Mentiras En Tus Verdades

Capítulo Treinta y Ocho.

°DESCONOCIDO°
 


Respira.

No llores.

No puedo...

El tiempo se detuvo para mi, los aplausos que dieron las personas después del baile, sonaban como un eco en mis oídos. No quise levantar la mirada, sólo camine fuera del círculo, unas cuentas personas me empujaron mientras se dirigían a bailar, yo iba en dirección contraria hasta salir del apogeo.

—¡Jasmine! ¡Jasmine!—Escuché a alguien llamarme, pero no quería escuchar.

Seguí caminando hasta salir del salón y empezar a andar por ese pasillo solitario, Lucía quedó en la entrada, viéndome como me alejaba de ella.

—¡Lo siento! Pero no pude negarme—Dijo por último, antes de que yo diera vuelta en la esquina a otro pasillo.

No era su culpa, hubiera sido un espectáculo si hubiera negado a Harvey, con toda la atención de los otros invitados sobre ellos, claro que sintió una presión a aceptar. Y Harvey... entendía que estaba molesto, tenía todo el derecho de hacerlo así, sólo que no lo vi capaz.

Yo sólo estaba enojada conmigo misma, nada hubiera pasado si no hubiera salido esa mañana con Evan a solas. Debí hacerle caso a Harvey esa vez.

Las lágrimas empezaron a salir sin ningún aviso, el corazón dolía hasta más no poder, estos días estaban siendo un infierno y no sabía si lo merecía en gran medida.

Me detuve un segundo, al parecer me había perdido en un pasillo que no había visto, pero daba igual, todo era mejor a no querer pasar de nuevo por el salón de fiestas hasta llegar a la ala sur. Camine mirando a mis costados, había cuadros que no había visto antes, había pocas puertas y con ayuda de las pequeñas antorchas, había uno casi abierto

Asome mi cabeza por la orilla, quería encontrar un lugar para desahogarme.

—¿Hay alguien?—No se escuchó nada.—¡Hola!

No hubo respuesta, así que tome una vela del pasillo y me adentre en esa pieza, encendí las velas necesarias para poder ver que se trataba de un cuarto de instrumentos, con una chimenea. Sentía frío y no bastaba que me tapara con mi mantilla, así que decidí también prenderle fuego a la chimenea.

Me puse de rodillas mientras acomodaba los troncos que estaban a un lado de esta, después con ayuda de una vela lo prendí desde abajo la chimenea. Sin más que hacer, me senté abrazando mis rodillas, contemplando las llamas amarillas y rojas ¿No podía haber algo tan triste?

Este vestido rosado, este peinado, eran hermosamente inservibles. Los había elegido con recelo para que fueran perfectos en este día, que hasta el cielo se había negado a mostrar la luna.

No era como el principio de esta historia, pero era igual en un aspecto: estaba sola. Los ojos se me llenaron de lágrimas por qué apestaba oír el vacío, cuanto hubiera querido que Kerstin estuviera aquí, ella seguro le daría una paliza a Lucía y a Harvey por ese comportamiento, pero después me sentí mal por querer eso, no quisiera que habrá más peleas. No cuando todo era mi culpa.

—¿Qué voy hacer? Fui una tonta—Dije mientras escondía mi rostro entre mis brazos.—Tonta, tonta, tonta.

—Pues así te ves como una tonta deprimente—Escuché una voz.

—¡Hay por Dios!—Salté de mi lugar hacia atrás.

A tres pasos de mi había un hombre, alto y bien proporcionado, llegaba a sus treinta años, era aún joven, el cabello azabache despeinado, ojos negros profundos, la camisa con dos botones  sueltos, tenía una copa de vino en los dedos, se veía un poco ebrio.

—¿Quién eres?—Pregunté más calmada.

Ya nada me importaba, ni siquiera un desconocido en plena noche, el tipo se veía más desgraciado que yo en aspecto. Me limpie las lágrimas que habían salido y sorbi mi nariz de mocos.

—No importa quien sea—Su voz era gruesa y un poco agradable,—Al parecer mi vida es igual de triste como la tuya ¿Te importa si te acompaño?—Me encogi de hombros.

Solté un suspiro, al parecer tenía una letrero en la frente con la frase «Acaban de terminar conmigo», no había forma de perder más dignidad que hasta un extraño lo notaba sin siquiera preguntar. Me daban más ganas de llorar por ser tan miserable.

—¿Tienes más de eso?—Señalé a su copa.

Dio una sonrisa a un lado,—Es la primera vez que una dama me pide eso, y yo no debería de darle... Pero veo que esta desesperada.

Fue una mesita cerca y trajo la botella, se sento a mi lado, queriendo darme la copa, yo se la devolví y le quite la botella, tomando de ella un gran sorbo.

—Todos los hombres son unos estúpidos—Dije después.

—Si, todos los son—Apoyo a mi comentario.—Aunque yo no, mi familia si.

—No creo que tu familia apeste más que la mía.

—¿Quieres apostar?—Me miró, desafiante.

Me encogí de hombros y acepte, tome otro trago de la botella de vino. Definitivamente estaba loca por hablar de esto con un extraño, pero era lo que estaba ahora para desahogarme.

—¿Qué es lo peor que hizo los tuyos?—Pregunté segura de mi triunfo.

—Acabar con la esperanza de alguien, engañar y ayudar a la muerte de una luz inocente—Confesó, pero no pareció tan grave, para mi, una persona dolida, todos se quedaban chicos a mis problemas.

—Bueno yo ¿Por donde empiezo?—Miré el fuego frente a nosotros para organizar todas mis desgracias, enumere con los dedos.—Mi madre me golpeó, me mandó a un hospital, me hizo pasar por muerta, escape, me encontré con una señora que me encerró y me hizo servirla, un hombre me hizo la vida imposible, otro me quiere matar, no se quién, después otro resultó ser hipócrita y terminamos con el tipo que me arruinó la vida por un beso, acabando con mi sueño de casarme con la persona que quiero y ahora mi compromiso se fue por el caño, al igual que mi dignidad...

—¿Tuviste libertad? Por lo menos—Pareció que no le había sorprendido en nada mi pequeño resumen.

—Tuve una infancia linda, pero esas mismas personas arruinaron mi futuro y mi presente—En realidad creía que toda yo era una desgracia andante. Tome otro trago.




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