Y una vez más, lo siento por el capítulo largo.
°SOMBRAS SOSPECHOSAS°
El hombre descendió de su caballo y se acercó a Jasmine, dejando las riendas sueltas. Por un momento, quedó hechizado por sus ojos grises, que brillaban con una alegría inesperada, y una sonrisa indescriptible y contagiosa que iluminaba su rostro. A pesar de la lluvia que caía a su alrededor, Jasmine parecía irradiar luz, incluso envuelta en un vestido gris que se confundía con el paisaje, Harvey no pudo evitar por un momento apreciarla sin palabras.
Sin embargo, los pocos segundos de tregua que Jasmine se permitió disfrutar y olvidarse de lo que acaba de escapar, fueron suficientes para que su cuerpo recordara su debilidad. Los años de malnutrición y el agotamiento por la huida, la alcanzaron de golpe. Su cabeza empezó a dar vueltas, sus rodillas temblaron, y antes de que pudiera reaccionar completamente al llamado que escucho, su cuerpo colapsó entre las flores mojadas. Harvey alcanzó a sujetarla justo a tiempo. El calor de su cuerpo era apenas perceptible cuando la tuvo en brazos.
—¡Señorita! —exclamó, inclinándose sobre ella—. ¿Puede oírme?
No hubo respuesta.
Observó a la mujer detenidamente mientras la sostenía. Tenía el rostro pálido, contrastaba con los ojos hundidos por el cansancio y las grises sombras bajo estas. Era evidente que no había comido ni dormido bien en mucho tiempo, y su cuerpo, aunque delgado, mostraba signos de haber sido maltratado. Las palmas de sus manos mostraban la sangre seca que quedaba de heridas sin atender y las manchas sucias y desgastantes en su ropa, contaban una historia que no podía ignorar. ¿Quién era esta mujer? ¿Por qué estaba sola en sus tierras, y en ese estado?
Harvey miró en torno. Aquello era su propiedad, y por ley, nadie debía merodear allí sin autorización. Pero ¿qué ley podía justificar dejar morir a una mujer así?
La envolvió en su capa y, sin pensarlo más, la alzó en brazos.
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El silencio fue roto solo por los cascos del caballo mojado y las botas de Harvey golpeando la piedra húmeda del patio. En sus brazos, el cuerpo inerte de una mujer que apenas respiraba, con la piel tan fría como el mármol. Los sirvientes salieron de a poco, sorprendidos por el extraño cuadro. Su amo, siempre impecable, siempre solo, ahora entraba empapado, con una mujer desconocida en brazos y el ceño fruncido por una preocupación que jamás se le había visto en su rostro usualmente inexpresivo.
Nadie se atrevió a preguntar.
—¡Loreta! —llamó con voz firme.
La mujer, su ama de llaves que lo conocía bien, apareció de inmediato.
—Lleva agua caliente, paños limpios, mantas gruesas y todo lo que se necesite para atenderla —dijo sin rodeos—. A mi habitación.
—¿Está viva? —preguntó ella, alarmada en cuanto la vio.
—Por ahora. Pero no por mucho si no actuamos rápido.
Harvey no esperó. Subió con la joven por la escalera trasera, cruzó las galerías con paso veloz y la llevó a la habitación del ala este, que solo usaba para él mismo. Cuando la recostó sobre el diván frente a la chimenea, se dio cuenta de algo más: su pecho subía y bajaba apenas. Era hiperventilación silenciosa, inconstante. Y su piel seguía tan helada como cuando la recogió.
Loreta entró a los minutos, cargada con lo solicitado y otros sirvientes detrás de ella con la bañera y el agua.
—Necesita calor inmediato. Cambia su ropa y sumerjela en la bañera con agua caliente para estabilizar su temperatura corporal. Eviten moverla bruscamente —indicó, con la voz grave pero contenida.
Mientras su criada la atendía, Harvey salió para cambiarse también rapidamente. Dio órdenes para encender más la chimenea y que trajeran mantas extra. Cuando regresó, Jasmine ya estaba tendida, envuelta en sábanas limpias, aunque aún inconsciente. Harvey se quedó observándola. Respiraba, aunque seguia debilmente sin color.
—Mi Lord... —se acerco Loreta con un hilo de voz a su lado—. He... he visto cosas en su cuerpo.
Harvey la miró con dureza.
—¿Qué cosas?
—Cicatrices. Viejas. En la espalda. En los muslos. Como... como látigos o sogas. Y moretones nuevos. Muchos. No es una plebeya común, señor. A una mujer no se le marcan esas huellas por andar descalza.
Harvey apretó la mandíbula. No por enojo con su criada, sino por el peso de la verdad más dura que espero. Se inclinó sobre Jasmine, y por primera vez la miró con detenimiento estando limpia. Su rostro antes sucio por descuido. Recordaba que era tierra mezclada con barro seco, con sangre de heridas recientes. Su cabello estaba enmarañado, pero ahora era fino, oscuro como la noche y todavía suavidad improbable para alguien del campo. Sus manos, aunque raspadas y duras. Era como si hubiese vivido protegida... y luego brutalmente arrojada al mundo.
—Se está enfriando más —dijo Loreta todavia preocupada—. Ya la cambié y la envolví en mantas como me dijo. No responde al estímulo del agua caliente. Me temo que dejarla así no bastará. Tiembla, pero como un gorrión... sin fuerzas.
Harvey dudó. No era médico. Pero sí había estudiado lo suficiente. Sabía que cuando el cuerpo deja de responder al calor externo... lo único que queda es el calor humano.
—Cierra las cortinas. Que nadie entre —ordenó—. Y dile a Lucas que cancelé mi agenda por hoy, no veré ni recibiré a nadie.
—Sí, señor—Loreta obedeció dubitativa, pero se guardo sus pensamientos para sí misma.
Harvey se quitó la chaqueta, luego los zapatos, tiró todas las almohadas cerca de la chimenea, eran grandes y mullidas, un lugar comodo improvisado. Se volvio hacia Jasmine y la envolvió mejor entre las mantas y alzandola en brazos, se sento con ella en su regazo encima de las almohadas y cerca de la chimenea, buscando no sobrepasarse, pero sí rodearla con sus brazos. Ella no reaccionó, pero el cuerpo empezó a temblar contra el suyo, su rostro busco acercarse más a su pecho, como si hubiera encontrado una fuente de calor al fin.