Mentiras Peligrosas

#31 Déjame entrar

Ben me arrastró fuera de la cama la madrugada del viernes. Me subió al auto y condujo en dirección al lago. Había prometido emoción y diversión. Por alguna razón pensó, que el desarrollo de su experimento, persiguiendo mosquitos por la ciudad.

—Creo que llegamos al punto en el que sabes más de mí que yo de ti. —Comenté.

—En si eso es tu culpa, no te gusta preguntar cosas.

Tenía razón. Últimamente pasaba demasiado tiempo con Isabelle, probablemente sabia más de ella que de cualquier otra persona en la casa. —Bien, ¿de dónde eres?

—Roma. —Trató de no reírse conteniendo el aire en sus mejillas gordas, me recordó a una ardilla escondiendo su comida que a su vez me recordó a Ben escondiendo su comida.

—¿Italia? —Bromeé.

—Georgia. Es una ciudad pequeña apenas y tenemos universidad.

—¿Te graduaste de ahí?

—Antes de la maestría tomé una licenciatura en biología que después utilicé para continuar con mi posgrado en zoología.

—¿Cómo terminaste de profesor e investigador en Highshrine?

—El profesor Tucker, probablemente lo conoces, coordina el departamento de bioquímica en la universidad. Nos conocimos cuando trabaje de profesor en Roma, vio potencial en mí, me consiguió una beca que me permitiría continuar con mi doctorado, heme aquí, dos intentos de tesis después.

Nos habíamos detenido a la salida de la ciudad, nos encontrábamos por la parte pantanosa de la ciudad, a unos cuantos kilómetros se encontraba la famosa fábrica de vidrio, esta era la parte de la ciudad más propensa a inundarse, otra razón para que el gobierno invirtiera millones de dólares en un sistema contra inundaciones que desviaba el exceso del agua hacia un canal a las afueras de la ciudad.

Ben se fijó en el mapa que había expandido frente al cofre del auto. Este indicaba distintos círculos rojos, las zonas eran demasiado grandes como para ubicar un sitio especifico, las áreas eran de casi tres kilómetros cuadrados.

—Cuando me dijiste si quería hacer algo divertido en mi fin de semana estaba pensando en minigolf, un viaje, algo interesante.

—La investigación es divertida, somos científicos. —Aunque me sintiera inteligente cuando me llamaba científico, no podía estar más equivocado sobre mí. Solamente era un barista de cuarta mal pagado, de la segunda cadena de café más popular en el país y pasante a medio tiempo.

—¿Realmente esperas que caminé por el bosque para buscar bichos? —Pateé las piedras que había alrededor, no podía sacarme de la cabeza las veces en las que había arruinado mis tenis por seguir a mis amigos.

—Pantano. Y no, no tengo el cuerpo de una capitana de soccer. —Su cara de tonto no tenía precio. —No vamos muy lejos, ubiqué exactamente la posición del lugar que estamos buscando, el Dr. Tucker tiene un software para rastrear poblaciones de animales a través del sistema de cámaras de vigilancia de la ciudad y universidad.

—¿Por qué no utilizas el software para aclarar estas áreas? —Señalé el mapa.

Ben tuvo un arrebato de ira, tomó el mapa y lo dobló con fuerza hasta logro meterlo en su bolsillo trasero. —Porque el imbécil de Tucker es un cretino. —Asombroso como paso de gracias al Dr. Tucker a él imbécil del Tucker. —Primero se roba la idea de mi tesis para su investigación y luego decide que el presupuesto del departamento será utilizado para renovar su oficina y ni siquiera tiene la decencia de incluirme en el presupuesto.

—¿Esto tiene que ver con las carteras de huevos que compraste, pero nunca llevaste a la casa?

Maybe. Sígueme cerebrito.

Caminamos hacia el bosque, adentrándose cada vez más hacia el área pantanosa, era evidente como el ambiente cambiaba conforme más nos adentrábamos. Volviéndose más húmedo, había varios puntos en los que el agua se estancaba.

El punto que buscábamos estaba a medio kilómetro de la carretera donde habíamos dejado el automóvil. Enormes arboles se alzaban como gruesos muros, los troncos terminaban por ladearse, entrelazarse entre ellos mismo, el follaje de estos actuaba como un escudo natural que brindaba un manto oscuro que limitaba la cantidad de exposición solar en el centro del pantano. Había hoyos tan pequeños, pero tan profundos que llevarían a cualquiera a su fin si pisaba en el lugar equivocado. Era visible la enorme cantidad de mosquitos que había adoptado el pantano como su mundo perdido. Su depredador natural eran las ranas pantanosas, que eran tan agradables como los mapaches, atacarían a la primera oportunidad que les dieran.

Entusiasmado como un niño de cinco años Ben sacó de su bolsillo una lampara ultravioleta de alta intensidad. —Ve esto. —Encendió la linterna y la apuntó a un grupo de mosquitos que sobrevolaba el centró del santuario.

Al principio no sucedió nada, los mosquitos no se inmutaban, continuó apuntando su rayo de destrucción y estos cual luciérnagas emitieron un fulgor, excepto que este fulgor no se debía a la bioluminiscencia, era fuego, los mosquitos se estaban quemando al interactuar con la luz ultravioleta.

Permanecí atónito observando como caían hacia las aguas verdes. —Los mosquitos son helio fóbicos, viven en zonas donde predomina la sombra y oscuridad, como aquí y los distintos sistemas de cavernas. Puede que sean ciegos, creo que su visión es basada en el sonido. Han de escuchar frecuencias inaudibles para nosotros. —Expuso Ben mientras se ponía un overol para entrar a las aguas del pantano.



#1333 en Paranormal
#6033 en Thriller

En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.