La lluvia caía silenciosa aquella noche de verano, las calles estaban desiertas y yo me refugiaba bajo una pequeña saliente en la esquina de un edificio.
Cada cierto tiempo un auto pasaba y sus ocupantes me veían extrañados.
Algunos incluso se ofrecían a llevarme algún lugar para que dejara de mojarme, pero yo me negaba y estoy seguro que muchos me juzgaban de loco.
Era muy posible que ella nunca apareciera, después de todo, ¿quién saldría a la calle con esa lluvia? Pero yo no perdía la esperanza y por el contrario a lo que muchos creerían, comenzaba a agradarme aquella escena. Después de todo, no todos los días se tiene la oportunidad de disfrutar las gotas de lluvia y el frescor nocturno mientras se espera a una persona tan especial.
Me acerqué a un vitral cercano y vi mi reflejo, estaba empapado, de mi cabello lacio y corto escurrían pequeñas gotas de lluvia al igual que de mi rostro.
El tiempo siguió pasando y mis esperanzas comenzaban a dar paso al desaliento, pero no pasó mucho más antes de que una figura se vislumbrara en la distancia. Conforme se acercaba pude reconocerla y una sonrisa iluminó mi rostro. Se veía tan hermosa como siempre, su largo cabello rubio que llegaba a media espalda, su piel blanca, su rostro redondeado con esos preciosos ojos verdes se acercaron iluminados por una sonrisa bellísima, esa sonrisa que era lo que me había hechizado desde el primer momento en que la vi; ella era la mujer de mi vida.
-Sabía que vendrías. –Le dije tomándola en mis brazos con ternura y cariño.
-No podría faltar. Lamento haberte hecho esperar. –Me dijo mientras respondía a mi abrazo.
-No hay problema. Me encanta poder verte antes de despedirme.
-Lo sé; te extrañare mucho.
-Yo también te extrañare. No sé cuándo volveré, pero ten por seguro que no dejaré de pensar en ustedes.
Toque con mucho cariño su vientre y sentí el movimiento de la pequeña que ahí se formaba y no pude evitar volver a sonreír; ella también sonrío, pero con una sonrisa triste.
Sus lágrimas se mezclaron con las gotas de lluvia mientras nos dábamos un último beso. Solo Dios sabía cuándo podríamos volver a vernos. El sol comenzó a elevarse en el horizonte, esa era la señal para despedirnos. Nos abrazamos por última vez y cada quien tomó su camino.
EL PALADÍN