Asecharla me proveía de un placer incorregible, una sensación vigorizante, en el fondo reconocía mis actos como erróneos, pero en aquellos días era lo único que me mantenía cuerdo y lúcido.
Para la siguiente semana ya había memorizado sus hábitos al dormir, primero cerraba la puerta de su cuarto y pasaba a su baño, no necesariamente a usarlo, más bien a examinar el proceso de desaparición de las cicatrices. Después de utilizar el espejo se quitaba las ropas de una manera tan delicada que cautivaría a cualquier hombre que pudiera apreciar la inocencia implícita en sus gestos. Acto seguido salía del baño hacia su cuarto portando solamente ropa interior. Deslizaba su mano por el mueble siempre saltándose el primer cajón, sacaba una camiseta del segundo evitando rotundamente la camiseta negra que estaba al principio del cajón.
Finalmente se ponía la camiseta y se metía a las cobijas, lo que hacía a partir de ese momento siempre me era imposible de anticipar, ciertas noches se ponía a ver videos en el teléfono, en otras escuchaba música, otras veces leía y en ocasiones se tocaba.
Su tez era tan pálida que a veces me preguntaba si realmente estaba viva, su respiración era lenta, el alzamiento de su pecho era un acto relajante, aunque aquella noche no pude permanecer por mucho tiempo.
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