Mentiras Peligrosas

#72 Las alcantarillas II

En ese momento me sentí como en el viejo oeste, a punto de enfrentarme un duelo. Su mirada me pesaba tanto en el corazón. Quisiera salir de ahí, volver en el tiempo.

—Veo que tu viaje a casa ha progresado mucho. —Soltó los papeles que tenía en mano y se puso de pie. Llevaba puesta la camiseta del concierto.

—Dani, no es lo que parece, puedo explicarlo. —Entré a la habitación, sin embargo, su lenguaje corporal me decía que no me acercara.

—Lo que parece es que estas buscando a un asesino que no existe, que quieres limpiar el nombre de Ben.

—Tal vez si es lo que parece. Pero puedo explicarlo. —Mi mano se acercó a la suya a la vez que esta se alejaba.

—Encontraste un maldito bicho, un infectado y unas imágenes que crees que te llevaran al paradero del asesino. ¡Esto no es clue! ¿Por qué no me dijiste? ¿Por qué no llamaste a la policía? —Alzó su tono de voz.

—Quería protegerte. —Respondí.

—¿Protegerme? Nunca he necesitado que ni tú, ni nadie me proteja. Sabes que es lo que creo. Creo que estabas asustado de la idea de que te convenciera de no hacerlo. Por eso decidiste mentirme en la cara de una y otra y otra vez.

—Créeme, hay una razón. —Traté de acercarme, ella respondió empujándome.

—Aléjate. —Salió de la habitación y comenzó a bajar las escaleras, yo la Seguí. —¿Alguna vez existió la idea de volver a casa?

—Yo…—Ella apresuró el paso, estábamos en la sala, ella iba a tomar su mochila cuando actúe impulsivamente haciéndola tropezar. Aterrizó sobre la alfombra y yo sobre ella.

Trató de apartarme. Yo la detuve y le dije. —¡Quería protegerte! ¡No quería que supieras que Ben fue apuñalado por la espalda por uno de sus amigos! —La mirada de Dani pasó a estar aterrada. Había dejado de luchar. —¡Por favor! Hazme caso, no quiero ponerte en peligro.

Ella aprovechó mi descuido para zafarse y apartarse de mí. Caminó a la puerta. Yo me puse de pie. Ella se detuvo luego de abrir la puerta. —Es tu última oportunidad. Soy yo o tu estúpido misterio. —Verla me provocaba un dolor más profundo que cualquier dolor físico que haya sentido. Y me dolía porque ella ya sabía mi respuesta. —Ray. —Ella confiaba en mí, ella no quería esto, aun después de todo ella me daba una segunda oportunidad. —Tu y yo no somos más. —Salió azotando la puerta tras de sí.

Permanecí petrificado, viendo la entrada, quería creer que ella volvería, que atravesaría esa puerta, me regañaría y me escucharía, pero no fue así, por más que lo desee aquella puerta nunca se abrió.

Creo que no estaba listo para lo que acababa de suceder, me encontré extrañando su aroma y su calor apenas supe que no lo volvería a sentir. Aquello pudo haber sido el fin de la historia, pude haber abandonado la investigación, pude haberme ido con ella, en cambio decidí quedarme, encaminando mi vida a una nueva serie de errores.

Cuando recuperé los ánimos subí a mi cuarto, necesitaba preparar algunas cosas. Esquivé aquella pila de papeles regados. Tarde o temprano tendría que recogerlos. Si llevaba ropa pesada allá abajo comprometería mi propia seguridad, así que preparé una camiseta tres cuartos, unos tenis cómodos, una de las pantaloneras que había comprado para mis sesiones de ejercicio.

Me estaba cambiando frente al espejo de mi cómoda cuando la vi. Una mujer alta, con la piel ceniza, tatuajes recorrían su rostro formando siluetas en su boca, pómulos, nariz, ojos y ojeras. Con pendientes de calavera, sombrero negro emplumado un vestido antiguo negro. Lo más llamativo de esta era su par de rubíes que complementaban su mirada hipnótica. Quise voltear en el instante en que la vi, pero algo me decía que no era real. Le vi caminar en el reflejo. Salió del cuarto de Dani y se detuvo en el umbral de mi habitación.

—¿No me vas a invitar a pasar? —Su voz era melodiosa, dulce, digno de una señorita de su porte. No supe si responder, me di la vuelta y no pude verle detrás, en cambio cuando volví la mirada al espejo ahí estaba. —No vas a dejar a una señorita esperando, ¿o sí?

—¿Quién eres? —Pregunté sin apartarle la vista. Ella sonrió sin mostrar los dientes.

—Realmente no importa, yo puedo ser quien tú quieras, creo que a esta persona la llamabas Lady Catrina.

Traté de no mostrarme sobresaltado, aunque me resultaba imposible simular una respiración normal. —¿Qué es lo que quieres?

Meneó su dedo en negación. —Estoy seguro de que el rey de las ratas no educó a sus hijos de esta manera, tal vez conmigo aprendas buenos modales. —Se debió cansar de estar esperando así que se introdujo ella misma a la habitación. Su cuerpo desprendió humo, como si se estuviese quemando lentamente. Me atrapó observándola y sus ojos no me dejaron ir. —Fascinante. No había conocido a ningún descendiente que pudiera hipnotizar a las personas. —Esbozó una sonrisa. —Tal vez no eres un estorbo después de todo. —Puso la mano sobre su pecho. —Si vienes conmigo, esto no tiene por qué sucumbir ante la violencia, conviértete en uno de mis hijos, ayúdame a abrir la puerta.

—¿Qué puerta, de qué estás hablando?

—Todo a su tiempo. Eso sí, nuestra familia no se pelea entre ellos, me temo que esta riña con tu hermano debe terminar. —En ese momento supe exactamente quien era ella. Supe que esto era real, al igual que las apariciones del Nosferatu. Era un juego de tronos y nosotros éramos los peones.



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En el texto hay: vampiros, horror

Editado: 30.11.2023

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