encajar. Para empezar ¿Por qué Die me insistiria en comerla? O ¿Por qué mi madre insistiria en que no puedo comerla? Antes creo haberlo comido.