Mentiras Peligrosas

#35 N0S42

Glassdrop, 2014

Sea lo que fuese, ahora se encontraba en mi sistema y me estaba jugando una mala pasada. Los colores eran tan brillantes que la oscuridad era comida por intensos destellos de luz blanca. Traté de proteger mis ojos de esta, pero era casi imposible, fue entonces que noté que esa cosa ya se había propagado a mis manos, mi piel se había vuelto de un tono gris y las venas eran negras como el ónix.

—Carajo. —Dije.

Los efectos comenzaban a manifestarse. Ese maldito dolor de cabeza estaba ahí otra vez. Mi boca estaba seca, me costaba producir saliva, mis ojos se encontraban resecos de la nada, me costaba respirar. Un dolor insoportable, un ambiente tóxico y la incapacidad de pensar con claridad me estaban matando. Cada paso que daba era ciego, ya no sabía en qué dirección iba, pero continuaba avanzando.

—Mierda. —Murmuré.

Mi estomago llevaba a cabo una revolución acídica contra aquella sustancia, y la estaba perdiendo. Aparecieron las náuseas, sufrí arcada tras arcada, me había acostumbrado tanto a no enfermarme que en ese momento me sentía como un bebé enfermo; confundido, aterrado y con ganas de llorar. Cuando finalmente cedí ante las náuseas, un dolor cortante en mi garganta provocó una herida bucal que coloreo el vómito de un tono rojizo.

Las náuseas volvieron y la historia se repitió. Mi estomago ya vacío, seguía latiendo debido a las quemaduras que dejó esa sustancia. Y justo como si alguien hubiese apagado un interruptor, aquella luz destellante se había esfumado, develando que había terminado en el baño del almacén. Me encontraba apoyado sobre el lavabo de piedra, mi mirada estaba posada sobre un fregadero empapado de sangre. Levanté la mirada hacia el espejo y fue como si hubiese sido atacado por una bola de fuego que estallo de este, incrustándome cristales ardientes en la piel. Traté de retirarlos, pero era imposible, me encontraba clavado contra el suelo, como si me hubiesen crucificado, inclusive hablar me era imposible. Miré hacia todos lados en busca de alguna respuesta, la puerta estaba cerrada, las casetas de baños vacías, el techo estaba libre de objetos, fue entonces que vi aquellas dos luciérnagas rojas brillar en los fragmentos del espejo que no estaban rotos. No sabía porque, pero la presencia de ellas me había causado un miedo existencial, un miedo divino, como si se tratase del mismísimo elefante completo que narraba el mito de los ciegos. Las luces se fueron haciendo más grandes y pude notar que se trataba de la silueta de algo. La figura parecía estar hecha de fuego, tenía la forma de una serpiente. Un aro de fuego la encerró y ascuas conectaron los caminos entre la s y el circulo, de ella pareció emerger un hombre, al menos algo que pretendía serlo. Sus ojos se clavaron en mi como dagas.

Luego de lo que pareció una eternidad, la figura estuvo lo suficientemente cerca del espejo como para que pudiera apreciar su rostro, pero mi mirada no era digna de verle directamente, era el sacrilegio más grande que podría cometer. Su cabeza era calva y blanca como el hueso, sus ojos eran como dos luciérnagas rojas que habían escapado del mismísimo infierno, su nariz o al menos lo que quedaba de ella era esquelética y puntiaguda, sus labios estaban secos y pálidos. Vestía una ropa similar a la de un sacerdote, una casulla negra con detalles rojos que parecían rubíes, un camisón negro, y a la altura de su cuello portaba el característico alzacuello blanco.

Sus labios mostraban una mueca de desprecio, su cuerpo no se movía, pero sus ojos si, era todo lo que necesitaba para examinarme, era como si con su mirada pudiese ver hasta mis más oscuros pensamientos.

Mátale

—“Impius”. —Fue el sonido que expulsaron sus labios, y se sintió como si la esperanza que tenía en mi fuese purgada de mi alma y desechada al vacío. —La comunión está cerca, has bebido de la vena prohibida. —Extendió su mano hacía mi posando su dedo índice sobre mi frente. —Arrepiéntete.

De pronto su cuerpo se transformó en una nube de humo que forzó su camino dentro de mí a través de mi garganta, ojo y oídos.

Aquella fuerza que me tenía contra el suelo desapareció, al igual que todos los malestares que hace unos instantes afligían a mi cuerpo. Sin darme cuenta ya no me encontraba en el bar o cerca de él, estaba en posición fetal en mi cama, mis manos temblaban, intensos escalofríos recorrían mi cuerpo.

Todo había sido tan real, todo había sido tan intenso y siniestro.  Me sentía abandonado, solo. Sucio.

En la puerta había alguien parado. Era Ben, este se encontraba con la camisa hecha jirones y con lo que parecía ser una herida ensangrentada en el brazo, inmediatamente llegué a la conclusión de que yo le había hecho aquello.

No sabía cuánto tiempo había pasado o que había pasado. —¿Lo volví a hacer? —Había vuelto a perder el control, lo había estado haciendo tan bien. Pensé que había encontrado la solución definitiva, que si me alimentaba regularmente no tendría que herir a nadie.

Ben estaba muy preocupado, se podía notar por su mirada y la forma en la que su mano temblaba. —No, Ray, no pasó nada, todo está bien, yo estuve ahí todo el tiempo. No sé cómo decirte esto, pero, alguien plantó algo en tu trago, una dosis muy fuerte al parecer. Cuando vi que desapareciste, fui a buscarte y te encontré en el baño, sujetando fuertemente la máquina de preservativos que había ahí, estabas ardiendo y no respondías a mi voz, me preocupé realmente. —Se dio una pausa, miró su brazo y me lo mostró. —Estabas histérico, ido, me rogaste que te diera sangre. Y eso hice. —Cerró la puerta tras de sí. Temeroso alzó su afilado cuchillo y lo apuntó hacia mí. —Te he visto salir de aquí varias veces, al principio no quise creerlo, pero tus salidas fueron los mismos días que aparecieron aquellos cuerpos. —Apartó la mirada. —Esas chicas sufrieron un destino muy trágico y todo apunta a que tu estuviste ahí.



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En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

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