Mentiras Peligrosas

#1 Terapia de choque

Trinity, junio 2013.

—¿Raymond Blake White? —Mencionó el oficial de policía en voz alta para todos aquellos en la celda de detención.

Levanté la mano izquierda, ya que con la derecha me estaba deteniendo el pañuelo en la nariz para recolectar la sangre que escurría por mi nariz dislocada. Tenía toda amoratada la nariz y el área circundante de la patada que había recibido.

—Pagaron tu fianza, puedes irte.

Mierda. Hubiera preferido enfrentar cualquier cargo que el juez me pusiera, 200 horas de servicio comunitario, pagar los daños a la propiedad, todo menos que mi padre pagase la fianza.

Avancé entre los cubículos de la policía entre los cuales todavía se encontraba el maldito de Albert dando su informe a la policía, alimentándolos de mentiras.

El oficial me llevaba de por el cuello de la ropa con un ligero agarre, más bien una sugerencia para atravesar todo el laberinto de escritorios, finalmente llegamos a la entrada de la estación de Trinity donde mi padre, un señor de apariencia similar a mí, pero más corpulenta y decaída esperaba mi liberación.

Tenía los brazos cruzados y no apartaba la vista del oficial, no me miró ni un solo segundo, podía sentir su decepción caer sobre mí

Parece ser que forzar la cerradura de un salón de clases y supuestamente destruir un experimento, para después ser perseguido por el dueño de dicho experimento, recibir una paliza y terminar con la nariz rota es más que suficiente para decepcionar a tus padres.

El oficial soltó su agarre sobre mí y comento en voz alta. —Manténgalo a raya.

Mi padre finalmente me vio a los ojos y con un gesto me señalo que era hora de irnos. Abrió la puerta de la estación sin sostenerla para mí, de no ser porque interpuse con el brazo, me hubiese roto la nariz otra vez al darme de bruces contra la puerta.

—¿Podrías detenerte un segundo y hablarme? —Le replique, ya que me llevaba la ventaja en avanzar hacia el auto. —Dime que estas encabronado, lo que tu quieras, pero dímelo ya. —Mi padre no hizo más que abrir la puerta del conductor, caminé al lado opuesto y pude ver a mi madre con una gorra en el asiento del copiloto. Mierda.

Con mi mano libre abrí la puerta trasera y entre al coche.

Condujo en dirección hacia la casa.

Carajo.

—¿Qué hacen aquí?, no deberían estar aquí, no les pedí que viniesen por mí. —respondí. —Se supone que deberían estar en camino a Cabo, comprando cervezas sumamente caras en un avión.

Guardaron silencio, mi padre encendió la radio y sintonizó la estación de noticias.

—Las ultimas anomalías térmicas en el pacífico han elevado la actividad de huracanes, de momento los datos son inconclusos, pero se prevé que la temporada de tormentas se adelante este año en el área de Trinity.

Encendí el teléfono ahora con la pantalla rota, tenía 30 mensajes sin leer, de varias personas, y 13 llamadas perdidas. El sonido de mil notificaciones llegando una tras otra me delató.

Finalmente, mi padre estalló. —¡Podrías dejar ese chingado teléfono en paz! —Una mano grande se extendió por el medio de los asientos en mi dirección. Me tomó de sorpresa adelantándose a mis reflejos, arrebatándome el celular. Lo depositó en el portavasos del auto, dejándolo caer sin importar si se rompía más. —¡Ahí está, ahora puedes poner atención!

Subí la mirada en dirección al retrovisor, podía ver los ojos de mi padre, un par de ámbares cubiertos entre ojeras y arrugas. Desventajas de la mortalidad, te vuelves inservible poco a poco, perdiendo la belleza de la juventud.

—Si me hablases tal vez te pondría atención. —Repliqué molesto alzando mi voz desde el asiento trasero. Azoté un pisotón contra el tapete y una estela de polvo se levantó. ¿Hace cuanto tiempo que mi padre no aspiraba el auto?

Mi madre me veía directamente volteando su cabeza en mi dirección. Su cabello, corto, avellanado revelaba algunas canas, nada demasiado preocupante, aunque no me sorprendería que ya hubiese comenzado a utilizar un tinte para el cabello. Sus rasgos eran los de una mujer joven, esto se debía a que cuidaba muy bien de su cutis, realizaba ejercicio de forma regular, incluso sus mejillas se veían delgadas.

—¿Entiendes la gravedad de la situación en la que te has metido? ¿Sabes lo que esto significa no es así? —Formuló una pregunta retórica, al menos eso es lo que me dio a entender su tono de voz.

Miré por la ventana para distraerme viendo los panorámicos a los costados de la vía rápida. Demasiado borrosos como para que lograra identificar algún detalle, no lo digo solamente porque mis gafas se habían roto hace unas horas cuando cierto pendejo me pateó la cara, sino por la velocidad a la que viajábamos. La suficiente como para que un vehículo de policía nos detuviera.

La vía rápida se transformó en calles de cuatro semáforos, una desventaja de vivir en el norte de Trinity, el tráfico no es demasiado, pero el tiempo que debes pasar en los semáforos para dejar el distrito escolar es demasiado. —No puedo creerlo, Ray, como chingados pudiste ser tan pendejo como para pelearte en la escuela. —Ni siquiera parecía que estuviese prestando atención a sus alrededores. Pensé en abrir la puerta para saltar del auto en movimiento.



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En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

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