Mentiras Peligrosas

#48 Despertar

Sabía que algo malo me afligía, lo supe desde la noche en el almacén. Aquello que comenzó como una simple alucinación se había instalado en alguna parte de mi cerebro. Infecto su camino hacia mis pensamientos. Quise culparlo al estrés, pero todo eso era demasiado complejo como para ser falso.

Si tardaba mucho leyendo algo, extraños símbolos remplazaban las letras, mostrando mensajes en lenguajes desconocidos, que, por alguna razón, era capaz de comprender. Primero la aparición en el hotel, segundo los fantasmas en el bar, la tercera vez fue algo distinto. Pude apreciarlo por un instante, pero quedo grabado en mi mente, mi reflejo estaba envuelto de cicatrices como si fuesen tatuajes. Algunas grandes, otras cortas. Era el tipo de cosa que esperarías ver al abrir un ataúd.

Aquel fin de semana Daniela y yo salimos al centro comercial, teníamos antojo de comida china y era el único lugar que conocíamos que vendiera comida de ese tipo.

Caras de monstruo abarrotaban los escaparates de las tiendas, calaveras, demonios, muertos vivientes tenían la mirada clavada sobre mí. Al pestañear estos volvían a su estado normal, maniquíes, mascaras, posters pegados a la pared. Me aferré a la mano de Dani. Esta pensó que era por las razones usuales. No sabía ni la mitad de las cosas que pasaban por mi cabeza.

La plaza de comidas estaba desierta, decenas de puestos tenían sus rejas levantadas, un aroma a comida chatarra emanaba de ellos, pollo frito, hamburguesas, pizza, lo que se te ocurra. Tantas opciones, pero estábamos decididos a probar delicias orientales, al menos la versión occidental de ellas.

Al llegar al negocio Daniela tomó la iniciativa de examinar, el menú y hablar con la cajera. Mientras ella contemplaba que era lo que íbamos a pedir, mi mente estaba lidiando con sus propios demonios. Las letras en los nombres de los platillos cambiaban a cada instante, alternando entre letras y símbolos desconocidos. Ver las letras me provocaba una sensación relajante, como claridad en la mente, la capacidad para meditar. Entre aquella alucinación se mostró una palabra que resonó en mi mente como una gota de agua haciendo eco al chocar con el lavabo. “Encuéntralo”.

Sacudí la cabeza con la esperanza de escapar del trance, lo único que provoco fue que el mundo se volviera silencioso. Daniela me veía confundida, sus labios se movían, pero ningún sonido era provocado. Desvié la mirada hacia la cajera del negocio de comida china, cuyos ojos estaban puestos sobre mí. Esta movió los labios, expulsando un sonido grave, su tono no concordaba con su cara. —Encuéntralo y tráelo conmigo.

Una sensación friolenta me trajo de vuelta a la realidad, pude ver como se retorcía mi mano, como si luchara con un calambre. El sonido volvió como cuando regresabas un grabadora análoga. —Ray. —Daniela tenía su mano en mi hombro, se veía preocupada por mí.

—¿Qué sucede? —Traté de ponerme al corriente con la situación.

—¿Vas a querer compartir el pollo a la naranja o quieres teriyaki?

Los últimos momentos del trance se repetían en mi cabeza. Durante un momento de claridad respondí. —Pollo a la naranja está bien. —Miré a la empleada del negocio, esta estaba callada. Una vez que Daniela le pagó por la comida, pude escuchar su voz, era totalmente diferente a lo que había creído escuchar.

Tomamos asiento en la mesa más próxima, cada uno tenía su propia caja de comida, arroz y pollo a la naranja, la empleada había sido muy amable al ponernos las porciones combinadas, para no tener que utilizar platos.

Fije la mirada hacia el frente, observando la entrada a una de las tiendas departamentales, la reja estaba cerrada, era extraño, normalmente todos los negocios estaban abiertos para las doce del mediodía, eran las dos y el lugar parecía estar cerrado.

Daniela no tardo en preocuparse. —¿Todo bien, Ray? —Tomó mi mano y no la soltó hasta que respondí.

En cualquier otra situación, habría mentido. —No. —Traté de no mostrar una cara muy seria, no quería asustarle. —Creo que estoy viendo cosas. Hace un segundo creí ver como las letras del menú se movían. —Rei de forma histérica. —Creo que me estoy volviendo loco.

—Loco seria que hicieras lo mismo y esperaras diferentes resultados. —Suspiro. —Anoche tomamos demasiado, tal vez es el alcohol, tu mente está cansada. —Me vio a los ojos con aquella mirada, aquella maldita mirada. Me recordó a mi segunda noche en Glassdrop, a la extraña de ojos escarlata. —No te preocupes, si estas cansado, podemos volver a casa.

—No. No. No es nada. —Sabía que tarde o temprano pasaría, las alucinaciones nunca eran tan largas, y cada vez estaban más separadas una de otra, el doctor había dicho que la droga tendría represalias.

Cuando volví la mirada al frente noté a un extraño encapuchado. Traté de ignorarlo, no quería disparar otro ataque de alucinaciones. Me intente concentrar en comer y responder a los comentarios que Daniela lanzaba en mi dirección, pero tarde o temprano volvía a verle, este permanecía inmóvil, como si sus pies estuvieran fijos con clavos en el suelo.

—Estaba pensando que podríamos ir a casa, ver la película que no pudimos ver.

—¿Cuál? —Nunca rechazaba una oportunidad para pasar la tarde en el cuarto de Dani, comer palomitas, estar acurrucados.

—La reina carmesí. La que Ben nos arruino el día que fuimos al lago. Con suerte y olvidamos los detalles como para disfrutarla.



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En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

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