Mentiras Peligrosas

#61 Ochentas y noventas

Como ya era de costumbre terminamos en aquel restaurante ochentero que permanecía abierto las 24 horas del día. Dependiendo de la hora sus visitantes eran diferentes. A tempranas horas de la mañana era común encontrarse deportistas que acaban de terminar sus rutinas de ejercicio. Entre diez y doce es común encontrarse familias enteras que vienen a desayunar los famosos sándwiches. Después de las tres de la tarde el lugar queda plagado por universitarios que vienen a sentirse en una película ochentera, tomando malteadas y hamburguesas. No obstante, aquella vez eran cerca de las once de la noche cuando nos reunimos. El restaurante ubicado cuesta arriba de una concurrida carretera se encontraba mayormente vacante, su espacioso estacionamiento se veía limitado por las cajas de los remolques, por lo que Gipsy tuvo que estacionar el Mustang lo más alejado del restaurante posible.

Algunos camioneros que esperaban pacientemente cerca de su remolque posaron sus ojos en Gipsy, quien lucía una chaqueta de cuero, unos vaqueros oscuros y una blusa amarilla. Varios de estos terminaron por silbarle y piropearla. Gipsy estaba demasiado concentrada como para dejarse llevar. Isabelle por su parte apenas sintió que una mirada cayó sobre ella tomó mi mano y apresuró el paso.

Como era de esperarse dentro había más conductores, la mayoría de ellos sentados en la barra mientras engullían huevos fritos y Hashbrown. Una minoría estaba sentada en un booth. Por las apariencias supuse que todos ellos se conocían de la carretera pues bebían café y charlaban como si fueran viejos amigos. La vestimenta general de un conductor por estas partes del país era muy generalizada. Siendo la más común la del vaquero. Botas, barba larga y abultada, camisas a cuadros, un chaleco de cuero o mezclilla encima y uno que otro que había decidido vestir la tejana dentro del restaurante.

Gipsy ignoró al host que esperaba pacientemente en la puerta para asignarnos una mesa, por si misma vio a su alrededor y dedujo que nos sentaríamos en la esquina, apartada de todos los extraños. Probablemente seria lo mejor. Isabelle se disculpó con el host por el comportamiento de nuestra amiga.

Tomamos asiento, Gipsy examinó rápidamente que nadie estuviera lo bastante cerca como para ver lo que estábamos haciendo. Entonces sacó de su bolsillo un expediente que claramente decía confidencial.

Me dio un vistazo de su contenido, eran fotos sin censurar de las víctimas. Apresuré mi mano encima de la suya para cerrar el folder. Isabelle se sobresaltó cuando mi mano golpeó la mesa desviando su atención del menú hacia lo que realmente estaba pasando aquí.

—¿De dónde diablos sacaste eso? —Me mostré preocupado. Claramente no era algo que podías consultar en la biblioteca de la universidad.

—¿De dónde crees, genio? —Por su mirada seria tuve que asumir que lo había robado de algún edificio donde se guardara información de estas cosas. Probablemente del edificio S, el anfiteatro. —Tiró del expediente liberando la carpeta de mi mano, lo abrió disimuladamente y tomó una sola. Era una foto de aquel cadáver que había encontrado cerca de la iglesia.

Tomé la fotografía y la cubrí con mis manos. No quería llamar la atención de ningún curioso. Solo ver la imagen me hacía recordar aquel hedor a formol y desinfectante. No lograba resaltar nada en específico. —Ya he visto este cadáver de cerca. —Isabelle quien había olvidado que estaba sentada a mi lado abrió sus ojos y me veía como si fuese un extraño. Un descuido. Isa tendría muchas preguntas cuando terminara. —No hubo signos de violencia. Solo la mordida. Recuerdo sus uñas, pero nada más.

—Sé que ya lo viste, es por eso qué decidí que fuera la primera foto.

Isa no soportó el cosquilleo de preguntar. Alzó la voz un tanto alterada captando la atención de varios comensales. —¿Qué carajos sucede? —Gipsy y yo permanecimos en silencio, juzgando con la mirada a Isa. A los pocos segundos los comensales devolvieron su atención a sus propios asuntos. —¿Qué diablos? —Preguntó Isa en voz baja.

—Uh. —Isa era una de mis mejores amigas, pero no estaba seguro de si realmente quería contarle mi secreto. Aquellos que lo conocen siempre terminan lastimados de una u otra forma. —No es…

Gipsy me rodeó con los ojos y me cortó el rollo. —Ray es un monstruo. —Dijo como si fuera un dato que podríamos lanzar en una conversación casual. —Ahora, por favor, pueden concentrarse, esto no es un juego, no estamos en el recreo. Tu cállate. —Me señaló a mí. —Y tu pon atención. —Señaló a Isa.

Así sin más mi secreto había dejado de serlo. Eso se lo podía agradecer a Ben, quien no dudó en contárselo a Gipsy en primer lugar.

Le pasé la foto a Isabelle, y recibí otra. Esta era una diferente. La calidad era mucho menor que anterior, como si se hubiese tomado en un lugar completamente a oscuras. El patrón resaltaba. Todas las chicas en las fotografías aparecían semidesnudas, sin señales de violencia aparente, salvo una marca, una mordida o en este caso, una herida en el pecho.

La mirada presente en esta chica estaba perdida, sus labios se veían ligeramente hinchados, su piel, aunque pálida mostraba un tono verdoso oscuro, como si estuviese sucia. Sobre su ojo, se encontraba una pequeña mancha, como si se tratara de una película grisácea. Acerqué la foto hacia mí. —Es eso lo que creo que es.

—Si. —Asintió Gipsy.

Había dicho que era una película porque se notaba cierta transparencia, algo que ya había visto antes, pero siempre ignoro. Era el ala de un insecto. Podría ser una coincidencia. El pueblo estaba repleto de mosquitos, no me sorprendería que uno se haya colado en su ojo y haya quedado atascado.



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En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

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