Mentiras Peligrosas

#3 Mientras esperaba

Trinity, 4 semanas después.

Podía escucharlo caminar en círculos por la sala, sus dedos golpeaban la pantalla del celular con más fuerza de la necesaria, incluso hacían ruido al tocar, como si se tratase de un teclado de computadora. Llevaba media hora esperando a que se fuese a otro lado sin mucho éxito, no había forma de que saliera de la casa sin que se diera cuenta. —¿A dónde carajos crees que vas, Raymond? —Preguntó mi padre al verme camino a la puerta. Aquellas palabras cayeron sobre mi como agua helada.

Recordé con claridad la persona que era mi padre. Como forzaba su voluntad sobre mí, porque al parecer era un rebelde, no seguía sus reglas de forma ciega. Así que busco moldearme de la forma más dura, pero eso solo hizo que mi rencor hacia el creciera. Me llevo a entrenar boxeo, artes marciales mixtas, me inscribió en beisbol. Siempre quería imponer su personalidad sobre la mía. Ignorando mis propios gustos, intereses. Realmente odiaba ser confundido por mi padre, que la gente asumiera mi personalidad solo por mi apariencia y nuestro parecido. Claro que era un hijo de puta, pero no porque mi padre lo fuese.

Lo que encendió la chispa fue aquel nombre. Aquel nombre que odio tanto. Porque solo cuando está realmente enojado conmigo me llama Raymond, de lo contrario siempre soy Blake.

—Voy a ver a Leo al hospital. —Intenté no cruzar mi mirada con la suya. Tan solo quería ir a ver a Leonard, no le había visto desde el incidente, y escuche que su condición estaba empeorando.

—No vas a ir a ningún lado. —Se posó enfrente de mi para bloquearme el camino. La química en mi cerebro no era la mejor, era muy sensible a las reacciones, por lo que la ira, la tristeza, y la felicidad se veían maximizadas con los diferentes estímulos que las disparaban, de modo que mi reacción fue extrema. Recordé que me había golpeado con mi guitarra hasta romperla.

Quise pasar a su lado, pero me sujetó por el brazo. Mi sexto sentido estalló. —Él no te necesita ahí. —Era como ver a un león a los ojos, pero esta vez yo era el león.

—Tienes dos segundos para soltarme, créeme, no quieres ver lo que pasará cuando me enojé. Uno. —Le vi decidido a plantarse frente a mí. —Más te vale soltarme o te voy a arrancar ¡el puto brazo! —Intentó responderme con un golpe, pero mis reflejos fueron más rápidos, mucho más rápidos. Paré su ataque a media carrera. Aproveché para zafar mi brazo y respondí con un puñetazo a la cara. De alguna manera fue menos intenso que cuando golpeé a Albert, pero de igual manera le llevé al suelo donde pude observarle aterrado, como si fuese un monstruo.

—No volverás a pisar esta casa, ¡escuchaste! —Gritó.

Me detuve frente al perchero, tomé su chamarra favorita, aquella de mezclilla negra y salí de casa. —Avísame cuando dejes de ser un idiota.

•••

 

Recuerdo haberlo escuchado en la radio el día del incidente, se habían estado presentando anomalías térmicas en todo el mundo, es por eso por lo que encontré una lluvia en verano demasiado extraña. Era como si estuvieran lloviendo perros y gatos, la lluvia golpeaba con fuerza y aniquilaba todo el sonido remplazándolo por ruido blanco.

Plantada frente a la entrada del hospital en medio de la lluvia se encontraba mi madre. El cabello empapado se apoyaba en sus hombros. Escurriendo hacia su gabardina de trabajo. Tenía la cara manchada, se le notaba exhausta, con bolsas en los parpados, el delineador negro había dejado una mancha en su cara.

Le planté la cara, pero se veía empedernida a impedirme el paso. Enfrentar a mi madre era diferente. No había un odio perpetuo. Su presencia actuaba como un calmante.

En una voz totalmente diferente a la de mi padre me dijo. — Él no está listo para verte. —Estaba igual de aterrada de mí que los demás, aquello solo rompió mi corazón, si esperaba tener a alguien de mi lado era a mi madre, pero por más que lo intentase, no lograba sacarme de la vista aquel vendaje ensangrentado en su brazo.

Decidió hacer lo impensable. —Tu padre me habló.  Me contó lo que sucedió Ray. No creo que debas volver a casa. —A cada palabra que decía, su voz se iba afianzando, realmente estaba asustada, pero quería hacer esto, porque es lo que ella creía que era verdad. —Creo que será lo mejor para todos en este momento, si no regresas a casa.

Con el corazón hecho añicos ante sus palabras intenté dar un paso al frente para tratar de establecer una conversación, pero ella reacciono inmediatamente retrocediendo un paso hacia atrás. Aparté la mirada, no podía seguir observando todo esto. —¿Por qué estás haciendo esto? —Pregunté a punto de romper en llanto.

—¡Por qué! —Ella fue la que rompió en llanto, pero no el tipo de llanto que esperaba, este denotaba furia, frustración, dedicación. —¡porque cada vez que parpadeo vuelvo a revivir todo, siento tus dientes aferrándose a mi brazo, vuelvo a ver la imagen de mi propio hijo desangrándose en el suelo de su habitación. —Se detuvo a tomar un respiro. Su pecho se inflaba como un globo, realmente era algo que había querido decirme desde aquella noche, pero no había encontrado la fuerza para decírmelo. —Lo último que vi fue a Leonard luchando por su vida al final del pasillo, donde los médicos me dijeron que no estaban seguros si lograrían salvarle la vida. Así que, si te preguntas porque hago esto, lo hago por ti. Porque no puedo, no te quie…—Se detuvo y nunca finalizó esa oración. —Elizabeth ira a por ti a la casa, ve con ella, toma todo lo que necesites y no vuelvas por favor.



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En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

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